Hace casi uno año, publiqué una modesta crónica preelectoral sobre Perú, en la que consigné algunas de las impresiones de primera mano que había recibido en un viaje recientemente cursado al país andino (Véase «Perú en clave electoral», publicado el 10.05.10). Hoy, una vez desarrollada la primera vuelta de las elecciones presidenciales, quisiera retomar el asunto al hilo de ciertos comentarios que se han publicado en torno a la «diabólica» disyuntiva a la que, según parece, se enfrentan los votantes peruanos en la segunda vuelta. Decía Raúl Rivero que «muchos peruanos creen que tienen que elegir entre una cucharada de veneno y un nudo corredizo». Crudo dilema, ciertamente. No menos drástico se presentaba el premio Nobel Vargas Llosa, al calificar la situación como una «disyuntiva entre el cáncer y el sida».
La encrucijada electoral que algunos presentan en términos tan dramáticos es, muy sintéticamente, la de tener que elegir entre Ollanta Humala y Keiko Fujimori, que son los dos candidatos que han superado la primera vuelta. A estas alturas del proceso, ya no quedan más alternativas. O se opta por el militar de inclinaciones chavistas, o se vota por la hija y heredera política de Alberto Fujimori. Tertium non datur.
¿Y por qué -se preguntan algunos- es preciso organizar una segunda vuelta? ¿Qué sentido tiene? ¿Qué beneficios reporta?