Hace ya muchos años que la Asociación de Periodistas Parlamentarios (APP) instituyó la práctica de conceder a los diputados, senadores y europarlamentarios en activo, unas menciones honoríficas orientadas a ponderar las «cualidades» y «defectos» de los elegidos, como políticos llamados a desarrollar su labor en el seno de una cámara parlamentaria que, como todos los foros públicos, tiene sus propias reglas y pautas de actuación. La concesión de los galardones se lleva a cabo, anualmente, en vísperas de navidad, en una gala que la APP organiza a tal objeto den el hotel Palace de Madrid. Algunos de estos premios son buenos, en el sentido de que toman en consideración cualidades que se tienen por positivas. A esta categoría pertenecen las distinciones que se otorgan al diputado más trabajador, al que mejor relación tiene con la prensa, al mejor orador, etcétera. Otros, como el premio azote de la prensa o el que se concede al diputado desconocido, no suelen ser, obviamente, de los más ambicionados. Y no lo suelen ser, porque se supone que reflejan valores negativos: O que el diputado no trabaja, o que no desarrolla su trabajo como es debido. Por eso, suele ser habitual que el elevado a la dignidad de diputado desconocido -en 2009 el galardón recayó sobre la diputada del PP Cayetana Alvarez de Toledo- no asista personalmente a la recepción del premio y envíe en su lugar a un compañero con el doble cometido de recoger el trofeo y decir unas palabras en defensa del diputado o la diputada laureados.
Todo es un juego de insinuaciones y evocaciones, con el que, periodistas y parlamentarios, que compartimos el mismo espacio durante muchas horas, a lo largo del año, evaluamos el ejercicio concluido con un tono humorístico y desenfadado que atenúa, hasta donde ello es posible, las aristas que a veces dificultan nuestra relación.