En la visita que hace unas semanas cursé a Marruecos, me llamó la atención -es, lo advierto, una manera de hablar- la pujanza, cuando menos aparente, que reviste allí la fe islámica. En las ciudades, la llamada a la oración forma parte del paisaje acústico cotidiano, difundiéndose por todos los rincones a través de los cientos de mezquitas -grandes y pequeñas, lujosas y austeras, artísticas y vulgares- que salpican la trama urbana. Un ciudadano del lugar me aseguró en cierta ocasión que, tras aquella escrupulosa formalidad, se ocultaba mucha hipocresía. Es posible, no lo niego. Pero cuando uno escucha aquellas voces lánguidas -a veces, hasta varias de modo simultáneo- que se repiten, sin excepción, todos los días, a las mismas horas, expresando el Al-adan, no puede dejar de pensar que el Islam reviste una importancia notable en el sentir personal y colectivo del lugar.
La impresión no es menor cuando se abandonan los grandes centros urbanos para adentrarse en la montaña o circular por la dispersa geografía de los pequeños municipios. También ahí se comprueba que, en muchos lugares, el único edificio nuevo, renovado o recientemente remozado del pueblo, es la mezquita y el correspondiente minarete, que destacan ostensiblemente de entre las sobadas casas de adobe o los desgastadas viviendas de ladrillo hueco. La sensación que extrae el viajero que cruza la geografía marroquí es, hasta cierto punto -si se me permite la comparación- la contraria de la que recibe en la península ibérica, donde las iglesias de los pueblos exhiben un estado de conservación que, de un modo cada vez más claro, se sitúa por debajo de la media de las viviendas residenciales que se sitúan a su alrededor.
También me sorprendió el elevado porcentaje de mujeres que cubren su cabeza con velo. Sabía que en el mundo rural, esta prenda forma parte inexcusable de la indumentaria femenina. Pero incluso en las ciudades, donde uno se cruza con mujeres solas que conducen automóviles y ciclomotores, reflejando, con ello, una autonomía personal que no es muy habitual en los países más rigoristas en la aplicación del Corán, el hiyab es portado por una inmensa mayoría de las féminas. Vi, también, algún Niqab –esas prendas de color negro que sólo dejan al descubierto los ojos de la mujer- pero muy pocos. Me dijeron que eran habituales en algunas zonas de Magreb.
Un día que cruzamos la cordillera del Atlas, en el tránsito desde Ouarzazate a Marrakech, el vehículo que nos transportaba hizo una parada técnica junto a un establecimiento comercial situado al lado de la carretera. Como no tenía urgencias que satisfacer, aproveché la ocasión para ojear, cámara en mano, la pequeña pendiente que conducía a un río que se encontraba unos metros más abajo. En el camino, descubrí unas plantaciones curiosas de un cultivo que no sabría concretar qué era. Mientras observaba aquel singular labrantío, aparecieron, como escupidas por la tierra, tres niñas tocadas con velo islámico que sonrieron alborozadas ante mi expresión de sorpresa. El encuentro me resultó simpático, aunque hoy es el día en el que no sé si jugaban entre ellas o se mofaban de mí. Probablemente, hacían ambas cosas. Les pedí autorización para fotografiarles, a lo que respondieron, ambiguamente, con gestos bien teatralizados de pudor infantil. En aquel momento, la que parecía más viva de las tres, se cubrió parcialmente el rostro con el velo -aunque la expresión de sus ojos permitía apreciar con claridad que mantenía el gesto risueño- y me respondió que accederían a mi petición si les compensaba con un dirham. Hurgué en el bolsillo y comprobé que sólo tenía una moneda de diez; el equivalente aproximadamente a un euro. Se lo ofrecí y me lo arrebataron de la mano con un movimiento tan ágil como certero. Pese a todo, he de reconocer que me costó Dios y ayuda que posasen para la foto. En ningún momento dejaron de mostrarse huidizas frente a la cámara. Su actitud esquiva permitía adivinar todo un complejo de creencias, insistentemente transmitidas por sus madres, en torno a los efectos presuntamente maléficos que las imágenes fotográficas producen en quienes figuran en ellas. Cuando por fin dí por concluida la sesión de fotos, me llamaban ya, desde la carretera, para reemprender el trayecto. Tenía que regresar.
El recuerdo de las tres niñas con las que tuve el casual encuentro que acabo de describir, me ha aflorado estos días, con ocasión del conflicto generado en Pozuelo de Alarcón en torno a Najwa, la joven de origen marroquí a la que prohíben asistir a clase tocada con hiyab.
De entrada, me parece lamentable el calvario que le están haciendo padecer a la joven con ocasión del velo. Nadie tiene derecho a ejercer sobre un ser humano desvalido -doy por supuesto que una mujer, inmigrante y en edad de estudiar lo es- una presión social y mediática tan intensa como la que Najwa ha sufrido los últimos días. Todos deberíamos medir un poco más nuestros pasos para evitar este tipo de situaciones.
Por lo demás, no soy partidario de prohibir a una mujer el uso del velo. Ni en la calle ni, por supuesto, en la escuela. Si el centro al que asiste tuviera establecido con carácter oficial un atuendo uniforme para todos sus estudiantes, me callo. Pero no parece ser el caso. Tampoco tendría motivo para oponerme a la prohibición si en lugar un hiyab se tratase de un burka. Son cosas muy diferentes. El burka aísla a la mujer, dificulta su comunicación, perjudica su salud y atenta contra su dignidad. Pero nada de esto ocurre con el hiyab. Y, en fin, si se acreditase de modo fehaciente que el uso de esa prenda es impuesta a la mujer a través de una coerción familiar o social en contra de su voluntad y en abierta violación de su libertad, sería partidario de salir al amparo de la víctima, garantizándole la cobertura pública que resultase necesaria para hacer valer sus derechos individuales frente a las inadmisibles presiones del entorno. Pero en esto, me temo que el uso del hiyab puede asemejarse bastante a los inexorables dictados, casi esclavizantes, que la moda impone a los jóvenes -y a los no tan jóvenes- en la sociedad occidental contemporánea.
A Najwa le asisten, creo yo, la libertad de conciencia, y los derechos a la libre expresión y a la propia imagen. Si sus compañeras católicas pueden portar en el cuello una medalla dorada grabada con el corazón de Jesús o una imagen de la virgen del Carmen, no veo por qué razón se le ha de impedir a Najwa cubrir su cabeza con una prenda que a nadie ofende, agrede o hace daño. Si la escuela ha de ser un foco de irradiación de pluralismo y tolerancia, lo ideal es que la diversidad que hay que respetar forme parte de la experiencia cotidiana de los estudiantes y no una categoría conceptual abstracta e inaprensible. Si Najwa pretendiese imponer el hiyab a todas sus compañeras de aula, habría que impedírselo y reconvenirle por ello. Pero no lo hace. O, cuando menos, no lo ha hecho hasta la fecha. Se limita a reivindicar su derecho a vestirse como desea, sin menoscabar lo más mínimo la moral pública -si es que este concepto puede significar algo objetivo e indubitado en una sociedad democrática- o alterar el orden público.
No se me oculta que, para ciertos sectores de la sociedad europea, el hiyab es interpretado como una especie de símbolo que nos remite a un universo de valores y principios incompatibles con la pauta democrática. Me refiero a los que acusan a las mujeres que se cubren con esta prenda en occidente, de constituir la vanguardia del fundamentalismo islámico más intransigente y agresivo. Tras ellas -se nos dice- se oculta un proyecto antidemocrático que postula abiertamente la imposición universal de la Sharia, con todo su halo esencialista, discriminador y antipluralista. Siempre he pensado que es exagerado considerar a los inmigrantes que profesan la fe islámica como la avanzadilla de las células terroristas que pugnan por reestablecer manu militari el califato de la edad áurea. No creo, francamente, en la tesis extrema de quienes sostienen que el mundo bipolar que el muro de Berlín arrastró con su caída, ha sido sustituido por otro escenario, también bipolar, en el que la civilización occidental -democrática y pluralista- se enfrenta con un supuesto totalitarismo islámico, hermético, monolítico y congénitamente destructivo. Pero incluso en el supuesto de que así fuera, pienso que la democracia no debería reaccionar frente a la presunta ofensiva islámica, negándose a sí misma, sino demostrando con los hechos que los valores que preconiza -la libertad, la igualdad y el pluralismo- pueden imponerse por sí mismos sobre los proyectos que apuestan abiertamente por su desaparición. Si no confiamos en la superioridad moral de la democracia y en su capacidad persuasiva para imponerse sin violencia, dudo seriamente que creamos de verdad en ella.
Ya lo sé. Ya sé que en los países de mayoría islámica -y ya no digo nada en los oficialmente islamistas- se resisten a respetar a quienes profesan otras religiones, los derechos y libertades que reivindican para ellos en el mundo occidental. Pero no creo que la solución a ese problema de intolerancia consista en pagarles en nuestra casa con la misma moneda. No recuerdo quién dijo aquello de que, aunque el Estado democrático condene y persiga el canibalismo, no se puede comer a los caníbales sin destruir su propio esquema de valores. Pues en ese punto, coincido con él.
Egia caballieri Josu. No se pueden romper tradiciones. Ademas porque? Si no respetan nuestra cultura tenemos como defendernos.
Totalmente de acuerdo, Josu. Además, ¿qué diferencia hay entre un hiyab y la toca de una monja? Si lo uno se permite en las escuelas, no se puede prohibir lo otro. Shame on la escuela que piensa que un pañuelo es más importante que el derecho a la educación.
Estoy deacuerdo con Ud. cuando plantea que la prohibición del pañuelo (hiyab) atenta contra los principios democráticos de libertad y pluralismo. Efectivamente, caeríamos en un contrasentido si, como Ud. bien expresa, no permitiésemos que «la superioridad moral de la democracia» y «su capacidad persuasiva», en las que deberíamos creer profundamente, se impusieran por si mismas. Y por eso me gusta el modelo británico que el francés.
Nadie desconoce que la voluntariedad de esta costumbre tiene su origen en una «norma» cultural que afecta sólo a las mujeres y, por lo tanto, tiene un claro carácter discriminatorio. Sin embargo, esta es una cuestión que, en mi opinión, no nos corresponde a los occidentales resolver, sino a los propios musulmanes. ¿O acaso vamos a erigirnos como cruzados de nuevo? Creo sinceramente que la mejor manera de contribuir como embajadores de la democracia entre los miembros de la comunidad musulmana es, precisamente, recibir a los inmigrantes de esta cultura sin prejuicios, mostrarles el verdadero valor del respeto por la diferencia practicando con el ejemplo, etc. He vivido esta situación en el Reino Unido, luego sé que es posible.
Sr Erkoreka, aunque no me gustan los velos comparto su visión del hiyab. Ese instituto de Pozuelo debería educar a la niña lo suficiente para que quizá ella misma decida quitárselo, y no negarle la educación.
Fíjese en la rápida reacción del segundo instituto cerrando el paso a «los moros», y fíjese también en que Pozuelo, Majadahonda y Las Rozas, pertenecen a un Madrid norte que va para pijo.
Respecto a su visión de tanta gente acudiendo a las mezquitas en Marruecos diariamente me gustaría matizar, que para las mujeres especialmente, la visita a la mezquita diaria es una forma de relación social. Si vd las ve en un corrillo, sentadas en el suelo, no piense que están rezando. Están de cháchara con las amigas. Fíjese en los bares y cafeterías y verá qué pocas mujeres ocupan sus mesas. Aquel es un mundo exclusivo de los varones. Las mujeres tienen sus encuentros sociales en las mezquitas.
De todas formas desde mi punto de vista el islam radical se ha incrementado en Marruecos como en todos los países musulmanes.
Kaixo Josu,
Mejor no se puede expresar lo que significa la democracia.
Precisamente es nuestra democracia la que debería haber permitido a la joven Najwa (digo joven por qué no me ha parecido una niña) expresar sin cortapisas la religión que ha escogido (seguro que por influencia familiar) igual que nosotros católicos (sin duda por influencia familiar) expresamos la nuestra constantemente dentro y fuera de las escuelas.
Aprovecho para decirle a Mariasun que no hay mejor manera de respetar mi cultura que enseñarme otra. La cultura, como el pensamiento, no debe ser único si no múltiple y en continuo cambio
besarkada handi bat
Carlos
Sr. Erkoreka: Estoy admirado de su capacidad intelectual, de sus conocimientos jurídicos, de su calidad humana de empatía para ponerse en
en lugar de los sentiminentos de las personas con intereses contrapuestos en cualquier debate o litigio, de su capacidad oratoria, de su abertzalismo respetuoso, del acierto en el análisis completo de los hechos objetivos y la aplicación de las normas jurídicas que correspondan, y de la Conclusion siempre equilibrada y detallada, en definitiva, soy un admirador de su personalidad política e intelectual, y como conclusión antes de hacer alguna apostllla a sus comentario siempre acertados sobre el tema «burka» y demás, y siguiendo las opiniones de algunos/as opinantes en su blog me atrevo a SUGERIR que su partido debe pensar en proponerle a Vd. como aspirante a próximo LEHENDAKARI al Gobierno Vasco. Siempre con el máximo respeto al q debiera ser lehendakari en estos momentos q no es otro q el Sr. IBARRETXE tan querido por todos, dadas todas sus cualidades exhibidas, y desgraciadamente «desterrado» de una forma moralmente ilegitima, por el osado-okupa-mentiroso-indocumentado y ególatra Sr. Lopez aupado por el tándem PSOE-PP, coalicion nacionalista española antivasca q nos van a llevar a la ruina politica y económica.
Yendo al Tema del burka «solo» quiero analizar el tema desde un punto de vista humano y es el de la superioridad del mundo occidental del respeto a la persona como tal. Qué es eso de q la mujer tenga q ir por la vida sin mostrar su rostro a los demás despojándole de su personalidad como si no existiese y viviendo como un animal enclaustrado? Cualquier cultura o religión q patrocine semejante injusticia está enferma. Soy muy respetuoso de todas las culturas y de las minorías, pero existe una superioridad q es el respetar todos los derechos humanos, y el de la identidad personal es fundamental vamos es el derecho a existir y vivir dignamente. Y en eso la democracia occidental muestra mas garantias humanas y no falla. Por eso opino q las personas a las q su cultura o religión les obliga a vivir así y se instalan en el mundo occidental llegarán a OARTU=darse cuenta de q ese «disfraz» es impuesto por su cultura y al final es un simbolo del menoscabo de sus derechos en ella. Es una cuestión de tiempo. No corresponde sancionar sino «convencer» y el convencimiento tb tiene q ser de ellas mismas..y sobre todo tiene q ver con su integración. Y eso de quien depende?
En Siria persiguen menos a los cristianos que en Espana a los mahometanos.
Al menos el caso de la persecución de esa adolescente de Majadahonda por parte de la ultra marquesa-presidente provincial, quien apostó por mandarla a la hoguera a la vista de su resistencia a la conversión, ha servido para llegar a a esa concluisión.
Y Siria es eso que dicen «países musulmanes», creo.
Es curiosa la necesidad que tienen algunas personas en decirle al resto del personal que son distintas (no les basta con sentirlo), necesitan proclamarlo. Probablemente, algunas veces ese sentimiento de sentirse diferente camufla otro un poco menos encomiable: el de sentirse mejor.
El caso de Najwala yo creo que está en otra onda, habría que encuadrarlo más bien dentro de la tradición y la religión.
Hablando de tradiciones y religiones, personalmente opino que no está demás decir que unas son, digamos, que más civilizadas que otras… y algunas, francamente, se me antojan de complicada digestión.
Por tal motivo, considero que empeñarse en defender una determinada cuestión con el único argumento justificativo de que es tradicional y por lo tanto hay que conservarla, me parece de una pobreza mental rayana en encefalograma plano.
Volviendo a la polémica entorno a Najwala, creo que detrás de alguna que otra defensa incondicional (con mando a distancia) del hiyab, muchas veces se esconde no poca carga de fácil hipocresía. A veces las cosas son mucho más sencillas. No falta quien opina que el reglamento del régimen interior de un colegio conviene respetarlo. Y si en éste se especifica que la cabeza de sus alumnos (alumnos y alumnas, diría Ibarretxe haciendo un mal uso del castellano) no debe estar cubierta dentro del aula, pues es lo que tiene.
Aunque me encanta releer de vez en cuando a Bakunin, yo creo que la ausencia de normas suele ser bastante chungo para los más débiles, y desde luego, en temas de educación, lo más importante es la igualdad de oportunidades (el rigor ahí debe ser máximo). Por otro lado, cuando se trata de colectivos humanos, las excepciones aplicadas a algunos de sus miembros (miembros y miembras que diría la otra) hay que administrarlas con extraordinaria prudencia, no pocas veces se confunde la tolerancia con la memez y lo progresista con lo cobarde.
Saludos cordiales
Donatien, vuelves a confundirte con las persecuciones también. En Siria los cristianos han disminuido drásticamente, en números absolutos y relativos. Ser cristiano hoy día en un pais musulmán se esta convirtiendo en algo complicado. Se ve que sólo lees las noticias que te interesan. Pero a ti que eres cristiano debería importarte la quema de iglesias y disturbios contra cristianos en paises musulmanes.
¿Tampoco recuerdas los cristianos perseguidos en Afganistán por explicar su credo?.
No es necesario retorcer la verdad para apoyar a la niña de Pozuelo, (que yo he defendido más arriba).
Es tremenda la aporia en que incurren los nacionalistas periféricos cuando se trata de enfrentarse al Islam, religión extranjera y agresiva contra la identidad europea, y eso que el PNV es buen camarada de los flamencos del Vlams Velang. En Cataluña, gracias al enorme avance de la Plataforma per Catalunya, partido identitario catalán, hacen pequeños gestos como la prohibición del velo en espacios públicos en Lleida o la prohibición de empadronar ilegales (¡gente fuera de la ley!) en Vic, aplastada por un decretazo centralista de Madrid, pese a haber sido aprobado con mayoria del consistorio y ser perfectamente legal. Pero estamos en lo de siempre: un discurso de tono feudalista que pretende socavar al Estado-Nación por puros privilegios económicos y de clase, especulando con la sentimentalidad del pueblo. Pero cuando se trata de defender realmente al pueblo, a la identidad, la cultura, la sangre, la historia y la Tradición vemos como los partidos nacionalistas periféricos claudican y se unen al carro multiculturalista y proislámico. Algo particularmente disparatado y escandaloso en el caso del PNV, partido integrista católico, solo equiparable en confesionalismo al Carlismo o las líneas nocedalistas. Ustedes vayan cediendo… tampoco pasaba nada en Francia hace 30 años y ahora hay pueblos y ciudades donde la población autóctona (provenzal, bretona, vasca, catalana, occitana, savoyarda, etc.) ha sido desplazada por forasteros, totalmente ajenos a nuestra religión secular, a la convivencia y a la identidad de quien les acogió.