No me consta que, entre 1960 y 1962, el incomparable líder que dirigía con mano diestra los destinos de la reserva espiritual de occidente, lograse capturar algún cachalote en sus escaramuzas estivales por el Golfo de Bizkaia. Y la ausencia de reseñas periodísticas que registren algún lance sobresaliente en la actividad pesquera del caudillo, invita a sospechar que durante estos años no hubo gestas marítimas dignas de mención. Para rato iban a permitir los servicios del Propaganda del régimen que una captura del Azor, susceptible de ser vendida como una proeza deslumbrante del jefe del Estado, pasase desapercibida ante la opinión pública. Si la prensa calló sobre este punto, significa que no había de qué hablar.

El cachalote de Franco, depositado junto al carro-varadero del puerto de Bermeo. A su lado, posan tres niñas del pueblo que se acercaron a curiosear.
Pero el día 12 de agosto de 1963, el pequeño capitán Ahab del Golfo del Cantábrico retomó su brillante trayectoria épica y volvió a medir sus fuerzas con un cachalote de cuarenta toneladas que, obviamente, consiguió reducir, apresar y traer a puerto. En esta ocasión, optó por trasladar su captura a Bermeo. Donostia y su entorno ya habían acogido en años anteriores presas parecidas a aquella y la acción propagandística, para que sea eficaz, debe ampliar y diversificar sus destinatarios.
Bermeo era, a la sazón, el principal puerto de bajura de la península, pero no era un destino turístico al uso. Y, por supuesto, carecía de la colonia veraniega y del aparato institucional y mediático que todos los años se desplazaba a San Sebastián, al calor de las vacaciones de Franco. La flota local se encontraba en alta mar, ocupada en la costera del bonito. La industria conservera trabajaba a todo trapo, preparando, elaborando y enlatando los túnidos que las embarcaciones traían a puerto en plena temporada. Todo el mundo estaba en sus quehaceres. Y en este contexto, la repentina arribada del Azor, con la irrepetible escolta del Almanzor, que remolcaba el cachalote muerto, fue un acontecimiento sorprendente para la mayoría del pueblo. No era habitual que el yate de Franco se decidiese a penetrar en el recinto portuario, y menos aún con un «regalo» semejante. Pero la mar es una fuente inagotable de sorpresas, incluso para los que viven junto a ella y se dedican a explotar sus recursos. Medio siglo atrás -en puridad, ya lo he dicho, medio siglo y un año atrás, el 12 de agosto de 1912- una terrible galerna había sumido al pueblo en el luto y la desesperación. Y ahora -pensaban los bermeanos-… ahora, esto.