He comenzado el mes de noviembre en Kiev, capital de la República de Ucrania y cuna, según reza una de sus tradiciones más arraigadas, de la cultura eslava y de lo más granado del credo ortodoxo. Aunque desde el extremo occidental de Europa la vemos como un enclave exótico y remoto, Kiev es una ciudad interesante y atractiva, que se esfuerza día a día en despertar del penoso e interminable letargo soviético -¿o sería más correcto llamarle pesadilla?- y en trazar un camino propio y viable para un país sin apenas pasado político -en los últimos seis siglos ha dependido de Polonia, del Imperio ruso y del Imperio Austro-Húngaro- y con el alma partida entre dos vocaciones -la rusa y la europea- que se expresan, respectivamente, en la lengua de Fedor Dostoievsky y en la de Tarás Shevchenko.
En su condición de capital de Ucrania, Kiev alberga la sede de las instituciones centrales de de la República: las legislativas, las ejecutivas y las de carácter judicial. Por razones obvias, mis -nuestros, más bien, porque en el viaje hemos participado varios parlamentarios- contactos se han producido, sobre todo, con gentes encuadradas en las primeras; las de carácter representativo. Es en ellas, por tanto, donde voy a fijar mi atención en las líneas que siguen.
El Parlamento consta de una sola cámara -conocida como Rada o Consejo Supremo- que se compone de 450 diputados. Entre 1920 y 1934, los primeros catorce años del régimen comunista, la capitalidad de Ucrania -a la sazón, República Socialista Soviética- se localizó en la ciudad oriental y rusófoba de Harkof; cosa extraña, ciertamente, que sólo se explica por el hecho de que, en virtud del arreglo que la URSS suscribió con Alemania en 1918, aquella cedió a esta una amplia porción de territorio, lo que situó a Kiev “demasiado” cerca de la frontera, haciendo aconsejable desplazar la sede de las instituciones hacia un lugar más protegido. Pero en los años treinta, las cosas volvieron a su ser y la capitalidad de Ucrania regresó a Kiev. De aquella época data el edificio que actualmente da cobijo a los debates parlamentarios, que se construyó y estrenó en 1939. Su diseño le sirvió al arquitecto que proyectó el inmueble para hacerse con el premio Stalin, que era, en aquélla época, el principal galardón con el que el régimen soviético reconocía a los profesionales más sobresalientes del campo de la arquitectura.
Según me refirió uno de los parlamentarios más veteranos, durante largos quinquenios, en la cabecera del hemiciclo se exhibió una enorme estatua de Stalin de casi cuatro metros de altura. Su efecto estético era deplorable, pero se trataba de un tributo que había que pagar a la obsesión que con la que el sangunario dictador de Georgia vivía el culto a su personalidad. Por si ello no fuera suficiente, en los años cincuenta, se añadió a esta imagen otra de Lenin, de parecidas dimensiones. Uno a cada lado de la Mesa presidencial, como los colosos de Rodas. Todo el mundo creía que la primera de ellas, la más distinguida de las dos, estaba labrada en mármol de la mejor calidad. La apariencia, al menos, era impecable. Y nadie podía sospechar -dado el carácter del personaje- que a alguien se le pudiera ocurrir representar su figura con materiales que no fueran de la máxima nobleza. Pero cuando se desplomó el telón de acero, los servicios de mantenimiento de la cámara descubrieron que tan sólo se trataba de una inmensa mole de yeso, soberbiamente pintada y aderezada -eso sí- con el propósito de guardar las apariencias. Por eso y por la escasa simpatía que suscitaba su recuerdo, se dispuso la inmediata retirada de la estatua. La dejaron caer, con un pequeño empujón y se estrelló contra el piso, que quedó cubierto con miles de fragmentos de escayola.

El líder parlamentario del Partido de las Regiones, Mijail Chechetov, ordenando a sus correligionarios el apoyo a la iniciativa sometida a votación
La composición política del hemiciclo refleja el resultado de las últimas elecciones legislativas. Expuestos de mayor a menor, los grupos que componen la cámara son los siguientes. El Grupo mayoritario, que reúne 180 escaños, está conformado por los electos del Partido de las Regiones, cuyo líder es el presidente de la República Víctor Yanukovich, de inequívoca filiación pro-rusa. Le sigue el bloque de Yulia Timoshenko, con 121 parlamentarios. En tercer lugar se sitúa el bloque encabezado por el expresidente y conocido líder de la Revolución naranja, Vïctor Yushenko, que reúne 71 diputados. A continuación se sitúa el Grupo comunista, que contabiliza 26 electos. El bloque de Litvin reúne 20 asientos. Y, finalmente, los no adscritos, la mayoría de los cuales son diputados que han abandonado el Grupo al que se adscribieron en los albores de la legislatura, suman hasta 32 escaños.
Los principales polos de confrontación política vienen constituidos en este momento por el presidente Vïctor Yanukovich y la opositora Yulia Timoshenko que, sin embargo, no puede desempeñar personalmente la oposición parlamentaria, porque hubo de abandonar su escaño para presentarse como candidata a las elecciones presidenciales en las que fue derrotada por el actual presidente. Se quedó, pues, sin la Presidencia de la República y sin el escaño que le iba a permitir ejercer oposición. El Gobierno es bastante plural. Está integrado, bajo el férreo control de Yanukovich, por personas de todos los partidos implicados en la conformación de las mayorías parlamentarias que requiere el Ejecutivo.
Aunque el hecho ha quedado oculto tras el eco mediático de los comicios norteamericanos, el pasado fin de semana tuvieron lugar unas elecciones de carácter local y regional, en las que se ha impuesto nuevamente el partido del presidente, lo que contribuye a reforzar su posición política. Sin embargo, la misión de observación electoral organizada por el Parlamento europeo ha puesto algún reparo a la limpieza y plena transparencia de los comicios. Se han constatado algunas prácticas muy poco ortodoxas –como la de reformar la legislación electoral después de convocados los ciudadanos a las urnas- tras las cuales no resulta difícil adivinar el hedor turbio de los manejos que eran habituales en la etapa soviética. No siempre es fácil, para los que se han formado bajo aquél régimen, asumir que la democracia es difícilmente conciliable con la pretensión de asumir todo el poder, para embestir con todos sus resortes contra el oponente político. La convulsa experiencia política de la última década -recuérdese la Revolución naranja y las interminables revueltas y desavenencias vividas desde entonces entre los principales protagonistas de aquel episodio- expresa gráficamente la dificultad que entraña reconducir hacia parámetros democráticos la cultura política imperante en un sistema monolítico y centralizado.
En la visita al Parlamento, me llamó la atención el escaso número de mujeres que integran la Rada. Sólo llegan a un escaso 5% del total de diputados. Su presencia en la cámara no ha alcanzado los umbrales mínimos de la normalidad. En la plaza de la Independencia, Ucrania está representada por la imagen alegórica de una mujer situada a lo alto de de una columna corintia de considerables dimensiones. Pero lo cierto es -si se me permite la ironía- que el género femenino apenas goza de presencia activa en la vida política del país. La estimulante estampa de Yulia Timoshenko, que a todos nos sorprendió con su llamativo pelo rubio recogido en dos trenzas en la zona occipital, no ha pasado de ser una anécdota colorista en una clase dirigente prácticamente monopolizada por varones.
También quedé sorprendido al comprobar la facilidad con la que los diputados accionaban el mecanismo de emisión de voto de los escaños circundantes al suyo. Lo hacían con abierto descaro y sin hacer el más mínimo intento de ocultarlo. Aunque el reglamento lo prohíbe –así me lo hicieron saber, al menos, los portavoces oficiales de la institución-, pude comprobar que es habitual hacerlo sin merecer, por ello, el reproche de la cámara, de la prensa o de la opinión pública. En la Duma rusa, tal y como lo recogí en un post que escribí tras regresar de Moscú, a principios de julio del año pasado, me quedé con una impresión semejante. Los diputados presentes votan por sí mismos y por sus compañeros, reflejando unas mayorías que no se corresponden con la composición real de la cámara en ese momento. En semejantes condiciones, Carlos Iturgaitz, que hizo virguerías en el Parlamento vasco supliendo, con su voto, las ausencias de Mayor Oreja, hubiese podido hacer maravillas.
La lengua oficial del Parlamento es el ucraniano. Sin embargo -cosa curiosa- las intervenciones se producen indistintamente en ruso o en ucraniano, en función de las preferencias políticas o de las capacidades personales de cada diputado. Todos comprenden la lengua rusa -que fue la única oficial durante la etapa soviética- pero, su utilización en sede parlamentaria, recae preferentemente, sobre los electos pertenecientes a las formaciones de más clara vocación pro-rusa, entre las que se encuentran el Partido de las Regiones, al que pertenece el presidente de la República y el Partido Comunista. Las huestes de Yulia Timoshenko y Víctor Yushenko -Nuestra Ucrania- optan, mayoritariamente, por intervenir en los debates en ucraniano; la lengua nacional. Tan sólo en el Parlamento regional de Crimea -un territorio singular y controvertido dentro de la actual Ucrania- se reconoce abiertamente la cooficialidad del ruso, el ucraniano y el tártaro, que hablan, aproximadamente el 10% de los habitantes de la península. La oficialidad exclusiva del ucraniano, sin embargo, no impide a los pro-rusos utilizar su lengua con absoluta libertad y plenan validez a los efectos del debate parlamentario.
El Parlamento ucraniano, tiene, también, como el Congreso de los diputados, una galería de retratos al óleo en la que figuran los antiguos presidentes de la cámara. Pero a diferencia del Congreso, en Kiev no reservan lugar destacado alguno para los que fueron designados al margen de los procedimientos democráticos. No es una diferencia menor. Los representantes del pueblo ucraniano no parecen dispuestos a exaltar gratuitamente a los próceres del régimen liberticida que atenazó al pueblo con anterioridad a aquel 24 de agosto de 1991 en el que, siguiendo la estela de las repúblicas bálticas, Ucrania declaró su independencia. El único símbolo soviético que conserva el parlamento es un amplio fresco que luce en el techo del hall principal, donde se pueden ver algunas imágenes alegóricas de la Ucrania socialista en flor. Pero esta representación plástica está compensada con un gran cuadro al óleo, expuesto en el mismo lugar, que evoca la independencia de Ucrania, con sus especificidades, valores y tradiciones.
En un parque de árboles caducifolios situado en frente del Parlamento, acampa, desde hace cinco años, un nutrido grupo de personas que profesan la religión ortodoxa rusa. Se alojan en dos inmensas tiendas de campaña de color verde oscuro a las que rodean un sin fin de iconos y símbolos religiosos. Protestan porque la cámara aprobó hace tiempo la implantación de una especie de DNI, en el que cada ciudadano tiene asignado un número. Mediante el bautismo -dicen- Dios les asignó un nombre y no resulta admisible sustituir esa denominación, que lleva la marca Divina, por una serie de guarismos impersonal y fría. La concentración se ha convertido en toda una referencia para el colectivo religioso que desea seguir encuadrado en la iglesia ortodoxa rusa y sometiéndose a sus autoridades. El martes, día de difuntos, organizaron una enorme procesión, integrada, sin exageración, por miles de personas, que desarrolló un amplio recorrido alrededor del edificio del Parlamento. Hasta en lo religioso se hace patente, esa dicotomía ruso-ucraniana que, arrancando de la política, atraviesa todos los aspectos de la vida social del país. Una dicotomía que constituye el quid de la cuestión política ucraniana y que, o mucho me equivoco, o no podrá ser eludida en las soluciones que se arbitren para la articulación política del país.
Kaixo Josu:
Una recomendación y una pregunta para empezar.
Recomendación. No sé si lo habrás leído pero te recomiendo un libro titulado » El Sari Rojo» de Javier Moro. Lo leí hace poco y me gustó.
Pregunta. ¿ Cómo es posible que Ucrania tenga 450 diputados cuando su extensión es menor que España y el congreso solo tiene 350 ( si no me equivoco)?
Ahora directos al tema. Yo también he pensado en Carlos Iturgaiz cuando has dicho lo de que se permite a los diputados votar por otros compañeros. Sería el rey.
Saludos.
Aupa jende,
Manu la extensión de Ucrania es de más de 570.00km2 de tierra mientras que la de España es de 504.000m2 agua incluída.
En cuanto a población sí que andan parecidos, con Ucrania con un millón más. Pero sí que es cierto que parecen demasiados diputados.
Saludos,
Gaizka
Aclarado queda.
Saludos.
Hola.
Solamente una curiosidad, la ciudad que citas como antigua sede parlamentaria la llamabas Harkof, yo en los textos que he leido sobre la segunda guerra mundial, en caso de referirse a la misma ciudad que supongo que si por su situacion a la entrada del Caucaso lejos de la frontera, se le llama Jarkov.¿Es por su nombre en Ruso y Ucraniano la diferencia?
Nada tonterias mias. Sin mas un Saludo.
Hablando de vanidad, de lo que me acusa con razón Don Pinpon, la tercera foto con el cuadro apostaría mi Trabant a que Erkoreka ya la ha puesto en algún lugar bien visible de su despacho o del salón de su casa.
Qué buen recuerdo.