En un viaje que recientemente cursé a San Petersburgo -una ciudad deslumbrante como pocas- me llamó señaladamente la atención, un comentario, aparentemente frívolo e irrelevante, que la persona que guiaba la visita nos hizo al cruzar el puente Aníchkov; una de los numerosas pasarelas que atraviesan los centenares de canales que se abren en la parte vieja de la ciudad.

Una de las figuras que adornan el puente Aníchkov
En cada uno de los cuatro extremos del puente, se erige una escultura de bronce que representa a un hombre intentando reducir a un caballo. Son cuatro figuras soberbias, que fueron magníficamente trabajadas a mediados del siglo XIX por un escultor de origen francés, pero afincado en Rusia desde su más tierna infancia, que respondía al nombre de Piotr Clodt. La disposición del hombre y del equino es distinta en cada una de ellas, pero todas cuatro responden al designio común de simbolizar, mediante la alegoría de la «doma del caballo», la superioridad del ser humano sobre las fuerzas brutas de la naturaleza; una supremacía que se expresa en la capacidad de someterlas a su control y dominarlas.