Las consultas soberanistas que se han estado celebrado en Catalunya durante los últimos meses han suministrado abundante pasto para alimentar el numeroso y bien nutrido ganado mediático de Madrid. Tras la sesión del pasado domingo, que sirvió para dar por cerrado el proceso y hacer recuento, en las columnas y tertulias han proliferado los comentarios críticos, básicamente orientados a censurar la iniciativa -a la que han endosado todo tipo de calificativos ridiculizantes como, por ejemplo, charlotada, mascarada o referendum de la señorita Pepis- y a cargar las tintas contra la incoherencia de los partidos y los líderes políticos que juegan al desconcierto llevando a cabo gestos y actuaciones que, a juicio de sus redactores, resultan contradictorios. Nihil sub sole novum.
Entre la vorágine de improperios y descalificaciones, se ha llamado especialmente la atención sobre el diferente comportamiento que han tenido las dos cabezas visibles de CiU -Mas votó a favor, pero Durán se negó a votar- y se ha insistido de manera singularmente enfática, sobre la contradicción que -al parecer- entraña, apoyar las consultas soberanistas y negarse a respaldar la iniciativa parlamentaria de Solidaritat Catalana per la Indepèndencia, que propone la inmediata puesta en marcha de un proceso de independencia para Catalunya.