Ayer participé en la bendición de un buque hecho en Euskadi; una draga construida en los astilleros de Murueta y culminada en las instalaciones que esta empresa de construcción de buques tiene en los muelles de Erandio. Ha sido un acto bonito y estimulante, como todos los de sus características. Con sendos discursos del armador y del gerente del astillero, la preceptiva oración del cura y la decisiva intervención de la madrina, que cortó el lazo que retenía la botella de champán para que pudiera estrellarse, como exige el protocolo, contra el casco de la embarcación.
El buque, una sofisticada draga de última generación, capaz de succionar fango de 60 metros de profundidad, ha sido construido para la empresa pública francesa Dragages Ports, adscrita al organismo público Puertos de Francia. El encargo le fue encomendado a Astilleros Murueta, tras un rigurosísimo proceso de selección en el que participaron 22 astilleros de todo el mundo: desde holandeses, hasta koreanos. Dragages Ports estableció el cuadro básico de especificaciones que debían cumplir las ofertas y eran los propios astilleros los que habían de desarrollar la tecnología necesaria para dar respuesta a los requerimientos fijados para la licitación. Algunas empresas se retiraron del concurso, porque consideraron que aquellas especificaciones eran imposibles de cumplir. Estimaron -dicho en otros términos- que, con el conocimiento científico hoy disponible, no era posible dar una respuesta tecnológica viable a semejantes requerimientos. Así se hizo un corte inicial en el que sólamente quedaron 8 candidatos. La competencia, en esta segunda fase, fue bastante más dura. Los contendientes eran astilleros de grandes dimensiones y dilatada experiencia en la construcción de buques de altas prestaciones tecnológicas. Pero finalmente, ocurrió lo que en un principio parecía increíble: la adjudicación recayó en Astilleros Murueta, que asumió el encargo de construir dos dragas básicamente iguales.