
Representación gráfica de la Batalla de Matxitxako
En alguna ocasión anterior (ver, por ejemplo, el post titulado «La liberación de Euskadi y de los vascos» publicado en este blog el 2 de abril de 2009) he constatado las curiosas coincidencias que se producen entre el momento político que hoy vivimos en Euskadi y la situación que se vivió tras la ocupación de Bilbao por las tropas franquistas.
Hoy vuelvo sobre la cuestión. Y lo hago, sirviéndome de la peripecia histórica que vivió, en aquella época, un vasco muy singular; un oficial de la Marina, que fue capaz de conciliar la lealtad a Franco y a España, que sentía profundamente, con una impecable acitud de respeto e incluso sincera solidaridad hacia los vencidos de la Guerra Civil. Me refiero a Manuel Calderón.
Nacido en Deba, en el seno de una familia de honda raigamble en la Armada española, Calderón formaba parte de la tripulación del crucero Canarias, cuando este se enfrentó, el 4 de marzo de 1937, con los bous armados por el Gobierno de Aguirre, en la que ha pasado a la historia como La batalla de Matxitxako.
Fue particularmente dramático el choque que se produjo entre el crucero de la Armada y el bou Navarra, por la valentía -casi temeraria- que demostraron los tripulantes de la embarcación vasca y por las trágicas consecuencias que produjo entre estos.
El Consejo de Guerra que el franquismo abrió contra los supervivientes del bou, describía, el enfrentamiento, con una concisión difícilmente igualable:
El Canarias «persiguió, al no obedecer los avisos que se le hacían, al vapor armado «Navarra», en el que la tripulación, persistiendo en su actitud rebelde y obedeciendo órdenes de su capitán se dispuso en zafarrancho de combate, que trabó con el Crucero nacional, disparando como unos cuarenta cañonazos durante el espacio de una hora al cabo de la cual fue reducido al sulencio y hundido por aquél. De la tripulación, compuesta por unos cincuenta hombres, gran parte pereció en el combate, algunos se suicidaron, lanzándose los restantes con dos botes al agua, de donde fueron recogidos or el Crucero Canarias, siendo estos los procesados en esta causa»
Calderón quedó sobrecogido por la osadía y la entereza que demostraron los tripulantes del Navarra. E intercedió personalmente ante Franco a quien rogó que les fuera conmutada la pena de muerte que el correspondiente tribunal militar impuso a los supervivientes.
El dictador accedió a la petición -tenía gran confianza en Calderón a quien llegó a nombrar como asistente personal- y los marineros consiguieron salvar sus vidas.
Al final de sus días, Calderón -que llegó al grado de Contralmirante- escribió sus memorias, en un texto que todavía se encuentra inédito. Cuenta en ellas que, una vez concluída la guerra, descubrió que una gran parte de las embarcaciones pesqueras que conformaban la flota vasca, se encontraban atracadas en puertos franceses, embargadas por algunos de sus tripulantes, lo que impedía que regresasen a sus localidades de origen.
Con la autorización de Franco, Calderón cruzó la frontera y llevó a cabo un escrupuloso peinado de los puertos franceses, intentando convencer a los armadores de que volviesen a los puertos de la península, con la garantía de que ninguno de ellos iba a ser represaliado. Pero el oficial se encontró con un problema. Cuando algunos de esos marineros regresaron a los puertos de los que eran naturales, chocaron con la malquerencia y la saña de los franquistas locales, que no desaprovechaban ocasión alguna para vejarles, marginarles y perjudicales. Calderón hubo de emplearse a fondo para que la palabra que él les dio no se viera incumplida por los mezquinos jefecillos de cada pueblo. He aquí el relato de Calderón:
«Y, en Francia me metí. Con un coche que me prestó Juan Bautista Pardo, yteniendo or mecánico a Fermin Laintz, sin comisiones ni dietas de ninguna clase, me recorrí, pueblo a pueblo… lugar a lugar, todo el sudOeste de Francia, donde pudiera haber un pescador vasco exiliado. Las anécdotas de ese mes y pico de peregrinar, serían interminables de contar. No cabe la menor duda de que Dios me asistió plenamente, en trances dificilísimos que tuve, hasta alcanzar el éxito más completo.
Docenas de barcos fueron levantados sus embargos y traídos a España… y 713 pescadores de la costa vasca (desde Fuenterrabía a Santurce) pasaron a incorporarse a sus familias, rescatándoles de una penosa emigración a América. Es uno de mis hechos de vida de los que me siento más orgulloso. Enviaba mis listas de nobmres al mismísimo Generalísimo, a medida que los iba pasando a España; tomaba su nombre en la frontera para que nada les pasase […] Claro es que, luego, yo estaba <<al quite>> para evitarles la persecución de caciquillos pueblerinos que, sin mi, les hubieran hecho la vida imposible una vez en sus respectivos pueblos.
Al terminar mi misión, fui a darle cuenta al Generalísimo con todo detalle y, parece ser le gustó. Me recorrí la costa vasca española varias veces para evitar venganzas personales contra todos estos individuos, teniendo que actuar algunas de ellas, ya que, como el espíritu español es el de ser más papista que el Papara, a gentes que el propio Generalísimo habia perdonado, por haber pertenecido a los rojos, se resistían a hacerlo, un alcaldillo pueblerino, o un jefecillo de la falange, sin otro motivo, las más de las veces, que por ser competidor suyo en el oficio e incluso porque no querían devolverle lo que les pertenecía y se querían apropiar de ello, en la impunidad de creer no volverían más. ¡Ellos que habían sido carlistas toda la vida…! Posiblemente, pero se habían convertido, amparados en nuestra guerra, en unos ladrones o en unos aprovechados».
Leyendo la prensa vasca de estos días, me ha venido a la mente la figura de Calderón, con su grandeza y su inmenso humanismo, que supo gestionar el triunfo con cordura, racionalidad y respeto hacia el perdedor. Y me ha parecido identificar, en alguna pluma mercenaria, la zafiedad, la cicatería y la pequeña vileza de aquellos «caciquillos pueblerinos» de cuyas rencorosas garras hubo de defender Calderón a los marineros vascos que invitó a regresar del exilio.
Magnífico Josu. Todo un ejemplo!
Una historia muy interesante, muestra de como se deberían comportar las personas, independientemente del contexto (una guerra) y del bando en el que estuviese. Esa es la verdadera grandeza de las personas, saber actuar de forma correcta incluso cuando la situación facilita todo lo contrario. El que se mantiene en una actitud de respeto y humanidad siempre será vencedor, gane o no la guerra.
Los vascos y los españoles en general (yo ni soy nacionalista vasco ni nacionalista español) se han mostrado siempre muy extremos: eran capaces de lo mejor y de lo peor. Eso sí, jamás fueron «tibios» (no soy católico, pero sobre los tibios estoy de acuerdo con el cristianismo, aunque matizado). Durante las guerras civiles de España (guerras carlistas y la última guerra civil) se mostró como muchos aprovechaban la contienda para avivar odios entre familias o personas (aquí la figura del chivatillo era muy común), pero también como muchos vecinos supieron estar por encima de las contiendas y ser antes «personas» que «combatientes», ofreciendo -dentro de el marco de una guerra- generosidad y humildad, y sobretodo sintiendo empatía hacia los que debían ser enemigos.
Fuera del estado español, se tiene a los españoles como de los más valerosos y apasionados. Durante la II Guerra Mundial, tanto los que lucharon del bando republicano como los que lo hicieron del bando «nacional», demostraron en Europa ser de los mejores combatientes. Prueba de ello es que en la Resistencia Francesa habían más soldados de España (exiliados normalmente) que franceses, del mismo modo que los voluntarios de la División Azul obtuvieron la más alta de las condecoraciones del ejército alemán, y una vez disueltas siguieron como Legión Azul hasta el final de la contienda mundial. Tanto de un lado como del otro se ganaron el respeto tanto de sus compañeros como de sus enemigos, relatos y referencias sobre ello hay muchas.
En cuanto a las plumas que se venden por dos reales no estaría de más recordarles dos sentencias del Tribunal de Estrasburgo que cita Marc Carrillo en El País de ayer miércoles, como no, en un artículo sobre Il Cavaliere que viene como anillo al dedo. Tanscribo las líneas: «Es ésta una condición sine qua non de la sociedad abierta, que la jurisprudencia del Tribunal de Derechos Humanos ha reiterado al afirmar que el derecho a comunicar información sobre hechos de interés público ocupa una posición singular en el sistema constitucional de los derechos fundamentales, ya que una lesión o restricción injustificada implica no sólo la limitación del derecho fundamental de los ciudadanos a recibir información, sino que también afecta negativamente a la creación y mantenimiento de una opinión pública libre, como institución esencial del sistema democrático (Sentencias Handsyde c. Reino Unido de 7/XII/76 y Lingens c. Austria de 6/VII/1986)» Lo anterior también vale para el país en el que vivimos.
Por lo tanto, un estado no debe cercenar la libertad de expresión en ninguna de sus formas, pero los periodistas tienen el deber de informar de forma objetiva, sin postizos superfluos ni omisiones descaradas. Un ejemplo de lo segundo lo vimos cuando el DV hizo una valoración de las elecciones y escribió que el PSE había ganado en Gipuzkoa, estando el PNV e II a menos de dos puntos cada uno. No sé si algunos medios de comunicación nos toman por tontos del bote y creen que no miramos los resultados electorales en internet. Se equivocan ustedes, sres. periodistas. Sabemos sacar nuestras propias conclusiones. No nos creemos que la huelga de bienvenida al presi tuviese tan poco éxito si pudimos comprobar con nuestros propios ojos que el Goierri estaba cerrado.
Lo que no puede ser es que el ciudadano, a falta de noticias con un mínimo de objetividad, tenga que echar mano del blog de un parlamentario para poder enterarse de lo que pasa. Entiendo el silencio del PNV ante las presuntas manipulaciones en las últimas elecciones, pero es imperdonable que el DV no informe al respecto.
Me congratulo sr. Erkoreka de que recupere este tipo de vivencias, rebosantes de humanidad, por encima de cualquier ídeología.
Curiosamente hay muchas historias de esas, de gente buena que hecho un cable en esa época franquista, en mi familia también se dio un caso pero es largo de contar pero que muy pocos lo saben. Tengo conocimiento de esa historia por mis tíos.
Ta begiratu Perez Revertek idatzi zuena Nabarra bouaren kapitainari buruz.
http://www.xlsemanal.com/web/firma.php?id_edicion=4228&id_firma=7230
[…] valor le hizo entrar también en la pequeña mística de aquel acontecimiento. Enrique Moreno y Manuel de Calderón eran estos dos nobles marinos. Veamos pues su historia. Si alguien ha navegado en la zona de los […]