El fin de año marca un momento que todo el mundo aprovecha, de una u otra manera, para hacer balance de los últimos doce meses y perfilar planes de cara a la anualidad que comienza. Y en esto, los parlamentarios, a los que tantas veces se nos tiene por seres absolutamente desconectados de la realidad social, no deberíamos ser una excepción. En consecuencia, voy a dedicar este post a reunir algunos datos y a aportar otras tantas reflexiones en torno a lo que ha dado de sí el año que toca a su fin y a lo que cabe esperar del que arranca su singladura. Se trata de percepciones subjetivas, obviamente. Las mías. Pero procuraré que descansen sobre datos objetivos y no sobre puras intuiciones.
En el Congreso de los Diputados, la vida parlamentaria experimentó un giro decisivo el día 12 de mayo de 2010. Aquella comparecencia de Zapatero ante el Pleno de la cámara baja, en la que anunció el riguroso ajuste del gasto público que le imponían las instituciones europeas, tras una semana de infarto en la que el logro histórico del euro estuvo a punto de irse por el sumidero, marcó, claramente, un antes y un después en el escenario político. Hasta entonces, el presidente del Gobierno se aferraba aún a la tesis de que había dos maneras de afrontar la crisis económica: la fórmula progresista, que se esfuerza en reactivar la economía procurando no pulverizar el sistema de protección social, ni arrojar a la cuneta a los más sectores desfavorecidos, y la fórmula de la derecha que aboga, simple y llanamente, por aprovechar la oportunidad de la crisis para adelgazar el sector público y desmantelar el Estado del bienestar. Él se abonaba a la primera, por supuesto: “Mientras yo sea presidente -prometía pocas semanas antes- no se recortarán las políticas sociales”. Y frente a su posición, socialmente comprometida con la protección de los más débiles, acusaba al PP de ser el principal valedor de la opción neoliberal.