Según el diccionario de la Real Academia de la Lengua, llámase finta al «ademán o amago que se hace con intención de engañar a alguien». Se trata de una voz muy utilizada en el lenguaje boxeístico, para referirse a esos gestos rápidos con los que un púgil hace ademán de golpear, pero sin lanzar efectivamente el puño, provocando en el contrario una reacción defensiva que en realidad resulta innecesaria, porque el ataque no se produce. También en el cuadrilátero político resulta usual hablar de fintas cuando se quiere aludir, irónicamente, a lo que alguien -un partido político, un líder, un Gobierno o un presidente- parece que va a hacer, pero no hace.

En las últimas semanas estamos asistiendo a una interminable concatenación de fintas cruzadas, con las que los socialistas y los populares advierten una y otra vez que están a punto de romper el pacto que les une en Euskadi, pero sin que las advertencias lleguen a cumplirse. No hay que dejarse engañar. Sólo se trata de fintas. Simples fintas, que amagan sin dar y amenazan sin golpear. Veamos, brevemente, lo que hasta el momento constituye el último eslabón de la cadena.
Eguiguren decía el pasado viernes que si el PP «no nos deja hacer lo que debemos hacer, deberíamos romper». Y aunque Patxi López -el principal perjudicado de la hipotética ruptura que planteaba Eguiguren- dedicó el resto del día a templar gaitas, acariciando con ternura el lomo de sus socios preferentes -y hasta la fecha exclusivos-, Rubalcaba señaló desde Madrid que «con Eguiguren he manifestado muchas veces mi acuerdo, también mi desacuerdo y siempre mi simpatía». Como se ve, no quedó muy claro si la idea de romper con el PP en el supuesto de que no les dejen hacer «lo que deben hacer», forma parte de los acuerdos que el ministro de Interior mantiene con Eguiguren, o se sitúa en la zona de descuerdo. En cualquier caso, se puede dar por hecho que, no por haber defendido esa tesis ha perdido Eguiguren la simpatía que Rubalcaba se la profesa «siempre».
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