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Archive for 21 de abril de 2011

El miércoles por la noche, apenas dediqué unos minutos a ver -en televisión, por supuesto- la final de la copa que enfrentó al Real Madrid con el FC Barcelona. Dicen que la emisión rompió marcas de audiencia televisiva. Es posible. El partido prometía. Pero yo, insisto, sólo pude ver los últimos veinte minutos del segundo tiempo. Del resultado final fui informado por terceras personas después de concluida la prórroga. Sin embargo, en el breve tiempo del que dispuse para seguir el partido en directo, tuve ocasión de apreciar una interesante circunstancia simbólico-iconográfica: la hinchada madridista, al contrario que la catalanista, blandía numerosas -y, en algunos casos, enormes- banderas españolas. Y en la prensa de hoy he observado, no sin sorpresa, que el capitán del equipo vencedor, Iker Casillas, subió al palco a recoger la copa ornamentado con una bandera rojigualda, que llevaba estrechamente anudada a la cintura como si fuera una falda escocesa.

Si la bandera con la que Casillas cubrió sus muslos hubiese sido merengue, su imagen no hubiese ocasionado motivo alguno de extrañeza. Se supone que cada uno exhibe con orgullo los colores de su equipo. Tampoco hubiese resultado chocante verle exhibiendo la bandera de la Comunidad de Madrid, con sus siete estrellas blancas, o el emblema de la capital del Reino, con el escudo del oso y el madroño.  Al fin y al cabo el equipo lleva el nombre de Madrid, aunque sean francamente pocos los madrileños que juegan en sus filas. También los seguidores del Barça blandieron senyeras, en una actitud que me parece lógica y comprensible, porque su equipo es catalán y el contrario no. Pero los tifosi del Madrid no enarbolaban banderas madrileñas, sino rojigualdas; un símbolo teóricamente compartido por los dos equpos.

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Sucedió, si no recuedo mal, hacia finales de 2005. El presidente chino Hu Jintao cursaba una visita de Estado a España, en el marco de una gira estratégica que le condujo  a varios Estados europeos. Con ese motivo, se organizó una recepción en el Palacio Real. La asistencia fue masiva. El salón estaba a rebosar. Concurrieron al acto decenas de empresarios y hombres de negocios con inversiones y/0 intereses económicos en China. Tampoco faltó, como cabe suponer, una notable representación institucional. Los portavoces parlamentarios del Congreso estábamos, también, invitados al encuentro y allí me presenté, en los minutos previos a la hora oficialmente establecida, lleno de curiosidad y con ganas de entablar contactos.

Conservo en la memoria la conversación que aquel día mantuve con un joven chino que ocupaba un alto cargo en la Administración de su país y, por ese motivo, formaba parte del séquito que acompañaba al presidente en su periplo europeo. Tomó asiento en una silla próxma a la mía y eso nos permitió entablar un diálogo que, pese a su brevedad, evolucionó con total naturalidad desde lo estrictamente protocolario a un terreno abiertamente político. Me identifiqué como portavoz del Grupo Parlamentario vasco y le faltó tiempo para interpelarme sobre lo que significaba eso de Basque.

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