Juan Cárdenas fue un diplomático español, de ideología muy conservadora, al que el pronunciamiento militar del 18 de julio sorprendió prestando servicios como embajador de la II República en París. Recién iniciada la contienda, el presidente del Gobierno, José Giral le pidió que gestionara discretamente con el Ejecutivo francés la entrega de material bélico para reforzar las fuerzas leales y sofocar el alzamiento. Pero como tenía razones más que fundadas para desconfiar de su lealtad, transmitió la misma solicitud a Fernando de los Ríos, que en aquel momento se encontraba en Ginebra, para que se trasladase a la capital francesa a ocuparse del asunto.
En un principio, Cárdenas guardó las apariencias. Convencido, como estaba, de que la sollicitud de Giral iba a toparse de bruces con la rotunda negativa del Gobierno galo, solicitó una entrevista con Blum y el ministro del Aire con el fin de cumplir el encargo de sus superiores sin tener que traicionar la íntima simpatía que sentía hacia los sublevados. Pero en la reunión, se encontró con una situación inesperada. Los franceses estaban dispuestos a acceder a la petición del Gobierno republicano. Sólo le pedían que formalizase la petición por escrito. En ese momento, Cárdenas se quitó la careta y dimitió.
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