En la fugaz visita que recientemente hemos cursado a Chile varios diputados de la Comisión de Exteriores del Congreso, hemos tenido ocasión de recoger algunas impresiones sobre la situación política del país, que no me resisto a resumir en un post. Cualquiera que haya seguido con un mínimo de atención la evolución política de aquel país, sabe que, desde las elecciones de 2009, Chile vive una experiencia inédita en el escenario abierto tras el fin de la dictadura. En los comicios que se celebraron ese año, las urnas llevaron al poder a la conocida como Coalición por el Cambio; una plataforma electoral de centro-derecha, que aglutinaba, bajo el liderazgo del actual presidente, Sebastián Piñera, a varias formaciones ideológicamente situadas en el terreno conservador, de entre las que destacaban dos: la Unión Democrática Independiente (UDI) y Renovación Nacional (RN). El triunfo de la coalición conservadora puso fin a la larga experencia gubernamental protagonizada por la Concertación de Partidos por la Democracia, de centro-izquierda, que pilotó la transición y ha regido los destinos del país durante 17 años. La Concertación chilena es uno de los ejemplos más nítidos de las posibilidades que ofrece la colaboración política entre la Democracia Cristiana y las formaciones situadas a la izquierda. En Europa, como pone de manifiesto el caso alemán, esta colaboración se ve como algo excepcional; en Chile, por el contrario, no sólo forma parte de la normalidad, sino que constituye une de los pilares más importantes de la reciente historia política del país.
La Constitución de Chile no permite a los presidentes de la República repetir cargo en mandatos sucesivos. Y como la legislatura ha superado ya su ecuador, Piñera se enfrenta a la parte final de su mandato presidencial. Su popularidad acusa, al parecer, una notable erosión. El Gobierno conservador no atraviesa sus mejores momentos. Una clase media, emergente y con una creciente conciencia cívica, constituye el germen de unas protestas sociales -particularmente intensas en el ámbito de la Educación, donde se han registrado sonoras revueltas y episodios de dura represión- que se han llevado por delante a más de un ministro. La reforma tributaria, un punto de la agenda política que está siendo objeto de un retraso secular, tampoco avanza en la medida en el que lo requiere el país. Por otra parte, la oposición no deja de denunciar el hecho de que, conforme se aproxima el fin de la legislatura, los ministros que aspiran a tomar posiciones en la carrera electoral hacia la Presidencia, dedican más tiempo y esfuerzo a diseñar su futuro político personal que a las urgencias propias de la tarea de gobierno, lo que resta consistencia a la acción del Ejecutivo. En el sleno del Gabinete, nadie está por la labor de suscribir proyectos impopulares que puedan contribuir a empañar su imagen de cara a los comicios que tendrán lugar a finales del año que viene.
Desde las filas del oficialismo emerge estos últimos meses una campaña orientada a desprestigiar a la ex presidenta Michelle Bachelet, argüyendo que, cuando tuvo lugar el terremoto del 27/F, no supo estar a la altura de las circunstancias, ni supo ejercer el liderazgo que cabía exigirle en una situación tan crítica como aquella. Sin embargo, las encuestas de opinión siguen constatando que Bachelet goza de elevados índices de popularidad entre los ciudadanos de Chile. Su figura, revestida de gran prestigio, se sitúa por encima de la melé. Destacada en la ONU, donde desempeña un cargo relacionado con las políticas de la mujer, «está fuera de la contingencia», señalan, gráficamente, los que confían en recuperarla para la política activa chilena. Nada hay seguro sobre el particular, pero es muy probable que, pese al empeño que se está poniendo desde el oficialismo en erosionar su figura, en las eleccines de 2013 vuelva a postularse como candidata para la presidencia de la República.
Otro aspecto de la situación política chilena que conviene reseñar tiene que ver con la incertidumbre que pesa sobre la continuidad de la Concertación como fórmula de acuerdo entre el centro y la izquierda, con auténtica vocación de gobierno. El senador Guido Girardi, del Partido por la Democracia, ha sugerido la posibilidad de recomponer la base electoral de apoyo al eventual regreso de Bachelet, apostando por una coalición netamente de izquierdas, que incorpore a los comunistas y prescinda de la Democracia Cristiana. De producirse, este movimiento provocaría un vuelco notable en los parámetros sobre los que ha venido descansado la Concertación. No todos, sin embargo, parecen favorables a respaldar una operación de este tipo. Camilo Escalona, un líder histórico del Partido Socialista que en la actualidad preside el Senado afirmaba, hace unos días, en una entrevista publicada en La Tercera, que él sigue siendo partidario de un «gobierno nacional, es decir, que cubra una mayoría merecedora de ese nombre y que, en consecuewncia, debe ir desde la lizquierda al centro o desde el centro hacia la izquierda […] La diferencia con Girardi es que tira la cuerda pensando en ampliar la Concertación, pero en el hecho la está achicando». Nadie sabe lo que opina al respecto Bachelet que, según todos los indicios, se apuntará a la carrera presidencial, poniéndose al frente de la Cocnertación. Pero el panorama se irá definiendo poco a poco conforme se vaya aproximando la fecha de las elecciones.
En fin, debo reconocer que me ha sorprendido, positivamente, el planteamiento constructivo con el que se plantea en Chile la tarea de oposición. Los partidos que quedaron perdedores en los últimos comicios reclaman un diálogo leal con el Gobierno, sobre las cuestiones centrales de la agenda política -la Educación, el sistema tributario, etc.- que deje a salvo la institucionalidad. Según Camilo Escalona, «El ejercico democrático en el Congreso es necesario. Que haya debate y que los proyectos se modifiquen y se rectifiquen me parece bien. No ha estado nunca entre nuestras ideas hacer un bloqueo legislativo. Espero que el gobierno sea capaz de valorar esa actitud y no se aproveche de esa disposición que tenemos. Me gustaría que se pudiera oficializar un diálogo entre gobierno y oposición, pero esperemos los próximos días a ver sie es posible». Es una actitud que, permítaseme la comparación, poco tiene que ver con la que predomina en el Congreso de los Diputados de la Carrera de San Jerónimo.
En fin, no puedo dejar de consignar aquí una observación de carácter más personal. En Chile, como en muchos otros países latinoamericanos, resulta fácil seguir el rastro de los vascos a través de los apellidos. El paisaje urbano está preñado de carteles de todo tipo -publicitarios, comerciales, nombres de calles, etcétera- en los que figuran voces de inequívoca raíz euskerérica. La política no es, en esto, una excepción. El presidente de la República, Sebastián Piñera, lleva Etxenike -Echenique, en grafía castellana- como segundo apellido. Y tanto las cámaras legislativas, como los diferentes niveles del Ejecutivo -el nacional, el regional y hasta el local- cuentan en su seno con numerosos actores políticos de origen vasco. El vicepresidente del Congreso, con el que mantuvimos un encuentro, se llama Carlo Recondo.
En una de las conversaciones que entablamos, pude descubrir que, no sólo conocía la raíz vasca de su apellido, sino que estaba perfectamente al tanto de su etimología: de Erreka-ondo, junto al río. Fue él quien me contó que, en la región de la que procedía, Puerto Montt, el superintendente del cuerpo de bomberos -que en Chile son voluntarios- se llamaba Martín Erkoreka. Ercoreca, con arreglo a las reglas ortográficas del castellano.
Interesantes anotaciones sobre la coyuntura política en Chile. Y envidiable la capacidad de cooperación que allí existe entre el Gobierno y la oposición.
«Es una actitud que, permítaseme la comparación, poco tiene que ver con la que predomina en el Congreso de los Diputados de la Carrera de San Jerónimo»
Josu, a veces es duro el oficio este de hacer patrias.
Que un vasco (Asel Luzarraga) es juzgado y condenado en Chile por actividades terroristas, entonces, sin duda, aquel país es lo peor de lo peor. Pero claro, esto no va a impedir en un momento dado que las duras críticas se tornen convenientemente en halagos si la situación lo requiere y se presta a ello por una «buena causa»… es lo que tiene, sobre todo si sirven para poner a parir a la hispana Carrera de San Jerónimo madrileña.
Si, puede chirriar un poquillo. Pero bueno, con la que está cayendo no vamos a andar ahora en plan tiquismiquis con pamplinadas, parece que todo pueda ser objeto de ser visto del color del cristal con que se mira sin mayores problemas (¿que en política más?).
Oye tú, nadie tiene la culpa pues.
Saludos cordiales
No entiendo el comentario de Daniel. ¿Es incompatible denunciar una detención arbitraria y afirmar que, en ese mismo país, la oposición hace un trabajo más constructivo que en España? ¿Dónde está la contradicción? En Dinamarca se detuvo arbitrariamente a un activista de Green Peace (López Uralde) y nadie se atreve a decir que por ello la oposición danesa tiene que ser dura o intransigente.
Todavía entiendo menos que eso tenga que ver con el oficio de hacer patrias. Salvo que quien lo dice, se dedique él a hacer patrias.