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Posts Tagged ‘elecciones’

El pasado mes de agosto se conmemoró el centenario de aquella virulenta galerna veraniega que azotó sin piedad la costa cantábrica, provocando la muerte de 143 arrantzales vascos. Los testimonios que prestaron los supervivientes de la tragedia ponen de manifiesto que, cuando arreció el temporal y el peligro de naufragar comenzó a hacerse verosímil, todos los pescadores envueltos en la tempestad recordaron desesperadamente la importancia que revestía embarcar en lanchas sólidas, seguras y fiables, capaces de afrontar con un mínimo de garantía las inclemencias del tiempo.

La imagen me vino a la memoria el pasado domingo, cuando vi que el escrutinio apuntaba de manera irreversible hacia el triunfo del Partido Nacionalista Vasco. Pensé que, como los pescadores vascos que en agosto 1912 se vieron sorprendidos por la galerna, una buena parte de los ciudadanos vascos han creído que la borrasca económica, financiera e institucional que asedia a toda Europa, amenazando con llevarse por delante los logros sociales trabajosamente afianzados a lo largo de décadas, aconseja confiar en el PNV, que constituye la nave más sólida, segura y fiable de entre las que hoy componen la oferta electoral vasca.

Estoy convencido de que, ante el incierto panorama que ofrecen los tiempos, el fondo de comercio que acumula la formación jeltzale tras años de actuación eficaz, diligente y responsable en defensa del autogobierno vasco y de los intereses y aspiraciones de los ciudadanos de Euskadi, ha sido decisivo para que muchos ciudadanos optasen por la candidatura de Iñigo Urkullu, que encarna a la perfección los valores que identifican al PNV. Como diría más de un veterano, se ha hecho notar “el peso de la galleta”; la impronta histórica de una formación política arraigada en Euskadi y comprometida con su libertad y su autogobierno, que siempre ha estado en su puesto y nunca ha defraudado al pueblo vasco en los momentos decisivos.

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A lo largo de la campaña electoral he expresado en más de una ocasión la enorme perplejidad que me ha producido ver a los partidos políticos que han dirigido las riendas del Gobierno vasco durante los últimos tres años y medio, chapoteando irresponsablemente en el discurso de las dos comunidades y acogidos a lemas dicotómicos que distinguen radicalmente entre «ellos» y «nosotros». Accedieron al Ejecutivo prometiendo acabar con la división y poner fin al enfrentamiento identitario y han concluído su mandato recurriendo con más énfasis que nunca al discurso dual de los orígenes, los acentos y los apellidos. Pobre balance el suyo, que el pueblo ha sabido censurar en las urnas.

No he sido yo quien ha agitado el espantajo de la exclusión para despertar entre los votantes el estímulo del miedo. Pero si nos atenemos al esquema conceptual con el que ha operado el PP -y en buena medida también el PSOE- a lo largo de la campaña, parece evidente que ayer ganamos «ellos». Y en consecuencia, perdieron «nosotros». Sólo confío en que, a partir de ahora, «nosotros» se dejen de demagogias y sectarismos y sean capaces de trabajar en serio en la tarea colectiva de conformar un demos vasco único e integrador, capaz de conciliar con sabiduría y ponderación el obligado respeto a las mayorías democráticas con el no menos obligado respeto a los derechos de las minorías.

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En los sistemas democráticos, las grandes decisiones políticas -entre las que se encuentra, por su puesto, la de elegir a las personas que asumirán la tarea de gobernar- se adoptan en las urnas. Es en ellas donde más claramente se expresa la voluntad popular. Pero además de la esencial función decisoria que desempeñan en el funcionamiento del sistema, las citas electorales suelen servir, también, para medir realidades sociales y evaluar tendencias políticas.

Al término de la jornada de hoy tendremos ocasión de medir tres cosas, que de alguna manera han estado presentes -y muy presentes- a lo largo de la campaña.

1.- Ellos y nosotros.

Evaluaremos, en primer lugar, si ganamos «ellos» o ganan «nosotros». Después de tres años y medio dando sustento a un Gobierno que -según nos dijeron todo tipo de cantaores, guitarristas, cabeceras y palmeros- iba a poner fin, como por ensalmo, a las diferencias identitarias que secularmente han dividido a la sociedad vasca, el PSOE y el PP han centrado buena parte de su discurso de campaña en pedir el voto para «nosotros» -un «nosotros» que Patxi López ha llegado a perfilar groseramente aludiendo a los acentos y a los apellidos- y en alertar sobre el peligro que entrañaría un hipotético triunfo de «ellos».

El viernes por la tarde, justo el día en el que se cerraba la campaña electoral, los buzones de correos de las viviendas situadas en el ensanche de Bilbao recibieron la masiva afluencia de unos sobres en cuyo anverso se urgía a los destinatarios a que fueran abiertos antes del domingo. El tono de la admonición era tan alarmante –Muy importante: abrir antes del domingo– que hubo quien llegó a pensar que se trataba de una notificación municipal que daba cuenta de un corte en el suministro de agua o de electricidad. Se equivocaba en la mitad y otro tanto. Era el remate de la campaña del PP, que venía a subrayar, por enésima vez, la importancia de ir a votar para evitar el triunfo de «ellos». Cuando leí el papel me dí cuenta de que yo, al igual que muchos de los vecinos de Bilbao que habían recibido el inquietante mensaje de los populares vascos, era «ellos». Es decir, de los que, si ganaban, iban a provocar el apocalipsis.

Esto es, por tanto, lo primero que se va a medir hoy: si ganamos «ellos» o si ganan «nosotros». En cualquier caso, gane quien gane esta litis, la sociedad vasca siempre tendrá pendiente una deuda de gratitud con el PP -y con el  PSOE que, aun con otras palabras, ha utilizado igualmente la misma estrategia de las dos comunidades- por la extraordinaria aportación que con este mensaje han hecho a la integración social y política de Euskadi.

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Esta mañana he visitado Elorrio. Estaba invitado a hablar en un mitin junto con la alcaldesa del municipio y candidata por Bizkaia al Parlamento vasco, Ana Otadui; todo un honor para mí, porque Ana constituye sin duda un activo político de extraordinaria proyección. El día ha amanecido nublado y el pronóstico del tiempo era más bien sombrío. Cuando llegué a la Herriko Plaza, que era el lugar elegido por los organizadores para el desarrollo del acto electoral, caían unas gotas dispersas que no auguraban nada bueno. Como el cielo oscurecía por momentos, decidimos no demorar el inicio del mitin. En el espacio central de la plaza, los técnicos habían preparado un pequeño escenario con un fondo verde y un atril, de cuya parte frontal colgaba un cartel con el mensaje de campaña: Euskadi Aurrera.

En la Herriko Plaza de Elorrio, minutos antes del inicio del mitin (Foto: Iñigo Agirre)

En el momento en el que Ana tomó la palabra, se abrió un pequeño claro entre las grises nubes que poblaban el cielo. Los contados rayos de sol que lograron colarse por el angosto hueco, nos permitieron abrigar una tenue esperanza. Si teníamos un poco de suerte, la lluvia no iba a hacer acto de presencia hasta después de concluído el acto. Los más supersticiosos cruzaron los dedos. Pronto, sin embargo, se impuso la inexorable realidad. En Euskadi, ya se sabe, no es habitual que dejen de cumplirse los pronósticos climatológicos que anuncian aguas.

Como el mitin se celebraba al aire libre, todos -excepto los que cautamente se habían recogido en el pórtico de la iglesia- estábamos expuestos a las inclemencias del tiempo; sin carpas, cobertizos ni techumbres. Cuando la intervención de Ana se aproximaba al ecuador, la ventana celeste se cerró de nuevo y en cuestión de segundos rompió a llover. Primero de una manera muy leve. Después, con una intensidad creciente. Afortunadamente, un joven militante subió a la tribuna para proteger con su paraguas a la oradora, lo que permitió a la alcaldesa dar término a su alocución sin especiales contratiempos.

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La campaña electoral arrancó el viernes con la publicación, casi simultánea, de dos encuestas de intención de voto. Una de ellas estaba hecha por el Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS), un organismo público dependiente del Gobierno central. Tras ella, por tanto, se encontraba el PP. Creo que se entiende lo que quiero decir, ¿verdad?. La segunda, por su parte, vio la luz en el diario GARA. De modo y manera que, en su trastienda, no resultaba difícil identificar la mano de Batasuna.

Los dos grandes antagonistas de la política vasca, los dos polos extremos del abanico político de Euskadi, que difieren en todo, se enfrentan por todo, y buscan, además, que esa confrontación sea visualizada por los ciudadanos, venían, sin embargo a coincidir, en sus respectivas encuestas, atribuyendo al PNV un magnífico resultado electoral; un éxito en las urnas que se traduciría, según ellos, en la consecución de entre 26 y 27 escaños. La coincidencia era, como puede verse, puntual, pero crucial. Puntual, porque sólo afectaba a un aspecto concreto del estudio. Pero crucial porque, el concreto aspecto al que afectaba -la cota que alcanzará el partido que gane las elecciones- es decisivo de cara al escenario político que se abrirá en Euskadi tras el 21 de octubre. No es lo mismo que quien triunfe en las urnas lo haga con 21 escaños a que lo haga con 27.

¿No es sospechoso que dos instancias habitualmente tan alejadas en sus diagnósticos y en sus propuestas políticas vengan a coincidir precisamente en ese punto? ¿No da que pensar el hecho de que su calculada -y nada casual- coincidencia, se produzca, además, el mismo día en el que da comienzo la campaña electoral?

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Obras son amores -reza el refrán- y no buenas razones. En las últimas semanas, Patxi López nos ha atiborrado de razones para explicar la conveniencia de agotar la legislatura. Pero sus obras, que son las que realmente importan, le delatan. Es tan frenética la campaña promocional en la que está sumido, que su promesa de no adelantar las elecciones carece de la más mínima credibilidad. Diga lo que diga López, todo el mundo intuye en Euskadi que nos convocará a las urnas más pronto que tarde.

El problema es que, con la que está cayendo, cada día que prolongue su mandato -agotado ya, y tocado de muerte- constituye una dramática pérdida de tiempo de cara al empeño de afrontar con rigor los retos a los que ha de enfrentarse la sociedad vasca. Si el tiempo es oro, según el conocido adagio inglés, se transforma en platino de la máxima pureza cuando se trata de afrontar una crisis profunda que requiere respuestas rápidas y decididas. A Zapatero se le reprocha, sobre todo, la tardanza con la que empezó a asumir la crisis y reaccionar contra ella. Los juegos semánticos iniciales -no estábamos ante una crisis sino ante una simple desaceleración- y la cargante demagogia posterior -¿quién no le recuerda afirmando que mientras él se encontrase al frente del Gobierno no se iba a producir un solo recorte en los derechos sociales?- le hicieron perder un tiempo muy valioso que a la postre ha resultado ser fatalmente irrecuperable. Confío en que, dentro de unos años, no tengamos que lamentarnos, también, por el precioso tiempo que López perdió, jugueteando irresponsablemente con una campaña electoral no reconocida, que sabía, de antemano, que no le iba a permitir recuperar el crédito que, pese a las intensivas campañas publicitarias y la servil complicidad de los medios de comunicación, ha perdido durante los tres últimos años.

En cualquier caso, parece claro que, mientras el Lehendakari se entretiene mirándose a un espejo trucado que le oculta, descaradamente, su minoría parlamentaria y su incapacidad para gobernar, el escenario electoral vasco se ha ido prefigurando con bastante nitidez.

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Día sí y día también, vemos a Patxi López repitiendo ante la cámara -no la legislativa, sino la de televisión- que no es tiempo de elecciones; que todavía hay partido; que el desmarque del PP no le importa; que no solamente sigue comprometido con su programa -¿qué programa?- sino que seguirá defendiéndolo hasta el término de la legislatura. Pero día sí y día también, le vemos igualmente ante la cámara, adoptando poses netamente electorales. Alguien podría pensar que se trata de una acitud contradictoria, pero en realidad no lo es. Lo que está haciendo es adoptar una estrategia sobradamente conocida en política, que consiste en avanzar con los hechos lo que se niega con la palabra, mientras se costea la campaña con cargo el erario público. Y su actitud, ostensiblemente electorera, está haciendo que huela a comicios con la itensidad propia del hedor.

Desde hace ya varias semanas, corre con intensidad creciente el rumor de que las principales vallas publicitarias de Euskadi están reservadas ya por el PSE y el PP para los meses de octubre y noviembre. No sé qué tendrá de cierto el murmullo. No soy amigo de confiar demasiado en chismes y cuchicheos difíciles de verificar. Lo que sí que sé -porque lo he comprobado- es que hoy se ha publicado en el Boletín Oficial del País Vasco el anuncio del Departamento de Interior por el que se da publicidad a la licitación del contrato administrativo de suministro que tiene por objeto la confección y distribución de las papeletas de votación de cada uno de los tres Territorios Históricos de la Comunidad Autónoma Vasca para las próximas elecciones al Parlamento Vasco. Y por si alguien pudiera albergar alguna duda, se ha publicado, igualmente, la licitación relativa a los impresos oficiales y no oficiales, sobres de votación y resto de sobres previstos para los mismos comicios.

La cosa, según todos los indicios, va rápida. Con suma celeridad. Las ofertas han de ser presentadas antes de las 10:00 horas del 21 de junio de este año. Dentro de 15 días.

Ya no hay duda. Diga lo que diga Patxi López sobre su propósito de agotar la legislatura, huele a elecciones que apesta.

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Esta mañana he estado en Portugalete, respondiendo a las preguntas que me formulaban los periodistas de una televisión turca que está elaborando un reportaje sobre Euskadi. También he aprovechado la estancia en la villa jarrillera para visitar una oficina electoral que el PNV ha abierto en el centro del pueblo y animar a los militantes y simpatizantes jeltzales de cara a la campaña electoral. No habíamos abandonado aún el barrio Repelega -los recorridos de campaña, en Portugalete, siempre se llevan a cabo desde arriba hacia abajo- cuando me ha llamado la atención un cartel pegado a la pared que no conocía. Como he advertido, desde la distancia, que exhibía algunos símbolos habituales de la izquierda abertzale -la estrella roja y el puño cerrado- me he acercado para verlo más de cerca.

En un primero momento me ha dado la sensación de que se trataba de un cartel olvidado de la época -cada vez más lejana- en la que una aguerrida y consecuente izquierda abertzale postulaba la confrontación abierta contra el Estado español y pedía a sus seguidores que se abstuviesen en las elecciones generales, a fin de no legitimar la represión y dejar claro que el pueblo vasco apuesta por la independencia y no quiere saber nada con las instituciones de la España imperial. Pero enseguida me he dado cuenta de que no es así. El cartel, en efecto, preconiza la abstención y afirma que «El Pueblo Trabajador Vasco no se rinde». Pero el mensaje que incluye en su cabecera es muestra inequívoca de que no se trata de una reliquia histórica, sino de un cartel que acaba de pasar por la imprenta. No es un cartel del año 2000, 2004 ó 2008, como los que he reproducido en otras entradas de este blog para expresar mi sorpresa por el radical cambio de actitud que ha tenido lugar en la izquierda abertzale con respecto a su participación en unos comicios españoles (ver, por ejemplo, «¡Españoles, a votar el 20-N!«, publicado el 1.10.11 y «¿Por qué ahora sí?», que vio la luz el 13.13.11) . Es reciente y no hay duda alguna de que está diseñado para las próximas elecciones generales; para las que tendrán lugar a finales de este mes. Su mensaje principal dice: «El 20-N no contéis conmigo». No habla, como se ve, de los comicios del 12 de marzo (año 2000), del 14 de marzo (2004) o del 9 de marzo (2008). Alude a los del 20 de noviembre. A los que convocó Zapatero el 26 de septiembre de este año.

El cartel, adornado con la simbología habitual de la izquierda abertzale, predica la abstención, pero para las elecciones generales que van a tener lugar en este mismo mes. Para las mismas elecciones en las que la cartelería oficial de Amaiur nos pide que olvidemos su pasado abstencionista y nos invita a participar con el máximo entusiasmo, como si fuéramos exacerbados patriotas españoles, sumamente interesados en el devenir político de la nación -perdón, Nación- única e indivisible que se consagra en la Constitución de 1978.

Hace unas semanas publiqué un post en el que expresaba mi extrañeza por el hecho de que una cuestión -la de la participación en las elecciones generales del Estado español- que siempre ha sido objeto de debate y controversia en el entorno de la izquierda abertzale, se haya resuelto en este caso tan sencilla como apaciblemente, sin discrepancias y ni disidencias (Cfr. «¿Se trata de utilizar los foros burgueses para la propaganda revolucionaria?», publicado el 17 de agosto de este año). Ya entonces, algún comentario hacía referencia a la existencia real de un debate interno que no por mantenerse soterrado es menos real. Lo leí con escepticismo, lo admito. Nunca he creído demasiado en la efectividad del derecho a discrepar en el seno de organizaciones tan jerarquizadas, opacas y monolíticas como las que existen en ese ámbito. Pero hoy compruebo que me equivocaba. Se ve que, en el seno de la izquierda abertzale, todavía quedan algunos resquicios de coherencia; gentes que se resisten a dejarse engañar y a hacer lo contrario de lo que han propugnado con severa vehemencia durante los últimos lustros. No se han batido el cobre contra la legitimidad institucional española para que ahora vengan dos señoritos pretenciosos y les fuercen a comerse sus actitudes y sus discursos contrarios a la legitimación de la «institucionalidad pesudodemocrática española».

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La izquierda abertzale ha decidido participar con todas las de la ley en las elecciones generales convocadas para el 20-N. La decisión es suya y ha de ser respetada. Sin embargo, no es necesario gozar de una memoria especialmente prodigiosa para recordar que, desde el año 2000, venía haciendo una campaña tan intensa como agresiva en contra de la participación en estos comicios. Una campaña -es preciso subrayarlo- que no descansaba sobre razones coyunturales o de oportunidad vinculadas a las circunstancias del momento, sino sobre principios estratégicos y hasta ideológicos, de carácter estructural y permanente. De ahí la sorpresa -mayúscula sorpresa- que produce su cambio de actitud. Porque, cuando una formación política toma posiciones apelando a la coyuntura, nadie puede reprocharle que cambie de criterio, si las circunstancias han cambiado. Pero cuando las actitudes políticas se justifican invocando los principios, su alteración sugiere de inmediato la grotesca imagen de Groucho Marx, cuando decía aquello de “Estos son mis principios, si no le gustan, tengo otros”.

En las elecciones de marzo de 2000, propugnó la abstención con una tenacidad digna de encomio. Predicó el rechazo a los comicios españoles con una vehemencia difícilmente repetible. Y no fue -como algunos creen, ahora, sin duda equivocadamente- por efecto de la ilegalización. En aquella época no se había aprobado todavía la Ley de Partidos. Todas las siglas eran legales. A nadie se le impedía formar candidaturas y someterlas libremente al dictado de las urnas. Euskal Herritarrok -la sigla del momento- gozaba, pues, de plena libertad de movimientos. Empero, la izquierda abertzale hizo votos por la abstención, arguyendo que el boicot constituía el modo más claro y eficaz de plantarse ante unas instituciones impuestas, que vulneran nuestros derechos nacionales y niegan nuestra condición de nación diferenciada. La decisión -así se dijo- se situaba por encima de la coyuntura política. Era una posición de fondo; básica; de principio. Se ponía en juego nada menos que la dignidad de la nación vasca. Según afirmaba un documento interno de la izquierda abertzale, no era admisible andar a medias tintas; “no se puede -argüía- jugar al mismo tiempo allí (en Madrid) y aquí (en Euskadi). Es preciso -concluía- optar de una vez por todas entre Euskal Herria y España”.

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Rebuscando entre viejos -y no tan viejos- papeles, he encontrado el cartel que una organización juvenil de la izquierda abertzale difundió, con fruición, por todo lo largo y ancho de las tierras vascas, durante las semanas previas a las elecciones generales del 12 de marzo de 2000. Se trata de un cartel que, obviamente, hace votos por la abstención. Eran -recuérdese- tiempos de boicot. Los supremos gestores de la ortodoxia nacionalista exigían ignorar aquellos comicios y plantarse ante ellos. Participar en unas elecciones convocadas para cubrir las Cortes Generales de España era, para ellos, un pecado de lesa patria para un nacionalista vasco; la mayor y más grave infracción en la que un abertzale podía incurrir para con su nación.

Jugando con el sarcasmo, el cartel hacía un llamamiento a todos los españoles para que participasen en sus elecciones. En las elecciones de los españoles. En unas elecciones en las que bajo ningún concepto deberían participar las formaciones políticas de inspiración nacionalista vasca. «ESPAÑOLES -decía con letras mayúsculas el mensaje central del anverso- A VOTAR». Y renglón seguido añadía: «ARRIBA ESPAÑA, ARRIBA FRANCO, VIVA LA CONSTITUCIÓN». En la parte superior, una banda compuesta por fotografías en blanco y negro, reproducía, de izquierda a derecha, un retrato en blanco y negro de Almunia -que fue, recuérdese, el candidato del PSOE en aquellos comicios- Iturgaitz, Arzalluz, Aznar y Mayor Oreja.

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