El sábado por la mañana estaba citado en Algorta para participar en un acto de publicidad electoral que iba a tener lugar en la puerta y las inmediaciones del conocido mercadillo local. Me trasladé a mi destino en metro, que es, con diferencia, el medio de transporte más cómodo para desplazarse por el Gran Bilbao. Junto a la puerta de salida, ya en la plaza de Algorta, había un panel electoral de esos que habilitan los ayuntamientos para que los partidos políticos puedan exhibir su publicidad, a lo largo de la campaña sin dañar, grave e irreversiblemente, la estética del municipio. En ese momento -la campaña no llevaba abierta mucho más de 24 horas- sólo dos formaciones políticas habían colocado carteles: EH-Bildu y el PNV.
La publicidad de EH-Bildu estaba impoluta. La del PNV, por el contrario, sañudamente emborronada. Una mano diestra había pasado por allí portando un rotulador negro de punta gruesa y se había dedicado a dibujar cruces gamadas sobre el rostro de Iñigo Urkullu y a escribir todo tipo de improperios y descalificaciones contra el PNV y su candidato a las elecciones del 21-o. El contraste era patente. Mientras la cartelería de EH-Bildu lucía con todo su esplendor, la del PNV ofrecía una imagen descuidada y sucia.
Ya sabemos que estas cosas, en Euskadi, suceden solas. Nadie las hace. Es la fuerza telúrica del azar, la causa por la que la cartelería de EH-Bildu consigue librarse de los ataques de los alegres y combativos gudaris del rotulador y la del PNV, por el contrario, es, siempre, uno de los principales objetivos de su fraternal pulsión estetizante.