Sucedió, si no recuedo mal, hacia finales de 2005. El presidente chino Hu Jintao cursaba una visita de Estado a España, en el marco de una gira estratégica que le condujo a varios Estados europeos. Con ese motivo, se organizó una recepción en el Palacio Real. La asistencia fue masiva. El salón estaba a rebosar. Concurrieron al acto decenas de empresarios y hombres de negocios con inversiones y/0 intereses económicos en China. Tampoco faltó, como cabe suponer, una notable representación institucional. Los portavoces parlamentarios del Congreso estábamos, también, invitados al encuentro y allí me presenté, en los minutos previos a la hora oficialmente establecida, lleno de curiosidad y con ganas de entablar contactos.
Conservo en la memoria la conversación que aquel día mantuve con un joven chino que ocupaba un alto cargo en la Administración de su país y, por ese motivo, formaba parte del séquito que acompañaba al presidente en su periplo europeo. Tomó asiento en una silla próxma a la mía y eso nos permitió entablar un diálogo que, pese a su brevedad, evolucionó con total naturalidad desde lo estrictamente protocolario a un terreno abiertamente político. Me identifiqué como portavoz del Grupo Parlamentario vasco y le faltó tiempo para interpelarme sobre lo que significaba eso de Basque.