El debate político que estos días enfrenta a los dos grandes grupos parlamentarios del Congreso -el socialista y el popular– se articula en torno al binomio herencia-ideología. Rajoy y sus seguidores sostienen que las restrictivas medidas que el Ejecutivo está adoptando para la contención del gasto público, no son fruto de su voluntad, sino de la desastrosa herencia que han recibido de manos de Zapatero. Aseguran que no son de su gusto, pero que no tienen más remedio que tomarlas, si se tiene en cuenta lo maltrechas que los socialistas han dejado las cuentas públicas. Frente a ello, las huestes parlamentarias de Rubalcaba sostienen que las rigurosas políticas de ajuste que está promoviendo el Gobierno no obedecen a manda testamentaria o legado alguno, sino a la ideología del PP; pura y simplemente. Son -dicen- expresión cruda y descarnada de sus planteamientos políticos, abiertamente conservadores y neoliberales.
Durante los últimos meses, no hay debate en la cámara que no venga precedido de un preámbulo contextualizador que nos remita a esta dialéctica que contrapone la herencia a la ideología. No falla. Sea cual sea el objeto de la controversia, antes de entrar en el fondo del asunto, los respectivos portavoces dedican un tiempo a cruzarse invectivas con esta argumentación.
Se trata, a mi juicio, de un debate tan ampuloso como falso. Uno de tantos, por cierto. Porque la herencia tiene algo de ideología y la ideología tiene, también, algo de herencia. Además, hay herencias que vienen de varias generaciones atrás y hay, también, ideologías aparentemente dispares que comparten amplios espacios de intersección. Y, en fin, hay factores que no son achacables ni a la herencia ni a la ideología.