Todavía conservo en mi archivo particular unos artículos de opinión que el profesor López Aranguren publicó en El País a mediados de los ochenta para dar a conocer algunas de sus reflexiones en torno a la izquierda y el poder. Eran -recuérdese- los tiempos de la primera mayoría absoluta de Felipe González. El PSOE controlaba 202 de los 350 escaños que conforman el hemiciclo; una cota espectacular, que nunca después se ha vuelto a repetir. Su poder parlamentario era omnímodo. Y se suponía que, tras largas y penosas décadas de gobierno de la derecha, el poder se encontraba por fin en manos de la izquierda, lo que permitía implementar políticas de signo progresista. Pero el catedrático de Ética era muy crítico con la situación. Le parecía que la izquierda “nominal” que representaba el PSOE, se estaba ajustando, desde el Gobierno, “al bien conocido realismo político de lo estrictamente posible”, renunciando, con ello, a la misión históricamente asignada a la izquierda de “proponer las reformas que sólo la derecha podrá llegar a realizar”. López Aranguren se lamentaba de que “hoy los papeles se han cambiado, y la llamada izquierda, usando esta denominación en vano, está llevando a cabo la política de la derecha, con lo cual la insatisfacción, aparentemente radical de ésta, sólo se entiende por el apetito de poder y cargos públicos del aparato de su partido”. Su tesis era tan firme como radical: “Ser de izquierdas -sostenía- es estar frente al poder”. De lo que extraía la conclusión de que resulta muy difícil “ser a la vez político activo y plenamente de izquierda”
Cada vez que releo aquellas reflexiones -que posteriormente fueron recopiladas en un libro titulado La izquierda, el poder y otros ensayos, editorial Trotta, Madrid, 2005- me asalta a la mente un refrán que resume muy gráficamente la tesis del profesor:
“Partido de izquierdas que llega al poder,
de izquierdas deja de ser”