El lunes de esta semana, día 25 de julio, era festivo en Euskadi. También en Madrid tenía carácter de feriado. La atmósfera vacacional era claramente perceptible en los aeropuertos de Loiu y Barajas. No así en el de Estambul, donde reinaba el trasiego habitual. Se nota el papel de gozne que este aeropuerto desempeña en el intenso tráfico aéreo que comunica el oriente con el occidente. Europeos con uniforme de ejecutivo se dan cita en sus terminales y salas de espera, con cientos de musulmanes, de los más diversos orígenes geográficos, rigurosamente ataviados a la usanza típica de su religión. Al aeropuerto Atatürk es un auténtico crisol de culturas y de lenguas. Ya avanzada la tarde, volví a embarcar de nuevo -era el tercer avión que tomaba en la jornada- con rumbo al aeropuerto Heydar Aliyev de Bakú. El desplazamiento tenía lugar en el marco del viaje que una delegación de la Comisión de Asuntos Exteriores del Congreso de los Diputados ha llevado a cabo a Azerbaiyán, invitado por el Parlamento de este país, en el marco del conjunto de actos que está llevando a cabo para festejar el vigésimo aniversario de su independencia.
Aunque la atropellada celeridad con la que se producen las noticias en este comienzo de siglo, haga, con frecuencia que, los acontecimientos de hoy eclipsen a los de ayer y condenen al olvido a los de anteayer, en el mes de agosto que está a punto de comenzar se cumplirán dos décadas -exactamente veinte años- del frustrado golpe de Estado contra Gorbachov que provocó el estallido de la URSS y abrió paso a la independencia de las antiguas repúblicas soviéticas de Estonia, Letonia, Lituania, Georgia, Armenia, Azerbaiyán, Tayikistán, Kirguizistán y Moldavia. El comunismo soviético fue una auténtica cárcel de naciones. El derecho de autodeterminación, sobre el que tan enfáticamente teorizó Lenin -y también Stalin- pasó a desempeñar un papel meramente ornamental en la Constitución de la URSS. Se reconocía, en un plano teórico, el derecho de todas las repúblicas que integraban la Unión a romper lazos con la misma, pero la bota de Moscú -la bota militar, obviamente- se ocupaba de abortar con métodos expeditivos los más leves intentos que afrontar su efectivo ejercicio.