Iniciamos el mes de diciembre. Entramos en la época en la que nuestros antepasados -al menos los que vivían en la costa y se dedicaban a la pesca- incorporaban a sus embarcaciones los instrumentos necesarios para atacar y, si la suerte les era propicia, capturar los balénidos que avistaban en el Cantábrico. En la tecnificada y urbanizada sociedad moderna, los condicionantes de la naturaleza -el cambio de estación, las evoluciones del clima o el estado de la mar- apenas alteran la vida cotidiana de la mayoría de nosotros. En la mayoría de los casos, no pasan de constituir un pretexto, muy socorrido por cierto, para entablar conversación con los desconocidos que encontramos en el ascensor. Sólo cuando la naturaleza se hace notar de modo excepcional -a través de tsunamis, huracanes, terremotos o similares- rompemos nuestra indiferente rutina gris para abrir los ojos a nuestro entorno prestar a estos fenómenos naturales la atención que merecen.
Pero no hace aún demasiado tiempo, el grueso de la sociedad -incluso aquí, en Europa- vivía de la agricultura, de la ganadería, del pastoreo o de la pesca. O de actividades profesionales relacionadas con el sector primario. Y se pasaba el día pendiente del tiempo y de las estaciones. Para ellos, las evoluciones del clima y el tránsito estacional constituían acontecimientos e hitos decisivos de su decurso vital.
Para los pescadores de nuestras costas, el día Santa Catalina, a finales de noviembre, daba comienzo una costera, la del besugo -«Santa Katalina noiz da beseuterako goiz da» reza el refrán-, que se prolongaba, aproximadamente, hasta el día de San Blas, en el mes de febrero. Ese era, también, por otra parte, el período de tiempo en el que más intensidad adquiría la presencia de balénidos en nuestras costas. Toda una oportunidad, porque tanto el besugo como la ballena reportaban, cuando el estado de la mar permitía salir a pescar y la temporada era buena, notables recursos a las comunidades pesqueras del Cantábrico.
Hoy quiero aprovechar esta fecha tan señalada del calendario laboral de nuestros abuelos, para hacerme eco en el blog una curiosa paradoja que hace años constaté gracias a las investigaciones que he desarrollado sobre el pasado institucional de los mareantes vascos. Los que me conocían antes de iniciar mi periplo por la política saben que mi tesis doctoral versó, precisamente, sobre las cofradías de mareantes del País Vasco. El post pretende igualmente lanzar un guiño de complicidad a mis paisanos de Bermeo que siguen con interés lo que escribo en esta bitácora a propósito del pasado y el presente de nuestro pueblo.
1.- Los balleneros bermeanos y su nulo reflejo en la documentación de la cofradía de mareantes
En un informe pericial que redactaron a principios de 1784 para dar cuenta del estado de conservación en el que se hallaba la estructura de la hoy desaparecida iglesia de Santa María de la Atalaya, los maestros de obra Gabriel de Capelastegui y Juan Martín de Uribeondo describieron con cierto detalle los dos blasones que se exhibían en la portada meridional de aquel imponente edificio eclesiástico. Con respecto al escudo de armas de la villa, que era uno de ellos, el informe observa que representaba “con la espuma y olas de la mar, y encima de el agua medio internada una Ballena arrogante y de mucha ferocidad, herida de saetas y lanzadas que están penetrando los marineros de un barco próximo puestos todos en ademán arrogante en orden y forma para la caza del citado animal acuestre” .
La curiosa descripción de los peritos Capelastegui y Uribeondo nos pone en relación con algo que a los bermeanos nos resulta muy familiar: la presencia, en el escudo de la villa, de una imagen –nada menos que la principal- en la que se representa la captura de una ballena; un detalle que no es privativo de nuestro pueblo -otros municipios de la costa cantábrica como Hondarribia, Getaria, Lekeitio o Castro Urdiales cuentan con emblemas similares- y que en todos los lugares en los que se registra, sirve para colegir la importancia que esta actividad revistió históricamente en el desarrollo económico del lugar.

Sello del Concejo de Bermeo de finales del siglo XIII. Representa a una embarcación capturando un cetáceo
Hay, sin embargo, un dato que siempre me ha llamado la atención. Aunque pueda resultar sorprendente, la actividad ballenera no aparece mencionada ni una sola vez en la documentación de la cofradía de Bermeo que aún se conserva. Ni el libro de cuentas de la primera mitad del siglo XVII, actualmente depositado en el Archivo Eclesiástico de Derio ni, por supuesto, los libros de acuerdos y cuentas correspondientes a la centuria siguiente, estos últimos en poder de la propia cofradía, contienen la más mínima referencia a la actividad ballenera que los bermeanos desarrollaron en nuestras costas a lo largo de ese periodo. ¿Cómo es posible -cabe preguntarse- que el gremio de mareantes de un municipio costero cuya vinculación histórica a la actividad ballenera ha quedado reflejada en el escudo de armas de la localidad, carezca de referencias documentadas a esta actividad? ¿Acaso es falsa la imagen que transmite el blasón de la villa? ¿Significa ello que el escudo oficial de Bermeo no refleja más que una imagen mítica, legendaria e idealizada que nunca tuvo correspondencia con la realidad?
2.- La actividad ballenera de los pescadores bermeanos está documentada hasta mediados del siglo XVII.
Digamos en primer lugar, para tranquilizar a los impenitentes apologistas bermeanos, que la dedicación histórica de nuestros antepasados a la captura de balénidos está suficientemente documentada como para que pueda ser puesta en cuestión. Fuentes solventes, fiables e inequívocas acreditan que, al menos hasta mediados del siglo XVII, la actividad ballenera gozó de una implantación no desdeñable entre los pescadores de nuestro pueblo. En sí mismo, por tanto, el rotundo silencio de la documentación gremial que aún se conserva, tan sólo indicaría que, muchos o pocos, pujantes o decadentes, los balleneros bermeanos no se encuadraban ya, desde los albores del siglo XVII, en el marco institucional de la cofradía de mareantes. Digamos que se dedicaban a esta actividad por libre, al margen de la hermandad de pescadores, y que, en consecuencia, sus avatares profesionales no quedaron registrados en los libros gremiales. Pero conviene aclarar, antes de avanzar con la exposición que, contra lo que algunos indocumentados defendieron en el pasado, no es cierto que las ballenas desaparecieran de la costa cantábrica entre los siglos XVI y XVII, provocando con ello, tal y como se llegó a decir, el declive y definitiva desaparición del sector económico que hasta entonces se había dedicado a su captura y comercialización. Antes al contrario, las fuentes disponibles permiten afirmar que, aun siguiendo una evolución decreciente, durante este período -el conformado por el quinientos y el seiscientos- los pescadores vascos capturaron un elevado número de balénidos en aguas del Cantábrico. Un volumen de capturas de entidad suficiente como para descartar la infundada tesis que hablaba de la irreversible extinción de la balaena biscayensis. Sirvan dos ejemplos para acreditarlo. En Getaria, que gozó de una fortísima tradición ballenera, durante estas dos centurias los pescadores de la localidad apresaron la impresionante cantidad de 350 balénidos. Veámoslo en el siguiente gráfico:
Años. |
Ballenas |
Cabrotes |
1575-1600 |
79 |
9 |
1601-1625 |
99 |
|
1626-1650 |
112 |
3 |
1651-1675 |
66 |
|
1676-1700 |
40 |
|
1701-1725 |
22 |
|
1726-1750 |
8 |
|
1751-1775 |
3 |
1 |
1776-1800 |
1 |
|
Total |
430 |
13 |
En Elantxobe, un enclave pesquero más modesto y no tan volcado en la práctica ballenera, el número de cetáceos capturados y traídos a puerto durante la segunda mitad del siglo XVII y la primera parte del siguiente, ascendió aproximadamente a 50. Véanse las cifras en el siguiente cuadro:
Años |
Ballenas |
Cabrotes |
1643-1650 |
11 |
4 |
1651-1700 |
23 |
3 |
1701-1725 |
1 |
|
1726-1749 |
|
1 |
Total |
35 |
8 |
Como claramente demuestran estos datos, la presencia de cetáceos en la costa cantábrica no fue precisamente irrelevante a lo largo de estas dos centurias. Si algo revela la documentación histórica -insisto en ello- es más bien lo contrario: que durante este período, las ballenas siguieron afluyendo a nuestros mares y que los pescadores de nuestras costas continuaron con la inveterada costumbre de salir a su encuentro para apresarlas, con arreglo al modo tradicional, traerlas a puerto y proceder a su despiece y comercialización. De ser cierta la tesis que nos hablaba de su extinción, hubieran sido imposibles las elevadas capturas que registran los documentos oficiales. Otra cosa es que estas -las capturas- hayan contribuido a acelerar aquella -la extinción de la especie-; pero esto es algo que, con ser probable, no estoy en condiciones de dar por acreditado en este momento. Por lo que se refiere a Bermeo, la documentación disponible no ofrece, de entrada, un panorama radicalmente distinto al de Getaria y Elantxobe. Los bermeanos iniciaron, también, el siglo XVII, con una dedicación más que notable a la actividad ballenera. Entre los numerosos pleitos que los mareantes de Bermeo mantuvieron con los pescadores de Elantxobe en torno a la captura de cetáceos dentro de los términos jurisdiccionales de la villa -que en el frente marítimo abarcaban desde la punta de Matxitxako hasta la isla de Izaro y desde esta hasta los arenales de Laida- existen documentos, fechados en este lapso temporal, que atestiguan, sin dejar margen a la duda, la dedicación de los bermeanos a la práctica ballenera. De entre ellos quisiera destacar unos cuantos que, sin afán alguno de exhaustividad, resultan suficientes para dar cuenta de la actividad que la comunidad pescadora de Bermeo desarrolló en la primera mitad del siglo XVII, en el ámbito de la captura de balénidos.
En el invierno de 1612, varias lanchas de Elantxobe avistaron tres ballenas en las inmediaciones de Ogoño, que se dispusieron a capturar de inmediato. Pero mientras se aprestaban para llevar a cabo la maniobra, irrumpieron en el lugar varias embarcaciones bermeanas que, según el relato de los elantxobetarras “…estorbaron e ynpidieron la muerte dellas a las dichas nuestras chalupas (…) tomandoles la delantera e ympediendo e aciendo fuerzas las echaron del dicho lugar (..) y los de la dicha armazón de bermeo las pasaron asta la ermita de San joan de la peña donde mataron una dellas y la llebaron a la dicha villa de bermeo y en ella vendieron . Dos décadas después, el 3 de diciembre de 1631, los balleneros bermeanos, es decir, los “…dueños y maestres y arponeros de las chalupas balleneras que han de nabegar en la costera presente del puerto de la dicha villa a ballenear según que havían de uso y costumbre…”, suscribieron un convenio con Pedro de Urazandia, vecino de la puebla de Ea, que se comprometió a “…servir y asistir en el cavo y punta de machachaco por atalayero desde la fecha de la escriptura hasta el dia del angel custodio de la guarda…” . El tenor literal del documento evoca la imagen de una actividad ballenera perfectamente organizada y jurídicamente formalizada, que no obedecía a una afición coyuntural o a un capricho del momento sino a una tradición secular y arraigada, basada en el “uso y costumbre”.

Escudo insertado en la fachada de la casa consistorial. Fue labrado en piedra de "jaspe", el año 1731, por el escultor de Gernika Andrés de Uribe. En la imagen central, luce la escena de la captura de la ballena
Otro documento fechado el 8 de enero de 1638, da cuenta de la venta de una ballena capturada el día de reyes de ese mismo año por los balleneros bermeanos Pedro de Arriola y Francisco de Barandica . El acto público de remate se llevó a cabo, siguiendo la práctica habitual “…debaxo de los colaterales de la Yglesia parroqual de señora Santa Eufemia…” . Y seis años después, el día 5 de diciembre de 1643, los mismos armadores Arriola y Barandica, “…dueños de sus barcos de ballenear…”, hicieron entrega a un vecino de Mundaka de “…una ballena muerta que tienen en el puerto menor desta dicha villa por ciento y diez ducados de moneda de vellón pagados para el día de año nuevo primero que biene…” .
Las referencias a los balleneros de Bermeo de principios siglo XVII podrían multiplicarse, sin demasiado esfuerzo, hasta conformar un cuadro más completo y documentado, pero creo que no son necesarias más citas para dar por sentado que, por esas fechas, la dedicación de los pescadores bermeanos a la captura de balénidos en la costa vasca, no constituía un relato legendario o una mera evocación histórica, sino una realidad palpable y documentada. Una realidad que, aun cuando no aparece reflejada en el libro de cuentas de la cofradía, tal y como he señalado ya, no por ello ha de considerarse inexistente.

Dubujo del escudo de Bermeo realizado por el escribano Juan Angel de Iradi en la primera mitad del siglo XIX
3.- Pero todo parece indicar que las prácticas balleneras de los bermeanos, cesaron definitiva e irreversiblemente a mediados del siglo XVII
Ahora bien, el examen de otras fuentes documentales de origen extragremial permite defender la tesis de que, por razones que no se explicitan por escrito y que hoy por hoy desconocemos, hacia mediados del siglo XVII, los pescadores de Bermeo decidieron abandonar, prácticamente por completo, la captura de cetáceos en el Golfo de Bizkaia, sin que después volvieran a retomarla de nuevo. Todo parece indicar que, por estas fechas, y en virtud ce causas que -insisto- no nos son conocidas, los pescadores bermeanos pusieron fin a sus inveteradas prácticas balleneras de un modo definitivo e irreversible. Durante las centurias siguientes, el puerto de Bermeo seguiría siendo uno de los enclaves pesqueros más pujantes de la costa cantábrica -de esto no hay duda-, pero los cetáceos ya no figurarían entre sus fuentes de riqueza. Su actividad extractiva se centraría, exclusivamente, en la captura de especies como el besugo, el atún, la merluza, la “abuxa” o el congrio. Las ballenas, dejarían, ya, de figurar en sus estadísticas de capturas.
Veamos, ahora, las fuentes informativas sobre las que descansa esta tesis.
Según una declaración prestada en 1680 por varios marineros de Lekeitio, para estas fechas, la dedicación de los bermeanos a los quehaceres balleneros era prácticamente nula. Francisco de Abendaño, por ejemplo, un mareante que al tiempo de prestar su testimonio era ya octogenario, lo que le permitía hablar con cierta perspectiva temporal, sostuvo que “…por ser el testigo maestro pinazero y averse ocupado y ocupa en dicha pesca de vallenas desde niño asta oy save muy bien por aberlo visto que los mareantes del dicho puerto de Bermeo an tenido muy poca armazón para pesca de vallenas sino es que de algún tiempo a esta parte ayan mexorado y el testigo no les ha visto matar vallena ninguna y solo a oydo dezir an muerto una no más…» . Su rotundo testimonio fue ratificado en el seno del pleito por otros pescadores del lugar en términos más o menos análogos.
Esta percepción de los mareantes lekeitiarras que depusieron ante la autoridad judicial, es ratificada por los Libros de fábrica de la Iglesia de Santa María de la Atalaya. En Bermeo, al igual que en otros muchos enclaves costeros del País Vasco, los mareantes estaban obligados a entregar para el sostenimiento del edificio parroquial, la lengua de todas las ballenas que capturasen. Pues bien, el más antiguo Libro de fábrica que hoy en día se conserva, que comienza en 1660, tan sólo registra un ingreso por este concepto, que tuvo lugar, concretamente, el año 1694. En las cuentas correspondientes a esa anualidad, un asiento registra la recepción de 300 reales de vellón, que entregó “…Domingo de Bidaechea los quales fueron sacados para dicha fábrica quando mataron una Ballena…” El dato es de una gran elocuencia. Si los asientos por este concepto hubiesen desaparecido en su totalidad de los libros de cuentas de fábrica, su inexistencia podría atribuirse a la prescripción de esta práctica contributiva y no a la desaparición de la actividad que gravaba. Empero, el hecho de que la contabilidad eclesial registre este único apunte contable al que hemos hecho referencia, permite columbrar que no fue la obligación de contribuir la que cesó, sino la actividad ballenera sobre la que tal obligación recaía.
Pero, ¿hasta qué fechas puede remontarse esta drástica disminución en la actividad ballenera de los mareantes bermeanos?
Como nos consta que, según hemos visto, en las primeras décadas del seiscientos la captura de cetáceos era una realidad incuestionable entre los mareantes de Bermeo, parece claro que el progresivo abandono de esta ocupación se produjo -o, cuando menos se acentuó de modo perceptible- hacia mediados de este siglo, para prácticamente desaparecer en la segunda mitad de la centuria.
Un último dato contribuye, también a ratificar esta conclusión. En el seno de un pleito suscitado en Deba el año 1710, diversos pescadores de la costa vasca fueron requeridos para prestar testimonio sobre el número de cetáceos que se había capturado en sus respectivos puertos durante los últimos años . Varios testigos de Getaria, Mutriku, Ondarroa y Bermeo comparecieron ante el Corregidor para cumplimentar esta diligencia. Pues bien, aunque las respuestas no son homogéneas -ya que cada uno de los deponentes tomaba como horizonte temporal de su declaración el número de años que venía actuando como pescador y, evidentemente, no todos tenía la misma edad- puede apreciarse con claridad que los testigos de Bermeo son, con diferencia, los que menor número de cetáceos citan. En efecto, si tomamos como referencia, únicamente, los testimonios que mayor número de capturas registran en cada puerto, ya que las declaraciones son memorísticas y no siempre coinciden, podemos confeccionar el siguiente cuadro:
Puerto |
Número de años |
Número de cetáceos |
Getaria |
48 |
102 |
Mutriku |
40 |
22 |
Ondarroa |
45 |
26 |
Bermeo |
30 |
3 |
Como puede apreciarse en el cuadro, el potencial ballenero de Bermeo durante las últimas décadas del siglo XVII y la primera del siguiente era ya ostensiblemente menor que el de otros enclaves del litoral vasco, incluso de menor población y potencia naval. Pero es que, además, en el testimonio prestado por los pescadores bermeanos se aprecia un detalle que reviste una gran elocuencia. La declaración de los testigos que procedieron de Getaria, Mutriku y Ondarroa, especificaban que, las ballenas, trompas y jibartes que en cada caso enumeraban, eran, literalmente, las que “…an muerto los mareantes de esta villa…”; es decir, las que cada uno de ellos había visto capturar en su puerto de origen durante el número de años especificado. Los deponentes de Bermeo, sin embargo, omiten toda referencia al hecho de la captura, y refieren que las tres ballenas que citan, “…se havían vendido en el puerto mayor desta dicha villa..”. La diferencia es, como puede verse, enormemente significativa, si se tiene en cuenta que, en virtud de una escritura de transacción suscrita en 1547, los pescadores de Elantxobe que apresaban ballenas en los términos jurisdiccionales marítimos de la villa de Bermeo, estaban obligados a pagar tributo para el sostenimiento de la iglesia de Santa María, lo que les empujaba, con frecuencia, para ahorrarse esfuerzo y dinero, a desembarcar sus capturas en el puerto de Bermeo.
Los hechos son los descritos, pero la pregunta sigue en pie: ¿por qué razón decidieron los pescadores bermeanos abandonar la actividad ballenera hacia mediados del siglo XVII?
Hablando de pescadores vascos, me trae a la memoria algo que me contó un guía en Islandia, hace tiempo ya.
En el siglo XVIII Islandia se hallaba sometida a una Dinamarca imperialista.
Este país -a la manera de las Compañías de las Indias de Inglaterra, o de Holanda- creó la Compañía Danesa de Islandia, que controlaba el comercio de esta isla.
Bajo el férreo puño danés, los islandeses tenían prohibido todo comercio exterior que no pasara a través de la Compañía.
Sin embargo, los isleños encontraron la manera de sortear este obstáculo, comerciando bajo cuerda con los pescadores vascongados que faenaban en sus aguas, y se abastecían en sus costas o se abrigaban en ellas cuando el temporal.
Para poder mejor entenderse, tuvieron la idea de confeccionar un diccionario Islandés-Vascuence. Fue el primer diccionario que nunca tuvo la Lengua Islandesa; quizá fuera también el primer diccionario que nunca tuvo la Lengua Vasca……….
..pero de eso, ya sabrás mas tu que yo.
Feliz Año Nuevo.
Joder, Erkoreka, el texto es largo, pero muy interesante para los que nos gusta la historia de nuestros pescadores. Zorionak.
Siempre me ha llamado la atencion la atencion que le presta mi abuela a la mar.
Saludos.
Erkoreka, me gustaría tomar estas fotos para incluirlas en un libro que estoy haciendo para un vasco que estuvo en Groenlandia, sobre la pesca del bacalao, y que hace referencia en su texto a los sellos y el escudo que se muestran en estas fotos; por ello te pido permiso para poder copiarlos e imprimirlos. No se trata de una obra editorial ni pública, sino de una edición de un solo ejemplar privado.
Por supuesto que puede usted coger lo que quiera. Un cordial saludo