Si cuando anunció que, en 2012, el déficit público español no iba a ser del 4,4% del PIB, tal y como exigía Bruselas, sino del 5,8%, Rajoy no hubiese afirmado que se trababa de una “decisión soberana”, todo lo que ha sucedido después hubiera quedado reducido a un pulso institucional de los numerosos que se libran todos los años entre la UE y sus Estados miembros. Pero lo dijo. Y al hacerlo, enardeció el orgullo patrio de más de un no-nacionalista, de esos que, pese a su no-nacionalismo, llevan años esperando del Gobierno de España un gesto viril de afirmación nacional. Por ello, nadie puede impedir que ahora, después de que Rajoy aceptase el 5,3% que finalmente le impuso la Eurozona, muchos se pregunten angustiados por la salud que atraviesa la soberanía española. ¿Qué será de ella?
En los días previos a la reunión del Eurogrupo que corrigió la “decisión soberana”, dejando patente dónde se encuentra de verdad la soberanía, el Gobierno ya fue alertado sobre el riesgo que entrañaba el recurso a una retórica tan patriótica como innecesaria. Vidal Folch anotaba el pasado fin de semana que teniendo “mucha razón en el qué”, corría riesgo de perderlo todo por “un mal cómo soberanista” (“Lo que Europa exige a España”, El País, 8.03.12) En el mismo sentido, José Ignacio Torreblanca observaba en otro artículo que:
“…las referencias a la soberanía hechas pora Rajoy para justificar su decisión marcan la línea argumental contraria a la que se debería adoptar. Sea lo que sea la soberanía, si de lo que se trata es de la capacidad de fijar los objetivos de déficit público para el año fiscal, es evidente que España no es un país soberano. Lo contrario es hacerse trampas a uno mismo y hacérselas ala opinión pública española que, con razón, percibe que, hoy en día, en una unión monetaria sometida a una enorme presión por parte de los mercados financieros y en donde nos hartamos de repetir que las decisiones de Atenas o Roma tienen un impacto decisivo sobre el futuro de España, esa soberanía es una ficción” (“El canario en la mina”, El País, 9.03.12)
En efecto, el profundo y destructivo hachazo que la política fiscal europea de los últimos años ha propinado a la “soberanía nacional” de los Estados miembros, un fenómeno al que ya me he referido en anteriores ocasiones (Véase, entre otros, “¿Dónde estás, Soberanía?”, publicado el 26.06.10 y “Sobre lo que queda de la soberanía en los Estados europeos”, que vio la luz el 24.08.11) ha encendido las alarmas de los más acendrados defensores de la esencia nacional hispana. La tribu de los que se hacen llamar no-nacionalistas, ha empezado a atribularse. Su máximo activo político, la soberanía nacional española -esa que tantas y tan eficazmente ha sido invocada frente a las reivindicaciones de los nacionalismos periféricos- fenece triturada por las feroces fauces de una Europa descastada, germanizante e impositiva. La “soberanía nacional” se evapora. Y sin ella, ¿qué será de España?
En un artículo de sabor agónico, significativamente titulado “El fin de la soberanía nacional” (El Mundo, 7.03.12), el ex presidente del Tribunal Constitucional, Manuel Jiménez de Parga -un ejemplar arquetípico de lo que los documentos oficiales de la Iglesia Católica califican de nacionalista exacerbado- dejaba constancia hace unos días del creciente deterioro al que, la globalización, en general, y la política económica de la UE, en particular, están sometiendo a la “soberanía nacional”.
“Hay que poseer -sostiene Jiménez de Parga- una buena dosis de ingenuidad para creer que tiene realidad y eficacia un precepto de nuestra Constitución de 1978. Es éste: “La soberanía nacional reside en el pueblo español, del que emanan los poderes del Estado” (artículo 1.2). Después de lo que está ocurriendo, día tras día, con Grecia y con nuestro país, es obvio que quienes mandan soberanamente en las viejas naciones europeas no son los respectivos pueblos de las mismas, sino una organización (habitualmente conocida como “Bruselas”), situada por encima de ellos.”
Y tras un repaso muy somero de lo que ha sido la evolución conceptual de la Soberanía desde Jean Bodin, en el siglo XVI hasta nuestros días, el artículo concluye:
“En este momento actual, los gobiernos europeos han de estar pendientes de que sus programas se aprueben por quienes mandan de verdad en la Comunidad […] Por lo que a nosotros se refiere, dentro de poco se colocará la idea de soberanía nacional en el armario de los recuerdos históricos, junto al feudalismo y -si no se interpreta que exagero- junto al hacha de piedra”.
Menos dogmático y mejor conocedor de la geopolítica global, Javier Solana publicaba tres días después otro artículo sobre el mismo asunto, titulado “La soberanía en el ojo del huracán” (El País, 10.03.12). Como Solana es físico -permítaseme el diletantismo- aplica a la soberanía la regla que Antoine Lavoisier predicaba de la materia, es decir, que ni se crea ni se destruye, sólo se transforma. Planteado en esos términos, el impacto psicológico de lo que está ocurriendo con la soberanía resulta un poco más llevadero para los tifosi del soberanismo hispano. La soberanía no se destruye, se transforma en algo diferente. Lo que está ocurriendo en este mundo global, en el que los Estados soberanos -es un decir- se ven obligados a ceder soberanía o tolerar que se la arrebaten con el fin poder guardar las apariencias en el orden internacional, sólo se puede considerar como el fin de la soberanía -sostiene Solana- si se parte de una concepción de la soberanía cerrada y monolítica que -guste o no- se encuentra ya obsoleta. La antigua soberanía, entendida, con arreglo a su etimología, como una posición super omnia -es decir, como un poder que se sitúa por encima de todos los demás- se ha ido transformando con el paso de los años y la evolución de la comunidad internacional, en una etérea capacidad de codecidir, juntamente con otros, para responder colectivamente a los problemas globales. La globalización ha dado lugar a un mundo complejo e interdependiente, que requiere de unas estructuras de gobernanza orientadas hacia el diálogo responsable y la defensa de los bienes públicos globales. Aunque el análisis es muy diferente, en el fondo, su conclusión no difiere demasiado de la de Jiménez de Parga:
“La caja de flujos de interdependencia ya está abierta y es imposible devolverla a su origen. Pretender competir en este mundo conforme a esquemas tradicionales de actuación y soberanía resulta cuando menos un anacronismo imprudente”
Con menos aspavientos y muchos menos medios, Francisco Javier de Landaburu anticipó reflexiones semejantes hace ya más de cincuenta años.
Interesante reflexión. El otro día le oí a Larreina que Bildu o como se llame pide la soberanía económica total. Justo ahora que no la tiene nadie, la reclama para Euskal Herria, pequeño pueblo del suroeste europeo. Creo que algo parecido dicen los dictadorzuelos de Corea del norte. ¡Qué bajo ha caído EA, en la sobaquera de la izquierda radical pro-castrista!
Yo soy europeista. Sueño con una Europa unida en la que desaparezcan los Estados artificiales como España, que se han construido a base de fuerza, imperialismo e imposición, y solo queden las comunidades naturales como Euskal Herria, Catalunya o Galiza. La Europa de los pueblos.
El nacionalismo españolista se resistirá, pero a la larga no tendrá más remedio que ceder. La historia de España toca a su fin. Es demasiado pequeña para los asuntos globales y demasiado grande para los asuntos locales. Por fin seremos vascos y europeos, sin que nadie nos tenga que obligar Manu militari a llevar pasaporte español.
Me divierto viendo a la España imperial en sus últimos estertores. Les cuesta admitir que su ficción nacionalista ( España, como nacion, nunca ha pasado de ser una ficción voluntarista de un puñado de patriotas obsesivos) se va por el sumidero. La marca España está bajo mínimos. Nunca, nadie, se la tomó en serio, pero ahora es objeto de una consideración ínfima. Su imperio se disipa. Su soberania se diluye. España no es más que un solar lleno de escombros. Cuanto antes huyamos los vascos de semejante escenario, mejor. No podemos demorarnos.
Pues en Eus/zkadi deberíamos tener aunque sea una semi – omnia, pero sin intermediarios. Lo mejor sería tratar directamente con los que manejan el cotarro… porque si algo nos ha dejado claro esta crisis es quienes NO lo hacen.
Lehendakari… sé que ya han empezado a dar cañita… perooo no iría siendo hora de intensificar la realidad de los hechos para remover más conciencias (que no lo sé, pregunto)… . Si ustedes aparecen siempre imperturbables y tranquilos ante la opinión pública (una cosa es la seriedad, elegancia,… otra transmitir la sensación de gravedad) ¿no da la sensación como que la situación no fuera para tanto o tan grave?… En ese sentido el Pp lo borda… aunque, claro está, no me gustaría verlos a ustedes llegando a esos niveles de cinismo, por descontado queda.
Mientras el Bundesbank siga financiando a los bancos centrales de toda la UE no hay gilipolleces que valgan. Las decisiones soberanas son aquellas que se pagan con el dinero de uno, el resto son ilusiones, en general dañinas. Muy bien lo sabe el PNV esto desde hace mucho tiempo. No es casualidad la centralidad que tiene en nuestro autogobierno en el concierta económico.
Muy buen Post.
Saludos.
No seas malo, Josu. No marchaques ¿No te das cuenta de que la pérdida de la soberanía es un drama para los nacionalistas españoles irredentos como Rosa Díez, José Bono, Antonio Basagoiti y Patxi López? Si encima insistes en ello, puedes acabar provocando una trageia. Déjales que sigan pensando que su querida España es soberana. Déjales que se engañen si eso contribuye a estabilizar su equilibrio psicológico. También los últimos de Filipinas siguieron luchando semanas después de que la guerra hubiese terminado.
Nadie obliga a nadie a llevar el pasaporte español. A mí me gustaría llevar el pasaporte de Disneylandia o el pasaporte del planeta Júpiter y sin embargo tengo que llevar el español. No me quejo, por lo tanto no entiendo las quejas del de arriba.