El pasado doce de agosto se conmemoró, en Bermeo, el centenario de la terrible galerna que acabó con la vida de 116 arrantzales de la localidad, junto a otros 27 de diferentes localidades costeras de Bizkaia. Me hice eco de todo ello en un post específico, que dediqué a describir los actos que tuvieron lugar ese día (Cfr. «1912ko abuztuaren 12ko galernan hildako arrantzaleak gogoratuz«). Pero en las crónicas bermeanas del pasado siglo, figura, también, otro doce de agosto, que aún se conserva vivo en la memoria colectiva del pueblo. Me refiero, por supuesto, al día en el que Franco se presentó en el puerto a bordo del Azor, con la intención de desembarcar un cachalote que capturó en alta mar. El hecho ocurrió, exactamente, medio siglo y un año después de que tuvieran lugar los trágicos sucesos de 1912; el doce de agosto de 1963.
En aquella época, no era infrecuente que el Azor hiciera acto de presencia -e incluso fondease por algún tiempo- en las afueras del puerto. Entre los recuerdos de niñez, retengo, vagamente, su imagen blanca en las inmediaciones de Lamiaren punte; un prominente peñasco, situado a la salida puerto, tras el cual se ocultaba la fábrica de harinas de pescado Alfa. Como el yate del dictador solía ocupar un punto de uso habitual por parte los pescadores que se dedicaban a la captura del txipiron, el genio popular le dedicó una copla de tono sutilmente sarcástico en la que se reseñaba, junto a otras estampas de intenso sabor político, que «tio Patxiko Alfan dau tximinoitxen» (el tío Patxi se encuentra capturando txipiron frente a Alfa).
Pero aquel doce de agosto, todo fue diferente. El Azor no se mantuvo, como acostumbraba, a una prudente distancia de la entrada del puerto. En esta ocasión, penetró en el recinto portuario, acompañado por el carguero Almanzor, que remolcaba un cetáceo de notables dimensiones. Se trataba de un cachalote de once metros de largo, que pesaba cuarenta toneladas. La sorpresa de los bermeanos fue mayúscula. El cetáceo fue depositado en la zona del artza, junto al carro-varadero e inmediatamente después, descendió al muelle el propio Franco, acompañado del ministro de Marina, almirante Nieto Antúnez y el ministro del Ejército, el teniente-general Pablo Martín Alonso.
Entre los bermeanos late la idea de que este episodio constituyó una anécdota puntual, que la casualidad quiso que tuviera lugar precisamente en nuestro pueblo. Y hasta se le dedicó una canción de la que hablaré en la segunda parte de este post. Pero la realidad fue muy diferente. El de Bermeo fue, probablemente, el último de una serie de cachalotes que el invencible caudillo desembarcó en los puertos del Cantábrico, para desautorizar con los hechos a quienes se dedicaban a especular sobre su declinar físico y su progresiva pérdida de facultades.
Entre las postrimerías de los cincuenta y los albores de los sesenta, Franco, que ya frisaba la edad legal de la jubilación, puso especial empeño en demostrar que, muy lejos de acusar deterioro alguno, conservaba íntegras sus acreditadas facultades físicas e intelectuales. Y las hazañas del cachalote, que se sucedieron durante varios años, en diferentes puntos de la costa cantábrica, se presentaron como pruebas incontestables de su vitalidad, energía y fortaleza. Sus asesores de imagen, contaban, en este empeño, con el inconmensurable apoyo de una prensa servil, que reproducía acríticamente las consignas procedentes del Ministerio de la Propaganda. He aquí algunos de los principales hitos de esa gesta.
El 6 de agosto de 1957, capturó una cachalote de casi mil kilos que desembarcó en el puerto de Donostia. Al día siguiente, el Diario Vasco incluía en portada una crónica sobre el inusitado acontecimiento, que incluía una fotografía de la pieza capturada. En la imagen se podía comprobar que el animal apresado -el cronista la llamaba «pez»- tenía una longitud equivalente a cuatro veces la altura de un hombre de estatura media. El titular destacaba: «El Caudillo capturó ayer una pez que pesará unos mil kilos». A lo que el subtitular añadía: «Fue descargado en el puerto ante la presencia de numeroso público». El servilismo hagiográfico que destila el texto no tiene pérdida. Decía así:
«De todos es conocida la afición de SE el Jefe del Estado a la pesca. Cuando sus altas ocupaciones le permiten, el Caudillo se hace a la mar y las noticias y muestras que tenemos en el puerto donostiarra hablan con elocuencia de la destreza y vocación que tiene hacia la pesca.
Ayer, la noticia de que el Caudillo había capturado un pez enorme corrió como reguero de pólvora. Y fueron muchos los donostiarras y elementos de la colonia veraniega que acudieron al puerto a presenciar las operaciones de «desembarco» de tan voluminoso pez.
Y quien intervino en el «desembarco» de tan enorme pieza nos dijo:
– Acabamos de regresar con el gabarrón que la Comandancia Militar de Marina, de cargar con este «angelito»
– ¿Cuánto pesa?
– A ojo se le puede echar unos mil kilos, y unos cinco metros de largo.
– ¿Qué nombre tiene?
– Es difícil decir qué nombre tiene. Nosotros le llamamos en vasco «Fochua», y en castellano «pescado negro». ¡Es feo el condenado!.
– No es entonces…
– Ni delfín, ni tiburón, ni colayo. Hace falta siempre habilidad para arponear, primero, y luego sostener este «castillo». Y luego hay que arrastrarlo… Sólo quien tiene afición al mar coge este pescado. Afición y habilidad, porque es un pez que no se sabe exactamente por donde ha de venir. Tiene una «lenta»…
– Aplicación de este pez?
– Creo que se usa para hacer jabón. Claro que esto yo no lo sé.
Y en el puerto se desbordó la curiosidad. Desfiló cantidad de público ante el enorme pez que la grúa de Obras Públicas izó al puerto. Allí está colgado como trofeo y exponente de una vocación pescadora. «Lo ha capturado el Caudillo», dice todo el mundo, y la noticia corre y los curiosos visitan el puerto donostiarra, que anoche tuvo un aliciente más que añadir, y muy grato por cierto, a los muchos que tiene. El Caudillo habría arponeado un «castillo» en el mar. Los pescadores, los hombres que más saben de las cosas del mar, movían la cabeza significativamente: ¡Buena pieza! Y como todo lo grande, máxime si viene del mar, tiene doble mérito.
El tema de la noche de ayer fue la pesca de este pez. En toda la ciudad se habló de lo mismo. Y el público dió al enorme pez una diversidad de nombres. Sea el que fuere, ahí está. Hoy por la mañana será trasladado no sabemos a qué punto. Nos dicen que las operaciones de transporte a un camión comenzarán a las ocho y media de la mañana.
– Costará lo suyo -nos dicen. Es muy escurridizo.
– ¿Y en el mar, entonces?
– Intente cogerlo; ¡ya verá lo que le cuesta!
Pero eso está reservado a los grandes pescadores…
Visto el éxito de la experiencia, Franco, que ya había dispuesto que se instalase en la proa del Azor un cañón expresamente concebido para lanzar arpones, se decidió a repetir la operación en los años siguientes. La maniobra propagandística ya estaba preparada. ¿Quién decía que la edad había iniciado ya su deterioro? ¡Nada de eso! El Jefe del Estado seguía tan fuerte y capaz como siempre. La gente del litoral podía comprobarlo en persona. El Caudillo era capaz de capturar piezas que hasta a los profesionales más experimentados y aguerridos del lugar, les parecían deslumbrantes.

La pieza capturada por Franco en agosto de 1957, según la fotografía publicada en la portada de El Diario Vasco
En 1958 no hubo ocasión, al parecer, para repetir la escena. Pero en las postrimerías del mes de agosto, cuando el Azor abandonaba Donostia rumbo a Galicia, capturó un cachalote del que la prensa dio cumplida cuenta el día 2 de septiembre:
«El domingo, 31 de agosto -reproducían las cabeceras- el Azor ha fondeado en el puerto de Sada, a donde llegó remolcando “un cachalote de 14 metros de longitud y un peso de 28.000 kilos capturado por Su Excelencia el Jefe del Estado durante el crucero marítimo de pesca deportiva que acaba de realizar desde San Sebastián a las aguas gallegas”.
Pero el gran día estaba aún por llegar. Tuvo lugar el día 5 de agosto de 1959. Franco se presentó en el puerto de Pasaia con un inmenso cachalote de varias toneladas. El Diario Vasco y La Vanguardia Española cubrieron la noticia con sendas crónicas, de textura muy semejante, firmadas por Jaime Quesada. La que vio la luz en La Vanguardia rezaba como sigue:
“Estas noticias vuelan como la misma pólvora y quizá sea porque cada verano, cuando las gentes ven hacerse a la mar al Azor, ya se están preguntando, como si fuese empresa propia, que con cuánta pesca volverá. Las gentes saben de las aficiones marineras del Caudillo. Confían en él para esto como para otras cosas. Así se explica que ayer tarde, en Pasajes, para las seis y cinco ya hubiese centenares de curiosos en los muelles a fin de contemplar el cachalote que había pescado Franco a bordo del Azor.
La maniobra en Pasajes fue lenta. ¡Como que era un ejemplar de 35 a 38 toneladas!, según nos dijeron los expertos. Lo confirmaban los marineros pasaitarras, que saben de esto un rato largo y estaban allí admirando la pieza descomunal, tanto en su peso como en sus proporciones.
Los remolcadores lo pusieron en brazos de la grúa gigante de la Junta de Obras del Puerto, y ésta, con sus tentáculos metálicos, elevó el cachalote a las alturas, y así fue avanzando hasta depositarlo cuidadosamente en uno de los muelles de la MEIPI. El monstruo marino, ya sin jadeos ni espuma al viento, quedó allí para harinas y aceites, mientras seguían las conjeturas sobre su peso exacto, comenzaban a preguntarse los curiosos que cómo habría pescado Franco semejante pieza.
Tuvo que regresar el Azor para que conociésemos los pormenores de la aventura. Fue algo emocionante. Mucho más porque el primer día de hallarse Franco en la mar había avistado una buena pieza y después de clavar un arpón se le había escpado, dejando los ánimos tensos. La oportunidad no tardaría en presentarse. Y así fue que anteayer, sobre las dos de la tarde, hizo acto de presencia y flotaba sobre el mar a treinta millas al norte del Machichaco. A las tres de la tarde esa oportunidad, llamada cachalote, ya tenía otro arpón sobre sus lomos. Luego vendrían hasta cinco más de 18 kilos cada uno, y a continuación hasta ocho nuevos arpones de 10 kilos. Y 120 balazos de carabina, que fue disparando Franco uno a uno. En todo esto se habían pasado más de nueve horas. Todo este tiempo de trabajo para reducir al mamífero, que se resistía a morir con todas sus fuerzas, sumergiéndose para eludir el peligro, pero cada vez que salía a flote encontraba el cachalote un nuevo arpón. Y así hasta que la espuma blanca dejó de florear, como señal de muerte y derrota.
Uno de los testigos de la aventura, don Max Borrel, nos lo cuenta. Y a él le preguntamos:
– ¿Y fue el propio Caudillo quien dirigió la maniobra?
– El solo –nos contesta don Max-. Franco, situado en el ángulo de proa, fue dando órdenes: “Adelante; todo a estribor; media atrás a babor y caña a estribor”. Y así, nueve horas y cinco minutos tras el cachalote.Rematada la aventura, tuvo lugar un epílogo imprevisto. La presa muerta se soltó a causa del viento reinante, hacia la una y media de la noche. No había manera de encontrarla en la cerrada noche. El Azor, entonces, tomó la situación y aguardó hasta más tarde. A las seis y media volvía al punto de partida y comenzaba la búsqueda girando sobre el lugar en rectángulo. Hora y media más tarde, el Azor se hacía de nuevo con su presa de las 35 o 38 toneladas del cachalote.
La captura de este ejemplar ha supuesto para el Caudillo una de sus mayores satisfacciones como pescador. Lo reflejaba su rostro cuando desembarcó anoche en el puerto donostiarra, en cuyo muelle estuvo cerca de un cuarto de hora explicando a quienes habían ido a recibirle los pormenores de la aventura.
El pasado año, Franco pescó otro cachalote, pero aquél solo pesaba 30 toneladas. Este de hoy le sobrepasa de 5 a 8. Ha sido una captura espléndida. Las gentes de Pasajes, tan avezadas en estas tareas marineras, eran los primeros en comentarla favorablemente. La curiosidad y el interés que llevan las salidas del Azor en esta ocasión estaban correspondidas plenamente”
La Voz de España no se quiso quedar a la zaga. Su titular de portada registraba igualmente el dato de que «A bordo del Azor, el Caudillo captura un cachalote de 38 tn». Y el subtitular ponderaba la gesta señalando que «nueve horas y media costó reducirlo con los arpones».
El tenor de la crónica obedecía, también, a los cánones de la época: admiración, elogio y aplauso a la heroicidad del Jefe del Estado, en el marco de un relato novelesco, en el que no faltan la expectación, la emoción y hasta la intriga. Su texto, suscrito igualmente por Jaime Quesada, señalaba que, tan pronto como se tuvo noticia de la captura, se agolpó en el puerto un grupo de curiosos que comenzó a hacer conjeturas sobre su peso y exacto y a preguntarse «cómo habría pescado Franco semejante pieza»:
«Allí estaba el cuco de don José, que lo había visto, pero no soltaba prenda por su boca. Un marino discreto. Aunque es la verdad que nos habló mucho sobre la vida de los mamíferos en la mar lejana…
Tuvo que regresar el Azor para que conociésemos pormenores de la aventura. Fue algo emocionante. Mucho más, porque el primer día de hallarse Franco en la mar había avistado una buena pieza, y, después de clavarle un arpón, se había escapado, dejando los ánimos tensos. La oportunidad no tardaría en reaparecer. Así que anteayer, sobre las dos de la tarde, hizo acto de presencia a treinta millas al norte del Machichaco. A las tres en punto, esa oportunidad llamada cachalote ya tenía un arpón sobre los lomos. Luego vendrían cinco más de dieciocho kilos cada uno y a continuación hasta ocho nuevos arpones, pero estos de diez kilos, y ciento veinte balazos de carabina que fue disparando Franco uno a uno. En todo esto se habían tardado más de nueve horas. Todo el tiempo de lucha para reducir al mamífero, que se resistía con todas sus fuerzas, sumergiéndose para eludir el peligro, aunque cada vez que volvía a la superficie , el cachalote encontraba un nuevo arpón. Y así hasta que la espuma blanca dejó de florear, como muestra de muerte y derrota»
Como se ve, los episodios proporcionados por la captura de cachalotes, sirvieron para reforzar el halo legendario con el que la propaganda oficial rodeaba la imagen del Caudillo. Fueron miles las personas que, más allá del eco que sus hazañas balleneras tuvieron en la prensa, pudieron comprobar personalmente las ciclópeas dimensiones de los cachalotes capturados por el Jefe del Estado en sus ocios de verano.
Alfonso Ussia recuerda (ABC, 27.1999) que, cuando era niño, tuvo ocasión de ver “un cachalote pescado por El Azor en el puerto de Pasajes, margen de San Pedro […] que olía a rayos el pobre, y su cuerpo presentaba más de diez impactos arponeros”. Por los datos que aporta, se refiere, sin duda, al que fue capturado en agosto de 1959. Este año, por cierto, después de concluida la temporada veraniega del caudillo, la prensa informó de que en los arenales de Laida apareció muerto un cetáceo que había sido arrastrado por las olas. Se trataba de un cachalote de 30 toneladas que llevaba clavado en el lomo un arpón del que pendía un trozo de cuerda de metro y medio. ¿Sería alguna pieza que consiguió escapar al implacable acoso del Azor? Es posible. En cualquier caso, parece evidente que los medios de comunicación le dieron difusión al hallazgo, con el propósito de que los lectores lo vinculasen con las gestas veraniegas del jefe del Estado.
Pero la sobrecarga de informaciones acumuladas sobre tanto cachalote heroicamente capturado en tan poco tiempo, contribuyó a despertar suspicacias entre los ciudadanos y a estimular la creatividad popular para la acuñación de chistes, relatos cómicos y rumores jocosos, que ponían un contrapunto irónico al empeño del régimen en exaltar con tintes épicos las hazañas marineras del caudillo. Valgan tres ejemplos como muestra. Dicen las crónicas que a un personaje popular de Lugo, el jefe local del Movimiento le impuso una multa verdaderamente aleccionadora, porque recorrió las calles de la ciudad, anunciando, a voz en grito, el número de la prensa diaria en el que se podía leer todo sobre «el cachalote de Franco». El propio Ussia refiere en la columna arriba citada que “un ministro a punto de ser cesado recibió la noticia del cachalote con gran algarabía y organizó una cena en “La Nicolasa” (sic) de San Sebastián para celebrarlo. “Cuando el Caudillo pesca un cachalote –comentaba a sus amigos-, se pone de tan buen humor que no cesa a nadie”. Aquella fue la excepción, porque el ministro fue cesado a primeros de septiembre. No lo salvó ni el cachalote». En fin, la picaresca popular puso en circulación la maliciosa especie de que en los astilleros de Martutene se había construido, por orden de la Casa Civil de Franco, un cachalote de pega, con objeto de que, cuando fuera necesario, pudiera ser exhibido públicamente como logro deportivo del jefe del Estado.
Este es el contexto en el que se capturó el cachalote que el 12 de agosto de 1963 fue depositado por los asistentes de Franco en el puerto de Bermeo. Pero sobre esto, hablaremos más detenidamente en la próxima entrega.
Ja! Ja! Ja!
Así que…. Pacorrón se pillaba él solito su pescaíto frito (de tiros y arponazos) a sus 65 primaveras?????,…… Cuánta virilidad!!!! Sin embargo, si se me permite la observación, resulta que el barco que transportó el Cachalote a Bermeo recibía el nombre de Almanzor (tirano que murió invicto u homenaje a al-Andalus),…… pero lejos de evocarme grandes gestas o hazañas o grandes hombres: entre la voz de pito del generalísimo y su clá periodística,…. lo que me ha recordado ha sido «la conspiración de los eunucos» (pero al revés….. Dime de qué presumes….. y te diré de qué careces).
Siguiendo con la estética de virilidad pretendida,….. creo que el carguero Almanzor (monte almanzor, en origen denominado Aya Mendi) fue construído por la naviera…… (redoble de tamboriles y plantilló final) Aznar. Qué desaforado encuentro!!!!
http://www.buques.org/Navieras/Aznar/Aznar-3_E.htm