Ayer empezamos a calentar motores en el Congreso de los Diputados. La Diputación Permanente se reunió para debatir y, en su caso, acordar, las solicitudes de comparecencia solicitadas por diferentes grupos parlamentarios.
En realidad, el Congreso de los Diputados no ha dejado de trabajar durante el verano. Excepto en las tres primeras semanas de agosto, ha mantenido la tensión habitual de una cámara empeñada en fiscalizar la labor del Gobierno y exigir a sus miembros todo tipo de cuentas y razones por lo mal hecho y por lo no hecho que se debió hacer. Nada que ver con el Parlamento vasco que, allá a finales del mes de junio, decidió, a instancias de la coalición gubernamental, proteger al Ejecutivo de López del incómodo acoso de la oposición, y liberarle del enojoso lastre de tener que presentarse ante el Parlamento para dar explicaciones por sus actos y omisiones. Y así ha sido. En Madrid, durante el caluroso estío en el que nos encontramos, se han celebrado un pleno –para ser más precisos uno en el Congreso y otro en el Senado- con un orden del día bastante denso, por cierto, tres Diputaciones Permanentes y media docena de comisiones.