Fue con ocasión de una entrevista que mantuve con una emisora del radio de las muchas que pueblan el universo mediático conservador en España. Estábamos hablando sobre el acuerdo presupuestario suscrito con el Gobierno y el conductor del programa me preguntó inesperadamente por la pretensión, a su juicio innecesaria ydesaforada, de reservar la denominación «txakoli» para los caldos producidos en el País Vasco con arreglo a la normativa establecida por los respectivos consejos reguladores. Me extrañó que en una entrevista de carácter general, programada, en principio, para tener una duración aproximada de cinco minutos, me interrogasen sobre una cuestión tan sectorial y concreta. «No es muy normal», pensé. Por otra parte, me llamó la atención, también, el tono recriminador que advertí en el locutor al hacerme la pregunta. Tras sus palabras me pareció adivinar un cierto reproche por aprovechar la debilidad parlamentaria del PSOE para forzar la aprobación de una iniciativa tan caprichosa como desmesuradas: «¿Es que alguien pone en duda el origen vasco del txakolí?», me espetó, entre sarcástico y airado. Supuse que la pregunta se refería a una iniciativa que por aquellos días se había aprobado, a instancias del Grupo Parlamentario vasco, en la Comisión de Medio Ambiente del Congreso y respondí, escuetamente, que la citada resolución no era algo excepcional en relación con los vinos y las uvas vinificables reconocidas y protegidas por la ley, porque la cámara había adoptado acuerdos similares en relación con caldos de otras denominaciones.
Cuando regresé al despacho expresé mi extrañeza por la relevancia que el entrevistador había concedido a ese asunto, pero los responsables de prensa me pusieron inmediatamente en antecedentes. Una hora antes, la versión digital de un diario escrito había publicado un titular en el se advertía que «el PNV se crece» por el acuerdo presupuestario suscrito con el Gobierno y pide la exclusividad de la voz txakoli para el vino de las características prefijadas en la normativa correspondiente que se elabore en el ámbito territorial del País Vasco. Contra todo pronóstico, la cuestión, llamada, en principio, a circular por un cauce local y muy sectorial, había adquirido una relevancia mediática bien notable. Y lo que es peor, estaba siendo interpretada como una imposición arbitraria del PNV a un Gobierno sumiso y complaciente, al que no le quedaba más remedio que ceder sin rechistar ante las pretensiones cada vez más infundadas e incompresibles de unos nacionalistas vascos «crecidos», arrogantes y envanecidos. Hasta ahí nada nuevo bajo el sol. Por aquellos días no era infrecuente que la prensa habitualmente crítica con el PSOE, se dedicase a interpretar las noticias que concernían al PNV como «trágalas» infumables que la formación nacionalista imponía al Gobierno para hacer valer su superioridad en la transacción recientemente cerrada. Pero lo cierto es que, la verdad de lo ocurrido, nada tenía que ver con aquella manera de ver las cosas.