Los socialistas vascos viven obsesionados con la idea de visibilizar el cambio. Cuando se abrazaron a los populares en aquel sagrado gesto patriótico que se propuso poner en valor la profunda españolidad del País Vasco -del País vasco-español, se entiende, el otro es consustancialmente francés- prometieron promover el cambio. Su propósito era el cambio. Y con el fin de expresar gráficamente este designio, se intitularon, precisamente, como el Gobierno del cambio.

Socialistas vascos junto a una imagen de Pe
Pero no es fácil impulsar el cambio en una sociedad compleja y heterogénea como, sin duda, es la vasca de los albores del siglo XXI. Y menos aún cuando, quien pretende hacerlo es un Gobierno del que desconfían nada menos que 2 de cada 3 vascos. Así nos lo dijo, al menos, el Euskobarómetro del mes de mayo.

En esta segunda entrega reproduzco un artículo que Lluch publicó en los diarios vascos del grupo Vocento el 19 de octubre de 1995. Leído casi tres lustros después, produce, inevitablemente, impresiones distintas a las que suscitó en el momento en el que fue publicado. En 1995, Aznar no había accedido todavía al poder. Y se encontraba más lejos aún de gobernar con la mayoría absoluta que las urnas le dieron en las elecciones generales del año 2000. Entonces, pocos entendían la idea de que, en Euskadi, un balance histórico del último siglo y medio arroje una nómina de nacionalistas españoles más extensa e intensa que la que nutre las filas del nacionalismo vasco. Entonces, todavía, la ingenua opinión pública asumía a pies juntillas el simplista y falaz esquema de que el nacionalismo es, por definición, exclusivamente vasco. Ahora, tras el paso de Aznar por el Gobierno español, que despertó en Euskadi entusiásticos fervores españolistas, sabemos que, haciendo abstracción del reducido colectivo de auténticos no-nacionalistas, entre los vascos hay nacionalistas vascos y nacionalistas españoles. Y es que, cuando un vasco se siente español…, hay que reconocer que lo hace de verdad. Con auténtica pasión. Con un fervor incontenible. Y lo que es peor, con una violenta pulsión impositiva. Con el obsesivo empeño de imponer su sentimiento a todos sus conciudadanos, les guste o no les guste.
Este domingo, el excelso presidente que dirige los destinos de la Euskadi del cambio -de esta Euskadi en la que, por fin, empieza a amanecer de verdad- nos premió a los afortunados ciudadanos que tenemos la suerte de residir en esta Arcadia feliz en la que su ingente labor de estadista está convirtiendo el País Vasco, con cuatro entrevistas -cuatro- publicadas en otros tantos diarios. Improbo esfuerzo el suyo, después de las merecidas vacaciones que ha disfrutado.
Al hilo de las entradas sobre Pedro Eguillor que la semana pasada introduje en el blog, algunos amigos se han interesado por los trabajos de Ernest Lluch que cito en el primero de ellos. Esos que tan poco gustaron a Jon Juaristi y que, al parecer, siguen provocando su santa irritación.
Ayer empezamos a calentar motores en el Congreso de los Diputados. La Diputación Permanente se reunió para debatir y, en su caso, acordar, las solicitudes de comparecencia solicitadas por diferentes grupos parlamentarios.


