En los debates parlamentarios del Congreso de los diputados, no resulta difícil encontrarse con intervenciones en las que el orador alude a la cámara como la “sede de la soberanía”, o como el lugar en el que “reside la soberanía”. Aunque pueda resultar chocante, se trata de un error en el que incurren con bastante frecuencia electos que reivindican para sí la condición de constitucionalistas, sin haberse leído la Constitución, o apoyándose en una lectura inexacta y/o interesada del texto de 1978. La soberanía, según establece el artículo 1º de la carta magna, no reside en el cámara baja, sino “en el pueblo español, del que emanan los poderes del Estado”. Y las Cortes Generales, de las que forma parte el Congreso, “representan” al pueblo soberano, pero no lo sustituyen.
No voy a aburrir a los lectores indagando en el origen y la posterior evolución de la voz “soberanía”. Dicen los doctos en la materia que, en su acepción moderna, este término fue concebido por el francés Jean Bodin para referirse a un poder, el del Estado, que no conocía instancias superiores. La propia etimología de la locución -soberanía viene de super omnia- alude a algo o a alguien que no se subordina a nada; que se encuentra por encima de todo lo demás. Para Bodin, que era monárquico, ese poder soberano se encarnaba en el príncipe, a quien correspondía la suprema potestad de dictar las leyes civiles y derogarlas. De ahí nació la práctica de reservar a los reyes el apelativo de soberanos.
A partir de esta idea fue tomando cuerpo un orden mundial basado en la división territorial del planeta en una serie de Estados, llamados soberanos, porque cada uno de ellos era titular de un poder soberano exclusivo y excluyente en relación a un determinado ámbito territorial. Este orden mundial se ha mantenido esencialmente invariable hasta el siglo XX, si bien, conviene precisar que la progresiva implantación de las ideas democráticas, ha ido haciendo que la titularidad de ese poder supremo conocido como soberanía, fuese pasando, paulatinamente, de la persona del monarca al pueblo.
Pero la globalización está erosionando este edificio conceptual desde sus propios cimientos. En la actualidad, los fenómenos sociales, económicos, políticos y hasta las tramas delictivas, adquieren una dimensión global, que transciende, con mucho, las posibilidades de intervención y control de un solo Estado. Como consecuencia de ello, resulta ilusorio pensar que, hoy, los Estados presuntamente soberanos puedan ejercer una autoridad efectiva y real sobre todo lo que ocurre dentro de sus fronteras. El poder teóricamente ilimitado que representa la soberanía, hace aguas por todas partes. Y no hablo ya de los estragos que la cruda realidad provoca en la soberanía -más pretendida que real- de los Estados débiles o pobres, que se encuentran endeudados hasta las cachas, frente a otros Estados, los organismos financieros internacionales o las multinacionales bancarias.
Hace ya mucho tiempo que en EAJ-PNV intuimos con acierto que en la ordenación política del planeta, las cosas iban a evolucionar en ese sentido. Cuando la generación de Aguirre se comprometió con los Nuevos Equipos Internacionales, en la génesis de la Democracia Cristiana, sus miembros más eminentes ya vaticinaban una Europa crecientemente unida y federal, en la que los Estados soberanos iban a ver desdibujado su perfil jurídico, político e institucional, perdiendo gran parte de sus principales atributos. Y la ponencia política aprobada en la Asamblea Nacional de Iruña el año 1977 -la primera, tras cuarenta años de clandestinidad- señalaba que “Los Estados europeos, anclados aún en sus estructuras de Estado-Nación, no disponen ya, de la capacidad de decisión soberana de la que hasta hace poco disfrutaron. La aparición de las grandes potencias y la política de bloques les ha arrebatado el protagonismo político e internacional que ejercieron hasta la Segunda Guerra Mundial”.
El transcurso del tiempo está dando la razón a los que redactaron el pasaje que acabo de transcribir. La política de bloques concluyó, afortunadamente, pero a los efectos que aquí interesan, ha sido sustituida por una intensa globalización de la información y de la economía, y una tendencia, cada vez más evidente, a reordenar el mundo con arreglo a un esquema multipolar, en el que los países emergentes, los procesos de integración regional y las grandes potencias, interactuarán en un escenario cada vez más complejo de poderes compartidos, influencias cruzadas y mutuas interdependencias.
Las turbulencias que la crisis económica ha provocado en los últimos tiempos, están poniendo de manifiesto, descarnadamente, hasta qué punto la conjunción de estos factores que acabo de citar, está haciendo tabla rasa del poder, teóricamente supremo, que muchos Estados siguen invocando todavía como expresión de su pretendida soberanía. En Europa, el fenómeno resulta particularmente visible. Los Estados que con más miedo asisten a la depauperación de sus prerrogativas soberanas, intentan tranquilizarse aferrándose a la idea -jurídicamente correcta, pero cada vez menos defendible desde un prisma realista- de que siguen siendo los titulares de un poder soberano, que sólo ceden parcial y voluntariamente a la Unión Europea, para que esta lleve a cabo las funciones para la que ha sido creada. El Estado español se encuentra, sin duda, entre estos. Los dictámenes emitidos por el Tribunal Constitucional en las dos ocasiones en las que ha sido requerido para emitir un juicio en torno a la compatibilidad de los tratados europeos con la Constitución, reflejan el punto de patetismo que a veces alcanza el denodado empeño en dejar patente que, pese a las apariencias, nada ha cambiado; que la última ratio decisoria continúa en manos del Estado soberano. Todo el mundo sabe, en el fondo, que esta tesis constituye una ficción. Los Estados miembros no se incorporan a la Unión para cederle graciosamente su soberanía, sino para poder seguir reteniendo –aunque sea de forma compartida con el resto de los socios europeos- un control mínimo sobre lo que ocurre en su territorio y afecta a sus ciudadanos.
Cuando el próximo mes de septiembre, el Gobierno de España remita al Congreso de los diputados el proyecto de Ley de Presupuestos para 2011 -si es que para entonces no ha saltado por los aires el Ejecutivo que preside Rodríguez Zapatero- el documento que haga llegar a la cámara habrá sido previamente revisado y, probablemente, corregido, por un gabinete de burócratas con sede en Bruselas, que comprobará exhaustiva y rigurosamente si respeta o no las pautas oficialmente establecidas para las cuentas públicas de los Estados sometidos a supervisión. ¡Viva la soberanía!
La aprobación de los Presupuestos, constituye, históricamente, uno de las principales atribuciones de los parlamentos elegidos democráticamente. Un acto de soberanía, se ha dicho en más de una ocasión. Sin embargo, la intensidad que está adquiriendo la intervención europea en la definición de las finanzas públicas de algunos Estados miembros, autoriza a imaginar que, cuando se inicie el debate presupuestario, los diputados deambularemos, candil en mano, por entre los pasillos y los escaños de la cámara, como Diógenes de Sínope vagaba por Atenas a la búsqueda del hombre, inquiriendo en voz alta: ¿dónde estás soberanía?
Interesante artículo.
O sea que finalmente la soberanía reside o va a residir próximamente en unos burócratas puestos a dedo por quién sabe qué gente. Esa nueva oligarquía supongo que va a sustituir progresivamente a nuestras democracias representativas, aunque formalmente se hagan elecciónes, aunque sea para cargos simbólicos como Presidente del Gobierno o Representante para Eurovisión…
Hemos sustituido la famosa dictadura del proletariado por la de los mercados. Mal vamos.
Soberanía, cfr. voz ‘sobre’, Corominas y Pascual, vol. 5, pág. 278.
agurrak
Je! Je! No te has puesto cínico ni nada. Mejor buscar a la soberanía (honesta) en plan Diógenes que en plan «busco a Jacks», la verdad cualquiera de las dos visualizaciones me confunde.
Sr Erkoreka, convenga conmigo en una EU fuertemente unida política y económicamente y olvidemos de una vez estos pequeños estados, naciones y «nacionalidades».
¿Le suena?
Kaixo Josu,
Precisamente la semana pasada me hacía llegar un amigo mío, doctor en economía, un artículo que va a publicar sobre las políticas neoliberales aplicadas en América Latina a partir de los años 80 y su impacto nefasto en la mayoría de los casos. Nos surgían muchas preguntas acerca de la soberanía de estos países y hasta donde aplica realmente, y la necesaria creación de estructuras económicas de mayor tamaño que las de los propios países.
Creo que este blog que acabas de publicar le va a ser de muchísima ayuda ya que como suele ser habitual te ha quedado redondo.
Besarkada handi bat
Leí tu artículo. Muy bonito e interesante.
Saludos.
Borja, ¿conoces el papel que la idea de Europa ha desempeñado en la historia del PNV desde que en 1932 organizara al Aberri Eguna bajo el lema: Euskadi Europa? Si no lo conoces, entiendo tu comentario. Y si te interesa, te puedo aportar bibliografía al respecto. Si lo conoces… también comprendo tu comentario, pero en clave muy distinta.
Sr Erkoreka, no dudo de la europeidad del PNV, ni sé el alcance de su compromiso con la Europa que yo desearía. Agradezco su ofrecimiento de bibliografía, pero hoy no.
Tengo en mis manos un artículo de Javier Cercas publicado en El País Semanal del pasado fin de semana llamado «Una viga como una casa». Comenta los nacionalismos existentes en el estado español y ataca con razón al nacionalismo español que no ve la viga en el ojo propio cuando ve los nacionalismos periféricos.
Dice: «Aunque en la práctica sean distintos, en el fondo los nacionalismos periféricos son igualmente siniestros» y compara el «belicoso nacionalismo vasco con el felizmente pusilánime nacionalismo catalán» y continúa: «en el fondo ambos postulan que el séptimo día, en vez de descansar, Dios creó su nación».
«Cuando un nacionalismo periférico se desboca, te monta una banda terrorista, pero cuando un nacionalismo estatal se desboca te mata la mitad de un país».
«El nacionalismo es una fantasía siniestra a la que entre otras cosas debemos las dos guerras más devastadoras de la historia». (Yo creo que bastantes más)
En su apartado final Cercas dice «el problema no es sólo el de los nacionalismos que quieren destruir los Estados, sino de los que no quieren construirlos» y en este punto cita a Habermas y lamenta la ocasión perdida, de aprovechar la actual crisis, para dar un empujón a la unión política y económica de la UE, (como vengo diciendo en estas páginas repetidamente).
Así pues no creo que sea tan grave perder esta «soberanía» actual mediatizada por tantos factores ajenos y lograr un Estado europeo moderno.
Muy interesante, Cercas, poniendo calificativos a los nacionalismos. Y muy interesante su indagación más profunda («en el fondo ambos postulan que el séptimo día, en vez de desansar, Dios creó su nación») que prefigura una caricatura tan deforme que me expulsa del ámbito de los nacionalistas vascos. Si esa es la esencia última de todo nacionalismo (siempre y en todo lugar radicalmente igual a sí mismo), yo no soy nacionalista. Ni yo ni la gran mayoría de los nacionalistas vascos con los que trato todos los días.
Este valle de lágrimas que nos ha tocado en suerte, está hechido de seres humanos absolutamene seguros de que, la magna obra creadora que Dios se llevó a cabo, se concibió, desde el primer día hasta el séptimo, para hacer posible su existencia. Siempre ha habido visionarios y perturbados en el mundo. Entre los nacionalistas, entre los rabiosamente individualistas y hasta entre los europeístas. Por eso procuro profundizar en las realidades y no en las etiquetas; por eso procuro no hacer descalificaciones genéricas, sobre colectivos completos definidos en torno a un nomen. A mí me llaman nacionalista, pero ni me militado jamás en una organización terrorista, ni mi nación goza de un Estado capaz de organizar guerras devastadoras. ¿Será que no soy suficientemente nacionalista o que las categorías conceptuales que se me aplican resultan excesivamente simplonas para fenómenos tan complejos?
Soy europeísta, siempre lo he sido. Pero dudo que un Estado europeo, constituído a imagen y semejanza de los actuales Estados europeos, sea la panacea que vaya a resolver nuestros problemas. Y si el nacionalismo es tan esencialmente negativo como supone Cercas, creo que no resolveremos nada sustituyendo un nacionalismo español por un nacionalilsmo europeo. Alguna vez, de esto hace ya muchos meses, reflexioné en este blog, sobre los muy diferentes papeles que el nacionalismo (tan pluriforme bajo una misma denominación) ha desempeñado en la historia de la humanidad. Me temó que habré de retomarlas, antes de que Cercas, que escribe en El País, lee El País y conoce a Habermas a través de lo que hace poco escribió en El País, me haga un traje del que no pueda desasirme.
Sr Erkoreka, a vd le llaman nacionalista porque pertenece al P.NACIONALISTA V. y porque en este blog predica la doctrina nacionalista permanentemente. La etiqueta entiendo que suele ser restrictiva, admito que vd es un hombre plenamente de nuestro tiempo. Pero está vd sirviendo unos postulados, profesionalmente, de un claro matiz nacionalista vasco. Vive de ello.
Mi amiga Lucracia Borgia planea de nuevo. ¡Qué alegría! Y vuelve a teorizar sobre el nacionalismo y sus intrínsecas maldades. Pero lo hace desde la otra orilla. Desde la ficticia orilla del no nacionalismo. El es español y jamás cambiará su nacionalidad porque está satisfecho con ella. Además, se lamenta en tono quejumbroso de que en este blog no se utilice el apelativo español como algo digno de elogio. Pero se dice no nacionalista, porque no milita en un partido político que lleve el nombre de nacionalista. Para Lucrecia, el nacionalimo es cuestión de nombre. Si usted se dice no nacionalista, es que es no nacionalista, aunque se pase la vida actuando como el más exaltado y sectario de los nacionalistas. Y si usted se reconoce como nacionalista, es usted el responsable de todos los excesos y tropelías que el nacionalismo imperialista, como el serbio, el japonés, el napoleónico y hasta el español, han cometido a lo largo de la historia. Erkoreka vive del nacionalismo. Pero Aznar, Rajoy, Patxi López y Basagoiti viven del no nacionalismo. Muy bonito. el criterio de Lucrecia Borgia es infalible. El criterio nominativo no falla jamás. Por eso él, tan español, tan roji-gualdo, tan amigo de la patria indivisible, se puede permitir el lujo de hacerse llamar no nacionalista.
¡Cómo atufa la cosa!
Roma, Julio de 2010
He pasado un rato divertido con mi cocinero Nacionatonto, antepasado del Nacionalista viajero. Es torpe, habla torpemente en su jerga vizcaína, pero me divierte con sus bufonadas y me agrada con sus guisos.
Dice el tal Nacionalista que soy infalible. En mi vida anterior fui humana como todos, con sus aciertos y fallos. Ahora mi naturaleza es inmaterial y tengo una amplia visión de la historia, que para mi es presente, y de las actuaciones humanas, que me son muy conocidas y previsibles.
¿Dónde teorizo yo sobre nacionalismos y sus intrinsecas maldades?.Cuando vivía todavía perduraba ese sentimiento de universalidad que unía a la Cristiandad de toda Europa y el latín nos unía a todos los intelectuales, artistas y gente noble en una nacionalidad común. La gente de unas regiones, pese a la dureza de los viajes, se trasladaba de unos sitios a otros como por su propia tierra. En las universidades de Paris era fácil encontrar gentes de todas partes. Mi propio padre trajo a Copérnico a La Sapieza. La idea del Imperio Romano Germánico aún perduraba y la Cristiandad era un concepto muñidor de Europa.
Sr Erkoreka, contra mis deseos de tranquilidad espiritual, me asomo a este club de escribientes cada vez que soy invocada, pero le aseguro que no es este mi deseo. Gracias por su paciencia
Suya, Lucrecia, Duquesa de Ferrara.
Extracto de una entrevista a Guy Verfofstadt, ex primer ministro de Bélgica y presidente del Grupo Parlamentario ALDE en el Parlamento Europeo:
¿Cree que los gobiernos cederán su propio poder económico a la Unión?
No tienen alternativa: o ceden esa soberanía a la UE o serán despojados de ella por los mercados, que ellos sí están por encima de cualquier Estado. Además: ¿cree que los países europeos de uno en uno pueden hablar de tú a tú a China, Rusia, Brasil, Japón, Estados Unidos…? ¿En este mundo ya multipolar en el que ya vivimos?
Los ciudadanos todavía creen estar más protegidos por sus Estados.
Vamos a ver, yo mismo fui elegido por los ciudadanos primer ministro de Bélgica de 1999 al 2008…
Lo sé.
… Pues tengo mucho más poder ahora como líder del tercer grupo parlamentario del Europarlamento, el liberal, que el que nunca tuve como primer ministro belga.
En El Mundo de hoy, jueves, 16 de septiembre de 2010 se publica un «Brevete» que se titula «Futuro incongnoscible». Dice lo siguiente:
«La soberanía de los estados integrados en la Unión Europea es cada día un poco menor. El Ecofin ha decidido que hay que mandar a Bruselas los bocetos de los Presupuestos Generales antes de que sean aprobados en los parlamentos nacionales. La teoría clásica de la soberanía destacba que la aprobación de estos presupuestos era una de las atribuciones esenciales de cualquier estado. La soberanía se entendió como poder supremo haia dentro. Desde Maquiavelo, pasand por Hobbes, Spinoza, Rousseau, Hegel y el positivismo jurídico, la soberanía es la independencia en todo lo que no sea limitado por la propia voluntad estatal. Con la exigencia del Ecofin se inicia una etapa histórica distinta. Los cambios afectan a las identidades nacionales. Y todo ello cuandola globalización altera las relaciones de comunicación de las personas y de los grupos. EL horizonte del siglo XXI es incognoscible por el momento»
El texto va firmado por un tal SECONDAT.
Parece inspirado en esta entrada de Josu.