Ayer, domingo, tuve ocasión de recorrer una de las rutas más emblemáticas de la amplia red de senderos que cubren el territorio de La Palma: la conocida como ruta de los volcanes. Antes de iniciar el recorrido, estaba convencido de que, tras haber visitado el parque de Timanfaya, en la isla de Lanzarote, había visto ya todo lo que un lego en la materia puede aspirar a ver en el ámbito de lo volcánico. Todo lo que no sea una erupción, evidentemente, que es -supongo- el mayor espectáculo al que nos puede aproximar la vulcanología. Al concluir el recorrido me dí cuenta de que estaba equivocado. Timanfaya es algo impresionante. Creo que nadie que lo haya visitado lo podrá negar. Pero la ruta de los volcanes, que comunica el refugio de El Pilar con el municipio de Fuencaliente, ambos en La Palma, constituye todo un alarde paisajístico, conformado por conos de diferentes edades, cráteres ocluídos, geología, cenizas y colorismo volcánicos. Cada cono tiene su propia historia y su específica influencia en el entorno geofísico y en la memoria y el imaginario de los palmeros. Desde el correspondiente al volcán San Juan, que comenzó a echar fuego el 24 de junio de 1949, hasta el de San Antonio, ya a la altura de Los Canarios, o el de Teneguía, el más joven, que despertó en 1971, uno no se cansa de disfrutar contemplando las caprichosas formas y la diversidad de colores que adoptaron la lava, las cenizas y las bombas que salieron despedidas de los cráteres durante sus respectivas erupciones.

El recorrido no es corto -tiene aproximadamente 19 kilómetros- y el accidentado terreno -en parte pedregoso y en parte arenoso, según predominen los restos de las bombas, la lava o las cenizas- dificulta, junto con los rigores del sol veraniego, el tránsito de los viandantes. Pero el esfuerzo merece la pena. Con agua para hidratarse y protección solar, el sendero es factible incluso para quienes no sean caminantes consagrados. El trazado discurre, por cierto, por el lugar en el que se encuentra una falla, de las que se dice que, si sigue abriendose al ritmo actual, podría llegar a provocar el desprendimiento de una parte de la isla, levantando un tsunami que arrasaría buena parte de la costa este americana, desde Canadá hasta el sur de Brasil. Hay científicos que no dejan de alertar sobre el riesgo de que se produzca esta catástrofe. Pero tampoco faltan los que desprecian las alarmas, negando el peligro. Y todos, claro está, con similar autoridad académica y parecido bagaje argumental. Por el momento, sólo se puede decir que el entorno en el que se encuentra la falla constituye un lugar agradable y sumamente apacible, poblado con ejemplares jóvenes de pino canario. Nada hace sospechar que en un marco tan tranquilo pueda estar germinando una hecatombe de alcance continental. Pero también es cierto que, hasta donde llega la memoria humana, las erupciones volcánicas de La Palma fueron todas repentinas. Sin aviso.
Durante el viaje, un senderista que me reconoció me preguntó a ver qué hacía tan lejos de la política. «¿Lejos?», le respondí. «Creo que se equivoca». En los últimos tiempos la política está plagada de notas típicamente volcánicas. La economía se encuentra en plena erupción, como supongo que no se le ocultará y los movimientos sísmicos no permiten abrigar la esperanza de que el vocán de la crisis vaya a quedar inactivo en breve plazo. «Por lo demás -añadí- la ruta que estamos recorriendo tiene muchos puntos en común con el tránsito por el mundo de la política. Todo el trayecto está plagado de cráteres de diferentes épocas, ya ocluídos, pero que dejaron cicatrices en el camino, estimulando la memoria, los temores y el esfuerzo de los caminantes. La política no es nada sin los estímulos de la memoria, los temores y el esfuerzo». No le hablé de la ambición, que es, también, un factor clave en política, confiando en que sería él quien introdujese ese elemento en la conversaciones. No erré. En cuestión de segundos, repuso: «¿Y dónde deja usted la ambición?». «Para usted y para mí -respondí- la ambición consiste, aquí y ahora, en llegar hasta el final del trayecto. Que no es poco con esta canícula». Ambos sonreímos y derivamos la conversación hacia el paisaje y las islas que se divisaban en el horizonte.

Volcán San Martín
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