Hace unos días tuve ocasión de ojear una entrevista que el ex ministro de Cultura César Antonio Molina concedió al diario La Razón (28.07.11). Molina no es de los ministros que han dejado huella. No pasará a la historia por su fuerte personalidad, por su talla política o por haber imprimido una orientación novedosa a la gestión cultural. Su paso por el Congreso ha sido casi imperceptible: alguna comparecencia, contadas interpelaciones y muy pocas preguntas orales. De su imagen en la cámara sólo recuerdo que, cuando tomaba la palabra, en la tribuna o en el escaño, se le veía inseguro y nervioso, siempre rigurosamente apegado al texto escrito.
En la entrevista se presenta como un hombre sosegado y razonable, de hondas convicciones políticas y apasionado por las diferentes expresiones del hecho cultural. De sus respuestas, sin embargo, hay una que me ha sorprendido soberanamente, por la extremada simpleza y la confusión conceptual que destila. Cuando el entrevistador le interroga si, en España, como parece, sólo se consideran cultura «el cine y los cantantes de música pop», el ex ministro responde: