En el mundo académico, se acostumbra a señalar con el calificativo de seminales aquellos trabajos de investigación que fecundan la tarea de los científicos, sentando las bases de una ampliación cualitativa de los horizontes del conocimiento. En el momento en el que se llevan a cabo, no siempre resulta posible percibir su potencialidad y vaticinar el desarrollo que han de tener en el futuro. Y en la mayoría de los casos, sólo pasan a reconocerse como seminales cuando el transcurso del tiempo permite apreciar que fueron decisivos para abrir líneas de estudio que con posterioridad han rendido grandes frutos en la ardua lucha que todos los científicos libran contra las tinieblas del desconocimiento. Hay ocasiones, sin embargo, en las que, desde el mismo momento en el que se producen, se puede intuir que, pese a su modestia, una determinada investigación abre el paso hacia rutas investigadoras enormemente esperanzadoras.
También en política sucede a veces que un determinado acontecimiento, aparentemente anecdótico o irrelevante, constituye el germen de una gran renovación en el escenario político o de un notable cambio de panorama. La historia registra numerosos ejemplos de hechos inicialmente intranscendentes que, sin embargo, constituyeron el embrión de grandes transformaciones sociales y políticas.
Estos últimos días han tenido lugar una serie de hechos políticos que podrían llegar a alcanzar -veremos si el paso del tiempo avala o desautoriza estas impresiones iniciales- la categoría de seminales. Hechos que no parecen revestir especial transcendencia, pero que podrían -insisto en el uso del condicional- encerrar la clave de lo que marcará la cotidianeidad política de los próximos años.