Hace unos días publiqué un post en el que me esforzaba en resumir la compleja y no siempre fácilmente comprensible situación política que atraviesa el Líbano (ver «Día y medio en el Líbano«, publicado el 4.01.11). En tan sólo dos semanas, los puntos de tensión que apuntaba en el comentario han provocado cambios no desdeñables en el tablero político de este interesante país del Oriente Próximo. Ante la resistencia del primer ministro, Saad Hariri, a ceder a las exigencias del bloque pro-sirio, que apuesta por boicotear el trabajo del Tribunal Especial para el Líbano négándole el apoyo y la financiación que require, Hezbolá ha decidido forzar su sustitución por un candidato más afín. Las condiciones que este partido-milicia de inspiración chií ha impuesto al primer ministro -hijo, por cierto, del que murió, el año 2005, en el atentado que enjuicia el citado Tribunal Especial– han sido francamente leoninas: «o te prestar a seguir nuestras indicaciones o propiciamos tu relevo». Y asi ha ocurrido. Como Hariri no puede -ni moral ni políticamente- romper con el órgano judicial establecido por las Naciones Unidas para enjuiciar el atentado terrorista que acabó con la vida de su progenitor, Hezbolá ha forzado su destitución, con el objetivo confesado de reemplazarlo por otro que esté dispuesto a ceder a sus pretensiones.
Hezbolá goza de un inmenso poder en el Líbano. Lo sucedido con Hariri es una elocuente muestra de ello. El partido de dios no sólo no ha tenido dificultad para hacer efectivo el cese de Hariri, sino que ha sido capaz, también, de encontrar otro candidato sunní -el primer ministro, según las normas constitucionales que rigen en el Líbano, siempre ha de pertenecer a esta confesión- dispuesto a ocupar el puesto del mandatario cesado: un empresario multimillonario que se llama Najib Mikati.