Salía del debate de investidura cuando Gorka me espetó secamente: «¿Ya sabes lo de Manu?». «¿Lo de Manu?», le respondí extrañado. «¿Qué Manu?», añadí con alarma creciente. «El cocinero», me respondió de inmediato. «Lo han encontrado muerto en el local en el que iba a abrir el nuevo restaurante». La noticia, tan abrupa y súbita, me dejó turbado; lo reconozco. Y no pude dejar de darle vueltas al asunto durante el vuelo de regreso a Bilbao. No le había visto desde el verano, pero nada permitía augurar un desenlace tran trágico y repentino.
Manu era una especie de oasis gastronómico para los vascos que habitan en Madrid o frecuentamos la Villa y Corte. Un auténtico vocacional de la cocina, que disfrutaba viendo disfrutar a los comensales en torno a la mesa. Tenía tras de sí una biografía apasionada e inequívocamente volcada hacia lo culinario. Su entorno más genuino tenía dos frentes: el mercado -que cuidaba sobremanera para garantizar la calidad de la materia prima- y el fogón. Su atuendo habitual, el blanco que distingue a los cocineros. Y su máxima satisfacción, la sobremesa entre camaradas, ponderando las cualidades del menú y hablando interminablemente sobre Euskadi, que amaba y añoraba con delirio.
Había nacido en Karrantza, en ese valle tan bello como desconocido que se sitúa en el extremo oriental de Bizkaia. Hijo de carniceros, pronto descubrió que lo suyo no era la venta y el suministro de carne, sino su elaboración para el consumo humano. No era más que un niño cuando empezó a trabajar en la cocina del Hotel Carlton de Bilbao. En los años siguientes, su aprendizaje profesional enriqueció notablemente bajo la estela de otros maestros de la cocina, como Genaro Pildain, de quien aprendió -decía- a cortar el bacalao.
A los veinticuatro años, marchó a Francia, que en aquel momento era la meca de la buena cocina. Después cruzó el Atlántico y se instaló en el Iberoamérica, donde aprendió -sobre todo en Argentina y Uruguay- a asar la carne de calidad. De allí se trasladó a Nueva York, donde trabajó en un restaurante de origen escocés situado en la Segunda Avenida. Otra escuela; otra manera de concebir la nutrición, la degustación y la atención al cliente. Finalmente, recaló en Madrid, donde llevaba afincado más de veinte años. Siempre afable, atento y servicial, pero siempre, también, con Euskadi en el corazón y en la evocación: el vino asentado sobre el tempranillo, el txakoli blanco afrutado, los pintxos, el txikiteo, los txokos, las sobremesas cantadas, el buen ambiente y el Athletic.
Manu era amigo de los platos tradicionales y sencillos. No despreciaba la cocina de autor y la elaboración sofisticada, pero su especialidad era la cocina casera -el cocido, la merluza, las anchoas, la chuleta- con materia prima muy cuidada y cocinada sin complejidad, pero con singular cariño. Su cocina era expresión de su personalidad: honestidad, sencillez y lealtad a carta cabal; discreción, calidad y pasión por las cosas bien hechas. Amigo de los amigos, Manu derrochaba, sensibilidad, generosidad y entrega.
Su fallecimiento constituye una pérdida irreparable para la comunidad de vascos en Madrid. Agur, Manu. Siempre te recordaremos con tu indumentaria blanca, tu cercanía respetuosa y tu sonrisa afable. Agur, amigo.
Querido Josu,
Para todos ha sido un drama tremendo lo de Manu. Nosotros nos enteramos de casualidad, había estado hablando con él la semana pasada para ir a inaugurar el nuevo restaurante, La Leyenda Vasca se iba a llamar, y trataba de marcarle al móvil para reservar a comer el día de la inauguración.
Manu fue siempre una persona encantadora, involucrado, y que después de darse la paliza a trabajar toda la semana, no fallaba a cuantos actos y eventos organizáramos.
Perdemos a un gran amigo y a un gran vasco
Goian bego!!!
Carlos
UN RECUERDO CIERTAMENTE ENTRAÑABLE DE UNO DE TANTO VASCOS QUE SIGUEN ESPARCIENDO UNA IMAGEN POSITIVA Y DANDO LUSTRE A EUSKADI. GOIAN BEGO.
(pero Karrantza está en el occidente de Bizkaia)
Bermiotarra que tienes que viajar más por Las Encartaciones y conocerás gente tan maja como Manu.
Los de Karrantza son gente viajera, añoran su precioso valle, pero muchos viajan muy lejos de él, y así no es extraño encontrar carranzanos en Méjico, donde unos a otros se ayudan a prosperar. También desde hace siglos hay lugareños de este valle en Madrid. Y cuenta la historia o la leyenda, al menos así me lo han contado, que un soldado de los famosos Tercios de Flandes y después de mil y una penalidades consiguió llegar a Madrid. Al preguntarle como lo había conseguido, manifestaba que fue gracias a la imagen de la Virgen que siempre llevaba con él y por lo tanto había tenido «buenos sucesos». Esta historia se propagó por toda la villa y como por esas fechas ya vivían por allí carranzanos, empezaron a contarla por su valle y de esta forma y una vez pasado el puerto de La Escrita, entrada natural a Karrantza, a su derecha está la estatua de la Virgen del Buen Suceso, que preside todo el valle y seguro que Manu como todos los carranzanos que han abandonado este rincón de Bizkaia, se acuerdan del idílico paisaje que desde la misma se contempla.
Desde allí donde te encuentres, sigue iluminándonos con tu cariño, sencillez y amor a esta tierra, ¡tu tierra!.
Goian bego
Agur Jauna
Elías