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Archive for agosto 2011

No hace falta que nadie intente convencerme sobre las bondades del equilibrio presupuestario. Comparto plenamente la regla básica de que, por norma general, no se debe gastar más de lo que se ingresa. Se trata de una regla saludable y plausible de buena gestión económica que vale -o debería valer- para todo tipo de entidades: para las familias, para las administraciones públicas y también, aunque muchas veces no se note, para los equipos de fútbol. Con carácter general, no se debe gastar lo que no se tiene. Esa es la regla básica.

Ahora bien, todo lo que esta regla tiene de positiva, prudente y razonable, desaparece completamente a partir del momento en el que se incorpora, con carácter imperativo, a la norma más rígida del ordenamiento jurídico, que es la Constitución. Como pauta básica de gestión económica, la regla es excelente. Pero como norma constitucional es funesta.

Cuando lo que es de sentido común se tiene que expresar a través normas rígidas y coercitivas, pierde completamente todo lo que tiene de sentido y todo lo que tiene de común. Y esto es, a mi entender, lo que sucede con la reforma constitucional planteada de consuno entre el PSOE y el PP; que rompe la máxima que en mi opinión debe guiar el equilibrio presupuestario: preconizar sí, constitucionalizar no. Preconizar sí, porque el equilibrio presupuestario, prudentemente gestionado, contribuye eficazmente a garantizar la sostenibilidad de las finanzas públicas. Pero constitucionalizar no, porque, como toda regla general, la del equilibrio presupuestario ha de tener sus excepciones. Y la rigidez de la carta magna es incompatible con la flexibilidad y al buen sentido que ha de presidir la gestión de esas excepciones.

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Ayer tuve ocasión de disfrutar, por primera vez, de las fiestas de Bilbao de este año. La intensa agenda parlamentaria que la crisis y la proximidad de las elecciones nos ha impuesto a los diputados durante este mes de agosto, me habían impedido, hasta la fecha, aproximarme al recinto festivo de la Aste Nagusia. Era el día grande las fiestas. Lo que en nuestros tiempos mozos se conocía como el viernes gordo. La climatología era excelente, la concurrencia notable y el ambiente envidiable. No se respiraban aires de recesión. Las calles estaban a rebosar de gente apuntándose a las más diferentes atracciones del programa festivo. Un hostelero me confesó que, pese a la crisis, la recaudación de este año estaba siendo colosal. ¿Qué más se puede pedir para unas fiestas?

Sin embargo, no siempre han discurrido las cosas de esta manera. Durante varios lustros, el viernes gordo de Bilbao solía ser escenario de ruidosas batallas campales. Ese día, el Ayuntamiento tenía por norma colgar las tres banderas oficiales en la fachada de la casa consistorial, cosa que no ocurría en el resto del año. Aquello era tenido como una afrenta por determinados grupos y grupitos de conocida filiación política y, con ese motivo, se organizaban manifestaciones, revueltas y algaradas que concluían indefectiblemente frente a la sede del consistorio, con enfrentamientos y actos de violencia que se producían, en muchos casos, al grito de «PNV español». Solían ser episodios enconados y muy agresivo. Recuerdo que, en una ocasión, los manifestantes consigueron romper el cerco policial e irrumpieron en las dependencias municipales, donde provocaron múltiples estropicios: se rompieron ordenadores, se destrozó material de oficina y se arrojaron por las ventanas muebles, estanterías, expedientes y otros efectos similares. La consigna era -recuérdese- construir Euskal Herria, destruyendo todo lo que se encontrase sobre ella.

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Hace unos días tuve ocasión de conversar -hacía tiempo que no se me presentaba esa oportunidad- con un militante de Esquerra Republicana de Catalunya que ocupó escaño en el Congreso de los Diputados durante la pasada legislatura. Intercambiamos impresiones en torno a la situación política, las tribulaciones del Gobierno central y los desafíos ante los que nos sitúa la crisis economíca. También hablamos de futuro, claro está; de los próximos comicios y de lo que cabía esperar de ellos. De las amabiciones nacionales de Catalunya y Euskadi.

Le vi preocupado por las tensiones internas que agarrotan a su formación política y por el hundimiento que, según las encuentas, experimentan sus expectativas electorales. Parece claro que no están atravesando un buen momento. Ni como organización, ni como proyecto, ni como opción atractiva para el votante. Conviene recordar, con respecto a este último aspecto que, la evolución electoral de ERC durante la última década, ofrece un perfil llamativo. Cuando yo llegué al Congreso, el año 2000, Esquerra sólo tenía un diputado. Era Joan Puigcercós, que se encuadraba en el Grupo Mixto. La inconmensurable ayuda de Aznar, con aquella despiadada campaña que desplegó contra Carod Rovira por el encuentro de Perpignan, hizo que, en las elecciones de 2004, los republicanos catalanes incrementasen notablemente su representación en la cámara baja, pasando de uno a ocho escaños. No falla. Cuanto más feroces son, mayores beneficios reportan a sus destinatarios las campañas mediáticas de desprestigio y criminalización que orquesta la derecha española. Después vino la experiencia del tripartito en Catalunya, con el decisivo papel que ERC desempeñó en su constitución, diseño y actuación. No se puede decir, precisamente, que los votantes premiasen a Esquerra por la decisión de embarcarse en aquél proyecto. En las elecciones generales de 2008, su candidatura perdió cinco de los escaños que controló en la legislatura precedente. Su representación en el Congreso quedó reducida a tres diputados. Y ahora, según parece, los estudios demoscópicos amenazan con la posibildad de regresar, de nuevo, a los niveles del año 2000: un solo diputado. De confirmarse las previsiones de las encuestas, no nos encontraríamos, ciertamente, ante un periplo muy gratificante.

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Si el Lehendakari Aguirre levantara la cabeza y viese lo que está ocurriendo en Europa, comprobaría, con satisfacción, que se van cumpliendo buena parte de sus vaticinios que en su día formuló a propósito de la evolución que había de experimentar la estructuración política del continente. Y encontraría motivos para expresar, una vez más, y con el entusiasmo que en él era habitual, el encendido europeísmo que inspiró el grueso su trayectoria política. 

Aguirre anticipó que el proceso de unificación europea, imprescindible en un mundo crecientemente globalizado e entrelazado, iba a forzar la transformación del vetusto modelo de Westfalia -formado por una pléyade de Estados independientes, soberanos y formalmente iguales entre sí- en un modelo radicalmente distinto, en el que la soberanía de los Estados iba a verse minimizada, como consecuencia de la presión ejercida sobre ellos por la globalización económica y los procesos de integración. La inevitable cesión de soberanía a Europa, en el marco de una unión política que por aquel entonces empezaba ya a adquirir una entidad no desdeñable, constituyó la base argumental desde la que Aguirre formuló sus augurios y expresó su fervoroso europeísmo.

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El pasado 13 de agosto se cumplió el quincuagésimo aniversario del inicio de la construcción del muro de Belín. Y hace muy pocos días se completaban 20 años desde que fracasó el golpe de estado que los sectores más reaccionarios de la URSS promovieron contra el proceso de reformas y de apertura política integrado en la perestroika de Gorbachov. Pese a la aureola vacacional que le rodea, el mes de agosto está preñado de hitos históricos de extraordinaria fuerza alegórica. En un mes de agosto comenzó a erigirse lo que el transcurso del tiempo convirtió en el emblema plástico de la política de bloques y de la Guerra Fría. Y en otro mes de agosto, treinta años después, se produjo el acontecimiento político que representa, simbólicamente, el principio de la desintegración soviética.

El golpe de estado contra Gorbachov convulsionó la cancillerías de Europa y del mundo. Parecían apagarse  de repente todas las tenues luces que durante los meses previos se habían ido encendiendo en las tinieblas soviéticas. Y en sintonía con las cancillerías, los medios de comunicación transmitieron a los ciudadanos  inquietantes señales de alarma y preocupación. Las ilusiones depositadas en el esfuerzo aperturista que venía desarrollando el presidente de la URSS, empezaban a desvanecerse. Sin embargo, no tardaron en manifestarse los primeros destellos de esperanza. La imagen de Boris Yeltsin encaramado a lo alto de un carro de combate y hablando a la multitud a través de un megáfono dio la vuelta al mundo. Muchos le vieron como el bauarte simbólico de la resistencia al golpe. Alguno le reprochó, tiempo después, el hecho no haber sabido bajarse del machito con la misma dignidad con la que se subió a él en los momentos más delicados del conflicto, pero ese es un grano que no corresponde moler ahora. Lo cierto es que, en los días siguientes, todos fuimos viendo con alivio y satisfacción, que la iniciativa golpista fracasaba y que el pueblo llano iba apoderándose poco a poco de la calle, para expresar su deseo de no dar marcha atrás y de seguir avanzando por la vía reformas iniciada por Gorbachov. 

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Los medios de comunicación se han hecho eco, estos días, con bastante profusión, de una declaración que Martín Garitano hizo el pasado viernes en el marco de una conferencia que pronunció en la Universidad Catalana de verano. Y se han fijado de manera especial en la estricta acotación territorial desde la que el Diputado General de Gipuzkoa desaprobó -si es que realmente puede considerarse una desaprobación, la mera afirmación de que los atentados de  Hipercor y de Vic, así como el que acabó con la vida con Ernest Lluch fueron un «error»- los crímenes cometidos por ETA a lo largo de su existencia. Los perpetrados en Catalunya -sostuvo Garitano- fueron un «error». ¿Y los materializados en otros territorios?, se preguntó más de uno al escuchar sus palabras. ¿Los que tuvieron lugar en Euskadi, por ejemplo? ¿O los que se cometieron en Madrid?  Sobre todos esos, nada dijo el Diputado General. Al parecer, no toca hacerlo todavía. No es el momento.

Por dos veces, ERC e ICV, apartaron, en Catalunya, al candidato nacionalista que ganó las elecciones, para dejar la presidencia en manos de los socialistas. Ahora, Garitano asegura querer trabajar con ellos «codo a codo».

Sin pretender quitar relevancia alguna a este aspecto de la conferencia, quisiera centrarme ahora en otro punto de su intervención que apenas ha sido reseñado por la prensa y, sin embargo, encierra, a mi entender, una importancia de primer orden de cara a indagar en la estrategia electoral e institucional en la que se encuentra embarcada la coalición a la que representa Garitano. Dicen los periódicos que el Diputado General de Gipuzkoa abrió la puerta a colaborar con las formaciones independentistas catalanas, como ERC y Solidaritat, y a trabajar «codo con codo» con ellas en los asuntos de interés común. Incluso sugirió -reseñan las crónicas- la posibilidad de asociarse con ERC para formar grupo parlamentario en el Congreso de los diputados, en el supuesto de que ninguna de las dos formaciones consiga reunir el número de diputados reglamentariamente exigido para constituir un grupo propio».

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El candidato que en las próximas elecciones generales encabezará la lista del PSOE al Congreso por la circunscripción de Madrid -nótese que no hablo del candidato socialista a la presidencia del Gobierno, dado que, aunque no se note, nos hallamos ante unos comicios parlamentarios y no presidenciales- está desarrollando una actividad frenética durante el mes de agosto. Se le ve hiperactivo. No para. Todos los días –todos, sin excepción- comparece ante los medios de comunicación para lanzar algún mensaje de campaña. Y no hay asuntos, por complejos o sectoriales que sean, que queden sustraídos a su reflexión preelectoral. Un día habla de los tipos de interés, al día siguiente habla del impuesto de Patrimonio y al tercer día de la conveniencia de prescindir de las Diputaciones provinciales.

Diputación Provincial de Zaragoza

Durante esta semana ha generado cierta polémica su referencia a las Diputaciones provinciales, de las que afirmó, hace unos días, que forman parte «de una estructura del siglo XIX» que, a su modo de ver, habría que «replantearse». Su análisis, que expresó en público en el marco de la Universidad Menéndez Pelayo de Santander, sonó rotundo y contundente: «Si las diputaciones –sostuvo- quieren seguir haciendo lo que están haciendo ahora, creo que sobran». Y añadió: «hay que cambiar el funcionamiento» de estas entidades para «adecuarlo» a los otros tres niveles administrativos, el municipal, el autonómico y el estatal, que «ya están consolidados».

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Una de las cosas que más me ha llamado la atención del complejo de reflexiones, deliberaciones y conversaciones que están teniendo lugar al hilo de la propuesta formulada por Bildu para conformar una candidatura abertzale unitaria de cara a las próximas elecciones generales, es la escasa contestación que la idea ha recibido desde las filas de la izquierda abertzale. Parece que nadie se opone a la propuesta. Nadie plantea la más mínima objeción. Todo el mundo la aplaude. Da la sensación de que, súbitamente, todo el bagaje argumental que durante años se ha utilizado para denostar la participación en las elecciones generales, a la que se ha llegado a considerar como un acto de servilismo españolista, impropio de formaciones auténticamente abertzales, se ha esfumado en el aire, o ha perdido la fuerza de convicción que antaño le acompañaba.

Pegatina preconizando la abstención en las elecciones de 1977

Si uno echa un vistazo atrás y recuerda lo que se dijo e hizo desde la izquierda abertzale en vísperas de las elecciones generales de 1977, así como lo que en ese entorno político se ha venido defendiendo desde entonces con respecto a la presencia en las instituciones representativas del Estado español, no puede dejar de sorprenderse ante la mansedumbre, docilidad y hasta complacencia con la que ha sido acogida la propuesta verbalizada ante los medios de comunicación por la «independiente» de Bildu Jone Goirizelaia.

Tras la muerte de Franco, todas las formaciones políticas, colectivos, coordinadoras, agrupaciones, grupos y grupúsculos empezaron a tomar posiciones de cara a la etapa que se abría. Ya no se trataba de organizar la resistencia desde la clandestinidad, sino de hacer política a la luz de día.  El panorama iba a cambiar de modo radical. Era preciso acomodar la acción política a los nuevos tiempos, con estrategias, lemas y argumentos adaptados a las nuevas circunstancias.

A principios de 1977, visto ya el resultado del referéndum celebrado los meses anteriores para la ratificación de la reforma política, la Koordinadora Abertzale Sozialista (KAS) inició un debate interno sobre la pertinencia de participar o no en las elecciones constituyentes que habían de celebrarse a lo largo de ese año. Era la primera cuestión sobre la que habia que pronunciarse. Inicialmente, ETA (pm) era partidaria de participar, mientras la rama militar de esa misma organización – los milis– hacía votos por el boicot. Los primeros argüían que la participación en los comicios permitía dar concreción a los planteamientos teóricos que venían defendiendo en torno al poder popular. Los segundos, por su poarte, consideraban que la lucha armada y su protagonismo en ella, dejarían de tener sentido si KAS concurría a las elecciones españolas, legitimando el Estado español y desdibujando su perfil resistente y revolucionario. Claro que, apelando a la autoridad de Lenin, cuyo pensamiento formaba parte, al menos entonces, del acervo común y compartido por ambas ramas, los polimilis descalificaban la actitud abstencionista de sus oponentes, como propia del «izquierdismo infantil». Por aquello -ya se sabe- de que el izquierdismo es la enfermedad infantil del comunismo.

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Ayer, domingo, tuve ocasión de recorrer una de las rutas más emblemáticas de la amplia red de senderos que cubren el territorio de La Palma: la conocida como ruta de los volcanes. Antes de iniciar el recorrido, estaba convencido de que, tras haber visitado el parque de Timanfaya, en la isla de Lanzarote,  había visto ya todo lo que un lego en la materia puede aspirar a ver en el ámbito de lo volcánico. Todo lo que no sea una erupción, evidentemente, que es -supongo- el mayor espectáculo al que nos puede aproximar la vulcanología. Al concluir el recorrido me dí cuenta de que estaba equivocado. Timanfaya es algo impresionante. Creo que nadie que lo haya visitado lo podrá negar. Pero la ruta de los volcanes, que comunica el refugio de El Pilar con el municipio de Fuencaliente, ambos en La Palma, constituye todo un alarde paisajístico, conformado por conos de diferentes edades, cráteres ocluídos, geología, cenizas y colorismo volcánicos. Cada cono tiene su propia historia y su específica influencia en el entorno geofísico y en la memoria y el imaginario de los palmeros. Desde el correspondiente al volcán San Juan, que comenzó a echar fuego el 24 de junio de 1949, hasta el de San Antonio, ya a la altura de Los Canarios, o el de Teneguía, el más joven, que despertó en 1971, uno no se cansa de disfrutar contemplando las caprichosas formas y la diversidad de colores que adoptaron la lava, las cenizas y las bombas que salieron despedidas de los cráteres durante sus respectivas erupciones.

El recorrido no es corto -tiene aproximadamente 19 kilómetros- y el accidentado terreno -en parte pedregoso y en parte arenoso, según predominen los restos de las bombas, la lava o las cenizas- dificulta, junto con los rigores del sol veraniego, el tránsito de los viandantes. Pero el esfuerzo merece la pena. Con agua para hidratarse y protección solar, el sendero es factible incluso para quienes no sean caminantes consagrados. El trazado discurre, por cierto, por el lugar en el que se encuentra una falla, de las que se dice que, si sigue abriendose al ritmo actual, podría llegar a provocar el desprendimiento de una parte de la isla, levantando un tsunami que arrasaría buena parte de la costa este americana, desde Canadá hasta el sur de Brasil. Hay científicos que no dejan de alertar sobre el riesgo de que se produzca esta catástrofe. Pero tampoco faltan los que desprecian las alarmas, negando el peligro. Y todos, claro está, con similar autoridad académica y parecido bagaje argumental. Por el momento, sólo se puede decir que el entorno en el que se encuentra la falla constituye un lugar agradable y sumamente apacible, poblado con ejemplares jóvenes de pino canario. Nada hace sospechar que en un marco tan tranquilo pueda estar germinando una hecatombe de alcance continental. Pero también es cierto que, hasta donde llega la memoria humana, las erupciones volcánicas de La Palma fueron todas repentinas. Sin aviso.

Durante el viaje, un senderista que me reconoció me preguntó a ver qué hacía tan lejos de la política. «¿Lejos?», le respondí. «Creo que se equivoca». En los últimos tiempos la política está plagada de notas típicamente volcánicas. La economía se encuentra en plena erupción, como supongo que no se le ocultará y los movimientos sísmicos no permiten abrigar la esperanza de que el vocán de la crisis vaya a quedar inactivo en breve plazo. «Por lo demás -añadí- la ruta que estamos recorriendo tiene muchos puntos en común con el tránsito por el mundo de la política. Todo el trayecto está plagado de cráteres de diferentes épocas, ya ocluídos, pero que dejaron cicatrices en el camino, estimulando la memoria, los temores y el esfuerzo de los caminantes. La política no es nada sin los estímulos de la memoria, los temores y el esfuerzo». No le hablé de la ambición, que es, también, un factor clave en política, confiando en que sería él quien introdujese ese elemento en la conversaciones. No erré. En cuestión de segundos, repuso: «¿Y dónde deja usted la ambición?». «Para usted y para mí -respondí- la ambición consiste, aquí y ahora, en llegar hasta el final del trayecto. Que no es poco con esta canícula». Ambos sonreímos y derivamos la conversación hacia el paisaje y las islas que se divisaban en el horizonte.

Volcán San Martín

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Son muchos los que piensan que el acuerdo estratégico suscrito en Euskadi entre el PSOE y el PP con el fin de apear al PNV de las instituciones autonómicas e iniciar un proceso de acumulación de fuerzas españolistas orientado a erosionar, desde las propias instituciones, el arraigo social y las bases electorales de las que goza el nacionalismo vasco, constituye un fenómeno exclusivo del País Vasco. Se equivocan. El conocido como modelo vasco de colaboración españolista está siendo aplicado también en Canarias. En La Palma, por ejemplo, los dos puntales partidarios del nacionalismo español, el PSOE y el PP, han puesto en marcha, tras las últimas elecciones municipales y autonómicas, una operación idéntica a la que en 2009 les llevó a orillar al PNV de la responsabilidad de gobernar en Euskadi. Han pactado arrebatar a Coalición Canaria la alcaldía y, por tanto, el gobierno local, de todos aquellos municipios en los que, pese a haber ganado las elecciones, la representación institucional de la que goza la formación nacionalista se vea superada por la suma de los concejales socialistas y populares.

La nueva presidenta del Cabildo de La Palma. ¿Hasta cuando?

La operación es idéntica a la que vienen ensayando en el Parlamento vasco durante el último bienio. Han conformado un frente españolista granítico, que nunca falla, con el único designio de despojar a Coalición Canaria de toda responsabilidad de gobierno en el nivel local. Allí donde suman un voto más que la formación nacionalista, se unen apasionadamente en santa y patriótica alianza, para apoyarse mutuamente y ponerse al volante de la institución. Y el acuerdo se está aplicando a rajatabla. Sin matices ni excepciones.

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