“Sí, pero no”, dice Antonio Gutiérrez en un artículo de opinión que vio la luz en el diario El País del pasado 1 de julio. “Sí, pero no”. Afirmación, seguida de negación. O dicho en otros términos: respaldo e inmediato rechazo. Vistas las circunstancias, cualquier mente malvada hubiera tendido a pensar que el ex secretario general de Comisiones Obreras –lo fue, si no me equivoco, nada menos que entre 1987 y 2000- dice que sí a la posibilidad de continuar gozando de las mieles de la presidencia de la Comisión de Economía del Congreso de los Diputados -de la que no consta que haya dimitido o que vaya a dimitir a corto plazo- pero dice no a los sinsabores que inevitablemente entraña someterse a la disciplina del Grupo Parlamentario Socialista, en el momento en el que este ha de avalar las impopulares medidas de ajuste que la UE ha sugerido al Gobierno de Zapatero para plantar cara a la crisis. Y se hubiese echado a reír recordando, con el refranero que “sopas sin sorber, no puede ser”. Pero Antonio Gutiérrez lleva años ejercitándose en el difícil arte de ubicarse en una posición moralmente superior a la del resto de los mortales y, en su caso, parece posible deglutir el plato de sopa hasta el último fideo, sin perder la compostura ni dar la impresión de que se está incurriendo en una bajeza antiestética y éticamente inasumible. No, él es diferente.
Antonio Gutiérrez ha votado que sí a la convalidación del Real Decreto-Ley que modifica la regulación de la Negociación Colectiva. Es decir, ha hecho exactamente lo mismo que el resto de los diputados del Grupo Socialista, ni más, ni menos. Esto es, seguir puntualmente las instrucciones impartidas por la diputada que marca con los dedos de la mano derecho el sentido del voto que han de emitir todos los componentes de su Grupo en relación con cada una de las iniciativas que se someten al escrutinio de la cámara. Sin embargo, Antonio Gutiérrez dice, ahora, en el artículo citado, que la reforma que entonces apoyó, no le gusta. Y quiere dejar constancia inequívoca de que, si al principio dijo que sí, ahora se afianza en un “rotundo no”. Hasta ahí, nada nuevo. La vida parlamentaria es así. A veces hay que respaldar iniciativas que a uno no le acaban de satisfacer en todo o en parte. No hay político mínimamente relevante, ni parlamentario digno de consideración, que no se haya tenido que comer algún sapo de este tipo a lo largo de su trayectoria como servidor público. Otra cosa es que el no con el que se rectifica el sí inicial no vaya acompañado de una dimisión o de la advertencia de que, en la próxima ocasión, se romperá con la disciplina del Grupo Parlamentario.
Ahora bien, ¿cuál es la razón por la que el ex secretario de CCOO se muestra, ahora, tan disgustado con el contenido del Real Decreto-Ley?
Gutiérrez sostiene en su artículo que la última reforma de la Negociación Colectiva constituye un generoso regalo para los empresarios y una nueva afrenta para los trabajadores. Es libre de pensar así. Personalmente creo que algunas de sus afirmaciones son, cuando menos, matizables, pero no tengo intención alguna de pasar a refutar sus planteamientos. No es ese, al menos, el propósito que me anima en este momento. Sorprende, es cierto, que un ex secretario general de CCOO avale con su voto una norma que, a su juicio, incurre en semejantes desaguisados contra la clase obrera y erosiona tan gravemente el status legal de los trabajadores. Pero tampoco me siento con autoridad para lanzar la primera piedra contra un diputado que -al menos en apariencia- incurre en una contradicción tan chocante. Él sabrá si realmente se cree lo que dice de la reforma y si, en caso afirmativo, encontró o no razones suficientes para, pese a todo, brindarle su apoyo. Y él sabrá, en fin si, lo que ha hecho le impone la obligación moral dimitir o si su conciencia queda suficientemente tranquila con la publicación de un artículo en El País en el que carga todas las culpas contra “los grupos nacionalistas” del Congreso de los diputados; esos que “siempre barren para casa”; esos que promueven los “cambalaches” que “envilecen” la política:
Lo que más me ha sorprendido del artículo es lo que Gutiérrez califica de “el colmo”. A Gutiérrez, un sindicalista de honda raigambre y profunda convicción, no le echa para atrás la sangría que, según su propio diagnóstico, perpetra el Real Decreto-Ley en los derechos de los trabajadores, no. Lo que le saca de quicio es el hecho de “ceder ante los grupos nacionalistas que los convenios autonómicos puedan prevalecer sobre los nacionales”. Esto último le parece sencillamente intolerable. Si sólo hubiese sido por el ataque que la reforma –siempre según su opinión- lleva a cabo en contra de los derechos de los trabajadores, Gutiérrez no hubiese tenido reparo alguno en votar a favor de la convalidación. Pero “a la vista del apaño final -afirma-, que no conocí hasta después de la votación […] quiero dejar claro mi rotundo no”.
¿Y cual es ese “apaño final” que ha llevado a Gutiérrez transitar del sí al no? Pues nada más y nada menos que la cesión realizada a favor de los “grupos nacionalistas”, que trocaba, por sí mismo, lo aceptable en repudiable. Es decir, la aceptación de que “los convenios autonómicos puedan prevalecer sobre los nacionales”. Creo que se entiende, ¿verdad? A Gutiérrez no le inquieta demasiado la claudicación del Gobierno en la defensa de los trabajadores. Lo que le enerva es que, en la estructura territorial de la Negociación Colectiva, el ámbito negociador autonómico, prevalezca, en caso de concurrencia, sobre el ámbito estatal. No le importa la afrenta a los trabajadores, sino la afrente a España.
El ex secretario general de CCOO rememora aquella mañana del 22 de junio anotando que “tanto el PP como los nacionalistas habían decidido el día anterior abstenerse respecto del decreto y promover su posterior tramitación como ley. Sin embargo –añade- una vez hubieron percibido que el Gobierno mismo vinculaba su suerte a la aprobación del decreto, empezó el baile. Los tres grupos pasaron al voto negativo, pero vascos y catalanes, tras bailar con los populares la mayor parte de la sesión, terminaron cambiando de pareja en el último instante y retornaron a la abstención, previo pago por el Gobierno de un alto precio sin reparar en sus consecuencias”. Hasta aquí el relato de Gutiérrez.
Desconozco cuales son las fuentes que han nutrido la información de Gutiérrez pero puedo asegurar que, al menos en lo que se refiere al PNV, que es de lo que puedo hablar con conocimiento de causa, su narración es absolutamente falso. Sencillamente, disparatada. Además de maniquea, evidentemente; el empeño de Antonio en dejar demostrado que en el episodio que describe ha habido buenos -los suyos- y malos -“el PP y los nacionalistas”- es demasiado patente. Pero lo que ahora me interesa destacar es, sobre todo, el hecho de que el relato que aporta como base de su reflexión, no se corresponde con la realidad. Le sirve, probablemente, para lavar su cara y recomponer su figura ante sus antiguos compañeros de acción sindical, pero es puro cuento. El PNV ni había decidido abstenerse “el día anterior” -de hecho, nunca hizo pública su posición- ni bailó “con los populares la mayor parte de la sesión” -de hecho, se pasó toda la mañana negociando con el Gobierno y el Grupo Socialista- ni cambió de pareja “en el último instante”, porque no habló con los populares más que para comunicarles, a requerimiento de estos, lo que había decidido al hilo de la evolución de las negociaciones.
Más aún, por lo que atañe al PNV, puedo asegurar que tan pronto como leí la redacción que la reforma da a los artículos 83 y 84 del Estatuto de los Trabajadores y la comparé con la que estos dos preceptos tenían antes de su modificación, supe que no íbamos a respaldar la convalidación a menos que el Gobierno se comprometiera firmemente y por escrito a cambiar el texto durante su tramitación como proyecto de Ley. Y esa fue la posición que defendimos sin desmayo, la mañana de autos, la víspera, e incluso la semana previa. Lo del “baile” con el PP durante la sesión del 22 de junio es pura fabulación de Antonio Gutiérrez. O coartada para justificarse a sí mismo, vaya usted a saber.
Pero… permítaseme una breve aproximación al asunto. El artículo 84 del Estatuto establecía antes de la última reforma que “En todo caso […] los sindicatos y las asociaciones empresariales que reúnan los requisitos de legitimación de los artículos 87 y 88 de esta Ley, podrán, en un ámbito determinado que sea superior al de empresa, negociar acuerdos o convenios que afecten a lo dispuesto en los de ámbito superior…”. Tras la modificación, este mismo precepto dispone que “Salvo pacto en contrario […] los sindicatos y las asociaciones empresariales que reúnan los requisitos de legitimación de los artículos 87 y 88 de esta Ley podrán, en el ámbito de una Comunidad Autónoma, negociar acuerdos o convenios que afecten a lo dispuestos en los de ámbito estatal”. La diferencia, como se ve, es evidente. Antes de la reforma, los acuerdos o convenios podían afectar a lo dispuesto en los de ámbito superior “En todo caso”. Tras la reforma, los acuerdos o convenios autonómicos sólo pueden afectar a los de ámbito estatal “salvo pacto en contrario”. La diferencia es evidente. La reforma da un inmenso salto atrás hacia la centralización de la estructura de la Negociación Colectiva. Un salto que los nacionalistas vascos no podemos asumir.
Pero Gutiérrez, por lo que se ve, es un firme partidario de la centralización. Y le parece literalmente “el colmo”, que se pueda “ceder ante los grupos nacionalistas que los convenios autonómicos puedan prevalecer sobre los nacionales”. ¿Por qué? Leámosle:
“De un plumazo -dice- se rompe la unidad de mercado, se introduce una considerable inseguridad para inversores propios y foráneos, pueden convertir en papel mojado los Acuerdos Interconfederales que tan decisivos han sido para moderar el crecimiento de los salarios y suponen un injustificable debilitamiento de la capacidad contractual de las grandes centrales sindicales más representativas y democráticas, UGT y CCOO, quienes por cierto siempre han sido y son vectores de primer orden en la vertebración social y económica de nuestro país”.
Ríanse cuanto quieran de las apelaciones de un ex secretario general de CCOO a la “unidad de mercado” y a la seguridad jurídica de los “inversores propios y foráneos”. Es lícito hacerlo, por supuesto. Pero no se confundan; la clave de la oposición de Gutiérrez al Real Decreto-Ley no radica ahí. La clave está en que, a su juicio, la concesión hecha a los nacionalistas, supone un debilitamiento “injustificado” de la “capacidad contractual de las grandes centrales sindicales más representativas y democráticas, UGT y CCOO”. Ahí está la madre del cordero. Si Antonio Gutiérrez hubiese empezado su argumentación por ahí, en vez de perderse en banales eufemismos, todos hubiésemos entendido mucho más rápido y mejor lo que pretendía transmitirnos. En realidad, Gutiérrez se opone al acuerdo porque está barriendo para casa. Para su casa, evidentemente. Porque lo acordado supone limar los privilegios ventajistas de los que gozan los dos grandes sindicatos del Estado, de los que Gutiérrez dice, gratuitamente, que son los “más democráticos”. Como lo leen.
Que lo que realmente preocupa a Gutiérrez es esto y no lo maltrechas que, según su entender, puedan quedar las posiciones de los trabajadores en la reforma de la Negociación Colectiva, se confirma de inmediato cuando advierte a Rubalcaba de que “sin un serio y verificable compromiso de rectificar estos dislates no tendrá fácil recabar apoyos entre las afiliaciones de UGT y CCOO sin que parezca probable que pueda compensarlos con el de los sindicatos ELA-STV, próximo al PNV, y el abertzale LAB”. El hecho de claudicar en la defensa de los trabajadores no supondrá, según se ve, merma alguna en el voto a los socialistas. Pero ceder en la defensa de las estructuras centralistas de la Negociación Colectiva constituye, según Gutiérrez, una afrenta intolerable que los militantes de UGT y CCOO nunca podrán perdonar. Y si hace falta, votarán al PP para que corrija semejante exceso.
La sentencia moral con la que Gutiérrez concluye su razonamiento es, sencillamente, conmovedora: “Pactar para arrimar el hombre ante retos comunes engrandece a la política, pero urdir cambalaches que aprovechan a quienes siempre barren para casa la envilece”. No está mal la perífrasis. Pero el revestimiento eufemístico con el que nos la presenta el ex secretario general de CCOO, oculta el verdadero sentido de la frase. Yo lo hubiese expresado en términos más prosaicos: si lo acordado interesa y favorece a las oscuras y centralizadas burocracias sindicales en las que tan bien se ha movido Gutiérrez, permitiéndoles continuar impunemente con sus enjuagues cavernarios, todo irá bien. Pero si se les priva del chollo a los amigos de Gutiérrez, Rubalcaba será digno de un severo castigo electoral.
Ahora todo el mundo sabe que también Gutiérrez está barriendo para casa. Para su casa, claro está. Y que su casa, por mucho que él se empeñe en pintarla de blanco, no está más limpia ni ocupa un escalón moral más alto que las demás. Ah! y también ha quedado claro que la presidencia de la Comisión de Economía también forma parte de “su” casa. De esa casa que tan eficazmente sabe defender.
Creo que cada vez es mas importante el reducir el distrito a un solo escano, como en Francia y en UK, para que los «si, pero no» no pasen desapercibidos. Si una circunscripcion pequena hace seguimiento de lo que votan sus representantes, otro gallo nos cantaria.
Tambien ha sido significativo como los del PSC han votado con el PSOE la negativa a la oficialidad del Catalan en la UE.
Y Basagoiti vota en contra del blindaje del concierto economico.
1 circunscripcion = 1 diputado YA !
He releído el artículo en cuestión y tienes razón, Josu. Gutierrez viene a decir que está dispuesto a tragar una ley perjudicial para los derechos de los trabajadores en aras de la disciplina de partido, pero que por donde no pasa es por hacer concesiones a los nacionalistas vascos.
Ahora, vosotros también tenéis delito. Porque la orientación de vuestro voto dependía únicamente de que se escuchara o no vuestra reivindicación, sin que, al parecer, le dierais ninguna importancia a la influencia que la ley pueda tener en la defensa de los derechos de los trabajadores, en la creación de empleo o en la flexibilización del mercado laboral.
Sois tal para cual.
Y, ahora, en un tono más ligero: sinceramente, Josu, ¿qué es lo que más te ha fastidiado y te ha llevado a escribir este artículo: la postura centralista de Gutiérrez o el hecho de que haya malcitado tu ya famosa declaración sobre tu supuesta «primera experiencia»?
Fabuloso!!! Es magnifico el artículo
Muchas gracias Josu!!!
Antonio Gutiérrez, como todos los que han dirigido las dos principales cavernas sindicales de España, UGT y CCOO, es un jeta. Se han llenado de privilegios, han recibido fondos públicos a mansalva -no hay más que ver las lujosas sedes que se han construido con el dinero de la Formación Continua- y se han beneficiado del patrimonio sindical hasta decir basta. Y además han querido controlarlo todo y en exclusiva, quitándose de enmedio a los sindicatos vascos, a los que consideran unos intrusos en su mamoneo descarado.
Si el concierto tanto os disgusta …¿porque quereis blindarlo?
El PNV barre para Euskadi, está claro. Siempre lo ha hecho. En eso se diferencia del PSOE y del PP que barren para España, que es lo único que sienten. Pero Antonio Gutiérrez no barre para los trabajadores. Barre para su sindicato. Para que su sindicato, junto a UGT; pueda seguir, como hasta ahora, viviendo ricamente al calor de las subvenciones públicas y de las ventajas que le concede el poder central español en la administración del dinero de la formación continua y en el mangoneo del mundo del trabajo.
Lo que fastidia es que tipos como Antonio Gutiérrez, que llevan años viviendo de la teta pública, pretendan que sus intereses son moralmente superiores a los de los demás. Tiene cojones.
Hay que reforma la Ley Electoral y la Circunscripción, para el Congreso de los Diputados Circunscripción Única y repartir en función del porcentaje obtenido, y que los escaños se repartan en función del Censo Total, y luego Circunscripción la CC.AA para el Senado. Reforma Constitucional ya, hoy mejor que mañana.
Liviano, haz con España lo que quieras, circunscripción única incluida. Yo lo que quiero es la independencia de Euskal Herria. Tú te quedas con tu España querida y si quieres la abres en canal con todo tipo de reformas. Yo me ocuparé de Euskal Herria y todos contentos.