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Archive for 30 de enero de 2011

Hace unos días publiqué un post en el que me esforzaba en resumir la compleja y no siempre fácilmente comprensible  situación política que atraviesa el Líbano (ver «Día y medio en el Líbano«, publicado el 4.01.11). En tan sólo dos semanas, los puntos de tensión que apuntaba en el comentario han provocado cambios no desdeñables en el tablero político de este interesante país del Oriente Próximo. Ante la resistencia del primer ministro, Saad Hariri, a ceder a las exigencias del bloque pro-sirio, que apuesta por boicotear el trabajo del Tribunal Especial para el Líbano négándole el apoyo y la financiación que require, Hezbolá ha decidido forzar su sustitución por un candidato más afín. Las condiciones que este partido-milicia de inspiración chií ha impuesto al primer ministro -hijo, por cierto, del que murió, el  año 2005, en el atentado que enjuicia el citado Tribunal Especial– han sido francamente leoninas: «o te prestar a seguir nuestras indicaciones o propiciamos tu relevo». Y asi ha ocurrido. Como Hariri no puede -ni moral ni políticamente- romper con el órgano judicial establecido por las Naciones Unidas para enjuiciar el atentado terrorista que acabó con la vida de su progenitor, Hezbolá ha forzado su destitución, con el objetivo confesado de reemplazarlo por otro que esté dispuesto a ceder a sus pretensiones.

Frente a la sede del Parlamento del Líbano

Hezbolá goza de un inmenso poder en el Líbano. Lo sucedido con Hariri es una elocuente muestra de ello. El partido de dios no sólo no ha tenido dificultad para hacer efectivo el cese de Hariri, sino que ha sido capaz, también, de encontrar otro candidato sunní -el primer ministro, según las normas constitucionales que rigen en el Líbano, siempre ha de pertenecer a esta confesión- dispuesto a ocupar el puesto del mandatario cesado: un empresario multimillonario que se llama Najib Mikati.

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Durante los últimos años, el deporte de élite se desenvuelve bajo la tenebrosa sombra del dopaje. Con una periodicidad tan creciente que llega hasta la frontera de la alarma, los medios de comunicación nos dan cuenta de operaciones antidopaje impulsadas por la policía o por las estructuras federativas, que ponen en cuestión la limpieza de trayectorias deportivas que, hasta minutos antes, considerábamos deslumbrantes y hasta modélicas. Desde que el canadiense Ben Johnson cayera del pedestal en el que le situó aquel deslumbrante oro olímpico que arrebató a Carl Lewis en los 100 metros lisos, la nómina de deportistas de alto nivel cuya carrera de éxitos se ha visto salpicada por la mancha del doping, ha incrementado ostensiblemente. Los aficionados al deporte no tenemos ni para sustos. Para cuanto descubrimos un nuevo valor en el ciclismo, en el atletismo o en el remo -el listado no es exhaustivo, evidentemente-  salta el escándalo y el entusiasmo se transforma en decepción.

Mariano Rajoy en un acto electoral junto a deportistas de élite afines al PP

El último episodio ha puesto bajo sospecha a Marta Domínguez, una atleta aguerrida, tenaz y aparentemente bien dotada para la competición, a la que hemos visto más de una vez haciendo podium en la difícil prueba de los 3000 obstáculos. Su asunto se encuentra todavía en manos de los jueces, por lo que conviene ser cautos. No me importa reconocer, sin embargo, que me gustaba verle correr y que sentía por ella, a la que acompañaba un halo de mujer disciplinada y sacrificada, una simpatía que nunca he ocultado. Me refiero a su dimensión deportiva, claro está, porque no he tenido la ocasión de conocerle personalmente. Veremos cómo concluye la causa.

Hace muy pocos días, Marta Domínguez concedió una entrevista al diario El Mundo, que la cabecera de Pedrojota publicó en la edición del 26 de enero. Más allá de su posible responsabilidad en la operación Galgo, a la que se consagra, lógicamente, el grueso de la interviú, la atleta castellana afirma que, en todo ese asunto, su vinculación al PP le ha perjudicado. La declaración me ha sorprendido, no lo niego. Y ha despertado mi interés, tampoco lo voy a negar. ¿Puede la afinidad o el compromiso político perjudicar a un deportista de élite en una sociedad, abierta, plural y democrática? “No debería”, respondo de inmediato. Pero sé perfectamente que no siempre lo que debe ser coincide con lo que es. Y Marta Dominguez tiene su propia explicación:

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