En un viaje que recientemente cursé a San Petersburgo -una ciudad deslumbrante como pocas- me llamó señaladamente la atención, un comentario, aparentemente frívolo e irrelevante, que la persona que guiaba la visita nos hizo al cruzar el puente Aníchkov; una de los numerosas pasarelas que atraviesan los centenares de canales que se abren en la parte vieja de la ciudad.

Una de las figuras que adornan el puente Aníchkov
En cada uno de los cuatro extremos del puente, se erige una escultura de bronce que representa a un hombre intentando reducir a un caballo. Son cuatro figuras soberbias, que fueron magníficamente trabajadas a mediados del siglo XIX por un escultor de origen francés, pero afincado en Rusia desde su más tierna infancia, que respondía al nombre de Piotr Clodt. La disposición del hombre y del equino es distinta en cada una de ellas, pero todas cuatro responden al designio común de simbolizar, mediante la alegoría de la «doma del caballo», la superioridad del ser humano sobre las fuerzas brutas de la naturaleza; una supremacía que se expresa en la capacidad de someterlas a su control y dominarlas.
Como las distancias en Petrogrado son grandes y el tráfico bastante denso, no tuvimos ocasión de detener el vehículo, como me hubiera gustado, para contemplar las esculturas con un mayor detenimiento. Pero el guía añadió: «Una leyende urbana que no he podido contrastar, asegura que el escultor esbozó la cara de Napoleón en los testículos de uno de los caballos». Una pequeña venganza de un partidario del Antiguo Régimen, pensé. O quizás una manera de acreditar frente a la sociedad rusa, que el origen francés del escultor no le hacía emparentar con alguien como Napoleón que, en el imaginario colectivo de la Rusia zarista decimonónica, era reputado como uno de los grandes enemigos del país.
El comentario -insisto- me sorprendió. Pese a su aparente futilidad, despertó en mí la malsana curiosidad de comprobar personalmente si tenía fundamento, o carecía de él, la leyenda urbana que, al parecer, no había sido contrastada por nuestro anfitrión.
Al tercer día, cuando habíamos disfrutado ya de los principales focos de interés artístico de la ciudad -los de obligada visita en toda estancia en San Petersburgo- mi mujer y yo decidimos regresar al puente Aníchkov, esta vez a pie -sin los vehículos que tanto nos acercan pero, al mismo tiempo, tanto pueden distanciarnos de los lugares de interés cultural- para verificar la leyenda urbana.
Montamos en el metro, lo que en esta ciudad constituye toda una experiencia, y en media hora -ya he hablado de lo pantagruélicas que son las distancias en San Petersburgo-, nos plantamos en la estación más cercana al lugar. Paseamos hasta el puente y examinamos una a una las esculturas de los caballos y sus domadores. Son, ciertamente, espléndidas. Deslumbrantes. Pero conforme avanzábamos en el proceso de fiscalización, nuestra curiosidad se iba desvaneciendo. La leyenda urbana empezaba a parecer una patraña. Los caballos exhibían escrotos de superficies lisas que en absoluto reflejaban o permitían evocar el rostro de Napoleón o el de cualquier otro ser humano, conocido o ignoto.
Pero al llegar a la altura del último -a las puertas ya de la desilusión- descubrimos que, en efecto, el saco escrotal del cuarto equino trazaba, inequívocamente, un rostro humano. La cara de una persona. La nariz aguileña, la prominente frente y los pronunciados pómulos podrían ser los de Napoleón -podrían, he dicho- pero este es un extremo más difícil de validar. No estoy en condiciones de asegurar que las facciones modeladas en la entrepierna del caballo sean las del afamado emperador francés, a quien, obviamente, no tuve la oportunidad de conocer personalmente. Pero no había duda de que allí había una cara. La faz de una persona.

El escroto del caballo que esboza un rostro humano
La leyenda urbana era cierta. Tenía fundamento. No era un mero embuste. Y más allá de que los rasgos faciales que allí asomaban se correspondiesen o no con la de Napoleón, el hecho revestía una notable significación. En un grupo escultórico que pretende simbolizar la superioridad del ser humano sobre el animal, es muy significativo el hecho de que en el escroto de los animales sujetos a la doma -precisamente en esa zona de la anatomía en la que metafóricamente se concentran las pulsiones más embrutecidas e irracionales de los mamíferos machos- se insinúen los ragos inconfundibles de un rostro humano.
El grupo escultórico de Clodt tiene un mensaje subliminal, no hay duda. El detalle de la cara labrada en los testítulos no obedece a la casualidad. Puede ser -es una conjetura personal- la constatación de que el ser humano es capaz de imponerse no sólo al animal, y a las fuerzas más incontenibles de la naturaleza, sino también al propio ser humano, cuando abdica de su condición de tal y se empeña en encarnar conductas testiculares, más propias de seres irracionales que de hombres y mujeres dotados de entendimiento y de razón.
En el ámbito de la política, el corolario es evidente. Clodt se mofa de las políticas impetuosas y testiculares. De las del grito agerrido, el puñetazo atronador y la radicalidad intransigente. Esa que se practica -supongo que se me permitirá la licencica- «por huevos». O para demostrar quién los tiene más grandes.
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Como nacionalista de toda la vida(7 generaciones)no me parecen correctos los comentarios que realizas.Creo que después del magnífico viaje que has realizado se esperarían otro tipo de comentarios
¿Llevas siete generaciones siendo nacionalista? Joé, debes de ser el hombre más viejo del mundo.
Ba nire ustez oso komentario fina da Josu. Argi ta garbi kaptatzen da zer esan nahi duzun.
Ta momentu honetan, adibidez; Rodolfo Aresek daraman politika oso «testikularra» da.
Imajinatzen dut zera esaten: «Por mis huevos que no queda una foto de un preso en las calles de Euskadi»
Asier, si cada generación, según sostienen los genealogistas, supone una media de 25-30 años, seis generaciones suman entre 150 y 180 años. El PNV se fundó en 1895. Hace 114 años. Tus antepasados, hace seis generaciones, serían carlistas o integristas. Pero nacionalistas, no.
Además, ¿qué añade tu genealogía nacionalista al acierto de tu opinión? Jon Juaristi tiene también una dilatada genealogía de nacionalistas. Pero no creo que sus opiniones sean para ser tenidas en cuenta.
Habéis visto las imágenes de los hombres de Ares, la ejemplar policía espanola para Vascongadas de nombre «Ertzaintza»(si Monzón o el propio Sota levantaran la cabeza), mostrando su pericia profesional, anoche en Ibarra?
Siento tal orgullo por mi Ertzaintza que no tengo palabras para describirlo.