En el vuelo que nos condujo de Madrid a Kiev -cuatro largas horas en el mismo sentido de la rotación terrestre- dí remate a lectura de un libro de Manuel Chaves Nogales que he llevado en el petate durante los últimos días. Se titula El maestro Juan Martínez que estaba allí. Un título extraño para una obra espléndida, que recomiendo vivamente a todo aquel que tenga interés por aproximarse la revolución soviética y la ulterior conflagración civil, desde la perspectiva, apolítica, de un bailarín flamenco, natural de Burgos, que en 1916 llegó a Kiev, en una gira profesional, con el propósito de exhibir su arte por los teatros y cabarets de la Rusia zarista, y le tocó vivir, desde dentro, junto a su compañera Sole, gran parte de los increíbles pasajes que marcaron aquél sangriento episodio histórico, hasta que en 1922, muerto de hambre y oculto tras una nacionalidad falsa, consiguió huir de aquel infierno, embarcando en Odesa, rumbo a Estambul.

Junto al monumento a las víctimas del Holodomor. Atrás, entre la niebla, se divisa la torre blanca que evoca la imagen de una vela encendida.
En uno de los primeros capítulos de la obra, Juan Martínez observa que quien hubiese estado en Kiev cuando él y su compañera llegaron a la ciudad, contratados por el Intimes Theatre, “no hubiese soñado siquiera lo que iba a pasar en Rusia seis meses después. El zar -anota el bailarín- hizo por aquellos días -octubre o noviembre de 1916- una visita oficial a Kiev y se le recibió con un entusiasmo delirante. Las calles estaban engalanadas y se organizaron numerosas manifestaciones de adhesión al emperador. Una mañana, Nicolás II salió a pasear en coche por las calles de Kiev y entró en varias tiendas para hacer compras, rodeado siempre por un inmenso gentío que le vitoreaba”.
En aquel ambiente, no resultaba fácil predecir lo que se avecinaba, pero lo cierto es que llegó. Y todo en Kiev -desde la fisonomía de la ciudad hasta sus aspiraciones colectivas, pasando por los ecos de su sociedad- experimentó un cambio radical en relativamente poco tiempo. Hoy no resulta fácil espigar por las calles de la capital de Ucrania lo que fue la trama urbana anterior a 1917. Sólo alguna referencia aislada de entre las que aporta el relato de Chaves Nogales, resulta identificable en el callejero contemporáneo. Lo que no destruyeron las sucesivas ocupaciones que padeció la ciudad por parte del Ejército rojo, las fuerzas leales al Zar y los nacionalistas de Petliura, quedó arrasado por la II Guerra Mundial, o desapareció bajo el obsesivo afán estalinista por destruir todo lo que no resultaba conciliable con sus caprichosos designios. En la actualidad, la avenida principal se encuentra salpicada por edificios de los años cincuenta, que llevan en sus hechuras y en sus fachadas, el inconfundible sello de la arquitectura soviética de la época. Hasta lo más granado del patrimonio histórico de la ciudad, las catedrales y el monasterio ortodoxo, son, en buena parte, fruto de la reconstrucción posterior.
Para el visitante de Kiev, las referencias monumentales más visibles se agrupan, hoy en día, en torno a dos polos: la arquitectura religiosa -de campanarios barrocos y formas bizantinas, coronadas con cúpulas doradas con forma de pera- y el complejo edificado fruto del legado soviético.
El miércoles por la mañana, desperté temprano y salí del hotel con la antelación suficiente como para visitar, antes de que diera comienzo en programa oficial de actividades, dos espacios monumentales vinculados a la era soviética: El Monumento a las víctimas del Holodomor y el Museo nacional de la historia de la Gran Guerra Patria. Se encuentran relativamente cerca, el uno del otro, pero entrañan evocaciones encontradas. El primero encierra una severa crítica a los crímenes del estalinismo, y el segundo constituye toda una exaltación del recuerdo soviético. Más subliminalmente, el primero refuerza la afirmación nacional ucraniana y el segundo pone el acento en la vocación rusa de Ucrania.
En ucraniano, la voz Holodomor significa hambruna. Y con este nombre –o el alternativo de holocausto ucraniano- se rememora a los millones de muertos que provocó, en el agro de Ucrania, la política de requisas de grano llevada a cabo por el Gobierno de Stalin, entre 1932 y 1933, con el fin de forzar a los campesinos a plegarse a sus planes de colectivización. Entre seis y ocho millones de personas murieron durante ese período, víctimas del hambre y la desnutrición. Con la paradoja añadida de que la tierra en la que vivían, era tan fértil en la producción de cereal, que estaba considerada como uno de los principales graneros de Europa. Las fotografías de la época nos muestran imágenes pavorosas de hombres, mujeres y niños en los límites de la inanición, a los que la sistemática falta de alimentos ha dejado en los huesos. Aunque también otros territorios de la URSS padecieron la hambruna artificial creada desde el corazón del régimen soviético -Kazajstán fue, probablemente, la República que más intensamente padeció sus efectos- la expresión holodomor se refiere, exclusivamente, a la que sufrieron los campesinos ucranianos y se conmemora, todos los años, el cuarto sábado del mes de noviembre.
En 2008, tanto el Parlamento de Ucrania como diecinueve gobiernos de otros países, reconocieron el Holodomor como un acto de genocidio. Ese mismo año, el Parlamento Europeo adoptó una resolución en la que se consideraba este hecho como un crimen contra la humanidad. También han expresado su repulsa por el Holodomor la Asamblea General de las Naciones Unidas, la Asamblea Parlamentaria del Consejo de Europa, la Organización para la Seguridad y la Cooperación Europeas y la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura.
El monumento consta de una torre blanca, que representa una vela, sobre la que se sitúa una pieza metálica, de formas ondulantes, que simboliza la llama encendida. Unos metros más adelante, se representa, en bronce, la imagen famélica de una niña malcubierta con unos harapos deshilachados que apenas consiguen disimular su alarmante delgadez. Es un lugar silencioso en el que se respira sentimiento y pesadumbre. Cuando me acerqué al entorno, cuatro mujeres, de diferentes edades, fotografiaban el complejo con una actitud severa, triste y hasta dolorosa. Al verme llegar, un hombre de avanzada edad se acercó y empezó a darme explicaciones, ansiosa y atropelladamente, en torno al sentido del monumento. Pero sólo hablaba en ucraniano, una lengua que yo desconozco y en la que, por tanto, no fue posible entablar comunicación alguna. Pero como le veía hablar con una fruición creciente, hube de cortar su perorata con un gesto compungido: “Sorry, but I don´t understand you”. “Do you speak english?” –inquirí, a continuación. Pero no sabía hablaba inglés. Fue una pena, pero hube de abandonar la zona sin escuchar sus ardorosas explicaciones.
Desde el monumento a las víctimas del Holodomor, que se sitúa junto al obelisco dedicado al soldado desconocido, se divisa, a lo lejos, la inconfundible imagen de la estatua a la Madre Patria: una mujer joven ataviada con una larga túnica, que sostiene en sus brazos elevados hacia el cielo, una espada -en la diestra- y un escudo -en la siniestra- adornado, éste último, con el emblema de la Unión Soviética.
Orienté mis pasos hacia el lugar y al cabo de diez minutos me encontré con un espacioso memorial dedicado a la Gran Guerra Patria, que es el nombre con el que los soviéticos se han referido siempre a la II Guerra Mundial. El recinto contiene varias esculturas y relieves, que representan otras tantas estampas heroicas de la conflagración, y una amplia y variada muestra del equipamiento con el que contó el ejército soviético durante la guerra y después de concluida esta. En su interior se exponen una amplia gama de carros de combate, cañones, vehículos de transporte, aviones, y otros artefactos de guerra, adornados con la estrella roja de cinco puntas. Unos hombres maduros paseaban con mucho interés por entre los vehículos expuestos. Parecían antiguos soldados del Ejército rojo recordando los tiempos mozos. El punto más relevante del recinto es, sin duda, el edificio del museo, sobre el que se eleva la inmensa estatua consagrada a la Madre Patria. La figura femenina que la representa, mide 62 metros y pesa aproximadamente 53 toneladas. Su dimensión es, francamente, ciclópea. Situada sobre el edificio circular del museo, el conjunto se eleva más de cien metros sobre el nivel del suelo. Si diseñó conscientemente para que superase en varios metros la altura de la estatua de la libertad de New York.
El conjunto resulta, francamente, impresionante. Y la soledad del recinto, unida a la triste climatología reinante, acentuaba, más aún si cabe, el efecto sobrecogedor del monumento. He de reconocer que, pese a la espada y el escudo, la figura de la Madre Patria -la Patria Socialista- no ofrece un semblante agresivo. Pero afirmo en con la misma franqueza la gigantesca dimensión del memorial y de su figura más descollante, apabullan.
Apenas quedan en Kiev, resquicios construidos que nos permitan evocar la época en la que Juan Martínez frecuentó sus calles bailó en algunos de sus locales. La Kiev contemporánea se debate, en estos momentos, en la tensión dialéctica que enfrenta la pulsión nacionalista ucraniana que profesan gran parte de sus ciudadanos, con la profunda vocación rusa que anima a un sector no desdeñable de su población. El monumento a las víctimas del Holodomor se sitúa en el universo conceptual de la primera. El complejo monumental de la Madre Patria, por el contrario, se cobija más bien bajo el manto protector de la cosmovisión pro-rusa. Son dos polos contrapuestos, que coexisten en la Ucrania moderna y están abocados a buscar la síntesis que haga posible la convivencia pacífica de los ucranianos de uno y otro signo, en un mismo proyecto político compartido.
No hace falta que nos vayamos a Ucrania. En Euskadi, sin ir más lejos, también tenemos que convivir, y tendremos que convivir. Aunque yo reconozco que en el fondo me fui por no poder aguantarlo bien -al menos una de las razones.
En sentido contrario son muchos los ucranianos que viven en Euskadi, que a su vez dejaron su desgraciada patria para vivir en un lugar más habitable. Sentidos distintos (no olvidemos que una parte del territorio de Ucrania no deja de ser Hungría, y que era Hungría en aquel otono de 1916 en que Romanov visitó a sus siervos de Kiev, más al este).
«Son dos polos contrapuestos, que coexisten en la Ucrania moderna y están abocados a buscar la síntesis que haga posible la convivencia pacífica de los ucranianos de uno y otro signo, en un mismo proyecto político compartido».
Sr. Erkoreka, contribuyamos también a que ese noble pensamiento suyo para Ucrania, sea realidad aquí entre vascos, entre vascos y españoles y entre españoles.
Mantener a estas alturas un monumento de exaltación de la URSS, me parece impresentable. No hay memoria histórica en Ucrania?
Quiero agradecer a Josu su interés por visitar un país con tanta riqueza en todos los sentidos menos el económico. Mi abuela me contaba sobre el holodomor como algo espantoso para acabar de comer y dejar impoluto el plato. La represión comunista es la gran desconocida en el mundo, mientras la nazi la conocen todos. En número de víctimas la primera supera a la segunda. Lo que hizo la URSS con Ucrania fue destrozar por completo su apenas comenzado desarrollo industrial y cultural con la forzada entrada en la unión comunista, algo que hasta los días de hoy todavía no se ha terminado de reparar. Industria atrasada, corrupción por doquier, alcoholismo….son los principales problemas de un país que florecería con la amabilidad de su gente y que las está pasando muy putas por culpa de sus políticos.
Andrés Zhukovskyy
andresparla@hotmail.com
Estimado Andrés,
Precisamente hace un par de días un compatriota tuyo, un trabajador de Ucrania, ha muerto en Euskadi ( el País sede de la agencia de la UE «European Institut for Safety and Healthy at Work, Gran Vía de d. Diego López de Haro, 53, Bilbao ) mientras trabajaba, por «accidente» laboral, en la construcción de la obra civil para la destrucción del Suelo de Euskal Herria para la implantación del tren-bala Madrid-Paris, a su paso por el territorio de Gipuzkoa.
Recuerdo que uno de los argumentos que durante el anteproyecto argüían los políticos, siempre tan expertos (saben de todo, y ven el futuro como nadie), a favor de esa faraonada-disparate era justamente el de la creación de empleo directo en su implementación. Siempre me extranó ese supuesto fundamento, pues no me imaginaba a los senoritos del PNV, políticos y electores de ese partido, bajando a un tajo que consiste en hundirse en barro y hormigón, introduciéndose en túneles o colgados sobre la plataforma del viaducto que ha destrozado el valle de Aramaio, soportada por unos pilares de 90 metros de altura que se hunden en el fondo del atlántico valle alavés.
Ahora entiendo que tenían razón. Querían crear empleo en Ukraina. Lo cuál está muy bien, porque en Ucrania la cosa siempre ha estado muy achuchá, como vemos en este Post y comentarios.
Goian Bego.