Durante la tramitación parlamentaria de la Ley de Partidos Políticos -en realidad se trataba de su reforma, porque la Ley existía ya desde 1978- me correspondió el honor de representar al Grupo Parlamentario vasco en Ponencia, Comisión y Pleno. Ello me permitió participar en los debates y hacer un seguimiento puntual de la evolución que experimentó el texto a su paso por las Cortes, mediante las alegaciones que unos y otros hicieron para justificarla o para rechazarla. Recuerdo que, cuando debatíamos el proyecto en la Comisión Constitucional, propuse a Luis Carlos Rejón -aquel diputado de IU que tan buenos momentos nos hizo pasar en la tétrica legislatura que proyectó a Aznar hacia la plenitud de su esplendor autoritario- cerrar una apuesta: yo defendía que Garzón iba a anticiparse al Gobierno en la ilegalización de Batasuna, dejando en agua de borrajas todo el ímpetu propagandístico que animaba a los promotores de la norma. «¿Te animas -le pregunté- a sumarte a la tesis contraria y apostar contra mí?». Rejón me miró, sonrió con aquél gesto cínico que sólo él sabía esbozar y contestó: «¿Tú me has visto cara de idiota o qué?». Y ante mi sonora carcajada, añadió: «¡Pues claro que se va a anticipar!. ¡Para rato va a dejar pasar una ocasión como esta para salir en la prensa y ganar notoriedad!».
Instantes después compartimos la reflexión con los diputados socialistas y populares. Pero ellos no querían ni oir hablar de semejante hipótesis. No solo rechazaban la apuesta, sino que nos daban la espalda cada vez que les sugeríamos tal posibilidad. Su actitud huidiza denotaba que, en el fondo, pensaban exactamente igual que nosotros: que lo más probable era que Garzón, que llevaba años considerando sin éxito la posibilidad de tramitar un proceso penal que concluyese con la ilegalización de Batasuna, encontrase justo en ese momento -ni un semestre antes, ni un semestre después- motivos suficientes como para adoptar medidas ordenadas a suspender o limitar de alguna manera la actividad de dicha organización política.