Durante los últimos años, el deporte de élite se desenvuelve bajo la tenebrosa sombra del dopaje. Con una periodicidad tan creciente que llega hasta la frontera de la alarma, los medios de comunicación nos dan cuenta de operaciones antidopaje impulsadas por la policía o por las estructuras federativas, que ponen en cuestión la limpieza de trayectorias deportivas que, hasta minutos antes, considerábamos deslumbrantes y hasta modélicas. Desde que el canadiense Ben Johnson cayera del pedestal en el que le situó aquel deslumbrante oro olímpico que arrebató a Carl Lewis en los 100 metros lisos, la nómina de deportistas de alto nivel cuya carrera de éxitos se ha visto salpicada por la mancha del doping, ha incrementado ostensiblemente. Los aficionados al deporte no tenemos ni para sustos. Para cuanto descubrimos un nuevo valor en el ciclismo, en el atletismo o en el remo -el listado no es exhaustivo, evidentemente- salta el escándalo y el entusiasmo se transforma en decepción.

Mariano Rajoy en un acto electoral junto a deportistas de élite afines al PP
El último episodio ha puesto bajo sospecha a Marta Domínguez, una atleta aguerrida, tenaz y aparentemente bien dotada para la competición, a la que hemos visto más de una vez haciendo podium en la difícil prueba de los 3000 obstáculos. Su asunto se encuentra todavía en manos de los jueces, por lo que conviene ser cautos. No me importa reconocer, sin embargo, que me gustaba verle correr y que sentía por ella, a la que acompañaba un halo de mujer disciplinada y sacrificada, una simpatía que nunca he ocultado. Me refiero a su dimensión deportiva, claro está, porque no he tenido la ocasión de conocerle personalmente. Veremos cómo concluye la causa.
Hace muy pocos días, Marta Domínguez concedió una entrevista al diario El Mundo, que la cabecera de Pedrojota publicó en la edición del 26 de enero. Más allá de su posible responsabilidad en la operación Galgo, a la que se consagra, lógicamente, el grueso de la interviú, la atleta castellana afirma que, en todo ese asunto, su vinculación al PP le ha perjudicado. La declaración me ha sorprendido, no lo niego. Y ha despertado mi interés, tampoco lo voy a negar. ¿Puede la afinidad o el compromiso político perjudicar a un deportista de élite en una sociedad, abierta, plural y democrática? “No debería”, respondo de inmediato. Pero sé perfectamente que no siempre lo que debe ser coincide con lo que es. Y Marta Dominguez tiene su propia explicación:
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