La campaña electoral ha cruzado ya el ecuador. A algunos, la semana transcurrida desde el día en que se dio el pistoletazo de salida, les parece una inmensidad. Y no hablo tan sólo del sufrido ciudadano. “Las campañas siempre se les hacen largas a los candidatos”, me confesaba esta mañana un aspirante a alcalde que concurre a estos comicios al frente de una lista. “A mí -añadía, abrumado- se me hacen eternas; auténticamente interminables”.
Pero como la cosa va por barrios, a otros, todo el tiempo del que pudieran disponer les parecería insuficiente. Y no me refiero en exclusiva a las firmas de publicidad que facturan a los partidos políticos por días. “Es que una campaña tan corta –me comentaba al mediodía otro candidato- no te da margen para llegar con el programa a todos los votantes”. Su angustia, según se ve, no emanaba, como en el caso anterior, del horror al vacío, sino del pánico a la campana. Del miedo a llegar a la meta sin haber cumplido con la agenda trazada.
Como se ve, en esto de las campañas electorales hay opiniones y vivencias para todos los gustos. Como en botica.
Mi primer acto de campaña tuvo lugar el pasado viernes en Zeberio. Por la mañana, me reuní, en Donostia, con los responsables de una importante empresa vasca del ámbito agroalimentario. Como siempre, salí deslumbrado del esfuerzo que desarrollan algunos de nuestros hombres de empresa por innovar, crear nuevos productos, afrontar con tensión los retos del mercado, abrirse paso en la vorágine competitiva, generar riqueza, mantener los puestos de trabajo y retener en Euskadi los centros de decisión, elevando a lo más alto del mástil el pabellón vasco. Por la tarde estaba citado en Zeberio, por lo que, inmediatamente después de comer, puse rumbo de nuevo hacia tierras vizcaínas.