En una de las escenas más gráficas de la conocida novela de García Márquez que lleva el títulode El coronel no tiene quien le escriba, el protagonista del relato desprecia el diario de la jornada sin apenas leer los titulares y comenta: “Desde que hay censura los periódicos no hablan sino de Europa”. Para el coronel que no tenía quien le escribiese, hablar de Europa, en la Colombia dictatorial que conocía y padecía, era hablar de lo que no interesaba a nadie. Por eso -pensaba- lo autorizaba la censura. Porque no interesaba a nadie.
Aunque la cita procede de un relato de ficción, lo cierto es que la percepción del coronel se extiende como el aceite. Europa empieza a no interesar a nadie en el mundo. O quizás sea más correcto afirmar que el mundo empieza a perder interés por Europa.
En el último debate que enfrentó a los dos candidatos a la presidencia de los EEUU, Obama y Romney dedicaron casi dos horas a hablar de la política exteriore norteamericana. Hicieron abundantes referencias a Asia y a Oriente medio. Hablaron profusamente de Siria y de Irán. Y aunque menos, tampoco faltaron alusiones a África -especialmente a la primavera egipcia- y a Iberoamérica. Sin embargo, no dedicaron una sola frase a Europa. Ni una sola. Ni el moderador ni los contendientes tuvieron a bien hacerlo. Europa -como sugería el coronel que no tenía quien le escribiese- empieza a no interesar a nadie en el mundo. En el mapamundi chino, ya lo he hecho notar alguna vez (véase al respecto el post titulado «La América que mira al Pacífico, se vuelca en Asia«, publicado el 5.06.12), el continente europeo no pasa de constituir un punto diminuto e irrelevante perdido en el extremo oeste de la carta. Y la realidad cotidiana pone de manifiesto que el país asiático mira más al oriente que al poniente.
Europa -insisto- empieza a no interesar a nadie en el mundo. Todavía retiene gran parte del decisivo peso económico que tuvo en el pretérito, pero es un hecho que su relevancia histórica pierde enteros en el escenario global. No es ninguna novedad que poco a poco va convirtiéndose en una región excéntrica; periférica; marginal. Si se me permite expresarlo con una figura, su imagen me recuerda a veces la de los ancianos de las tribus primitivas que se se iban apartando del grupo cuando sentían que les llegaba la hora de morir.
Pero que el mundo se interese cada vez menos por Europa, no significa que nosotros, los europeos, debamos hacer lo mismo. Antes al contario, los europeos -y especialmente los europeístas- no podemos dejar de interesarnos por Europa; por su presente y por su futuro. Porque el presente y el futuro de Europa son, también, nuestro presente y nuestro futuro. Y porque, si renunciamos a Europa, no tenemos ni presente ni futuro.
Es cierto que durante el último quinquenio, sus instituciones parecen empeñadas en desmentir a Ortega y Gasset y en hacernos ver que Europa ha dejado de ser la solución, para pasar a ser el problema. Así lo confirman los estudios demoscópicos, en los que que aprecia que, al menos en los países del sur, Europa ya no es fuente de ilusiones y sí es, por el contrario, fuente de decepciones.
Sin embargo -insisto- los europeos europeístas no podemos dejar de seguir trabajando para que los ciudadanos vuelvan a percibirla como la solución. Porque si la solución no está en Europa, no está en ninguna parte. O sencillamente, no hay solución.
Un tópico al uso sostiene que el siglo XIX fue europeo; el siglo XX americano y el siglo XXI, todavía en sus albores, empieza a tener un fuerte sesgo asiático. No voy a combatir el tópico que, como todos los tópicos tiene mucho de simplificación desfiguradora. Pero la reciente concesión del Premio Nobel de la Paz a la UE pone de manifiesto que, pese a la pujanza que Américo llegó a adquirir en la centuria precedente, Europa nunca dejó de ser un protagonista de primer orden durante el siglo XX. En lo malo -las guerras- y, por supuesto, también en lo bueno: las seis décadas de paz, reconciliación, democracia y derechos humanos que el Comité Nobel ha tenido en cuenta para conceder el premio. Lo que el futuro deparará a Europa, es todavía un misterio. Pero ahora, nos corresponde a nosotros trabajar para que el protagonismo que no llegó a perder en el siglo XX -me refiero al bueno, claro está, el de la paz, la prosperidad, la democracia, la tolerancia y la cohesión social- se mantenga vivo, también, a lo largo del siglo XXI.
Ahora bien, para que Europa vuelva a ser percibida como la solución, no basta con que los europeístas lo deseemos. Es preciso, además, que quiera serlo. Porque si ella no quiere, no lo será. Y el último Consejo Europeo, que tuvo lugar entre los días 18 y 19 de octubre, no es de los que más patente ha dejado su voluntad de no ser el problema.
Porqué, ¿qué es lo que hoy y aquí pedimos a la UE para que no sea percibida como el problema? Dicho muy resumidamente, dos cosas: crecimiento y financiación. Una apuesta efectiva por el crecimiento y el empleo, que suponga movilizar recursos públicos y privados para estimular la actividad económica y un compromiso firme con la financiación de la economía pública y privada.
¿Qué nos pide ella a cambio? Dos cosas, también: austeridad y reformas estructurales. Una consolidación fiscal acelerada, que viene acompañada de un compromiso firme por mantener, de cara al futuro, la estabilidad presupuestaria y la sostenibilidad financiera y un amplio paquete de reformas estructurales encaminado -se nos dice- a flexibilizar la economía, haciéndola más ágil y competitiva.
Y la pregunta que uno se formula ante este doble planteamiento es la siguiente: ¿resulta posible alcanzar una transacción entre ambos? O, más concretamente, ¿se ha podido alcanzar un punto de compromiso entre ambas partes de manera que Europa sea percibida como solución y no como problema?
Son muchas las respuestas que esta pregunta está recibiendo por parte de los ciudadanos. Hay quien considera que las exigencias impuestas por la UE en los ámbitos de la austeridad y de las reformas, no deberían ser tomados como gravámenes caprichosos, arbitraria e injustamente impuestos desde fuera, sino como inexorables consecuencias de la globalización que, antes o después, habían de ser satisfechas. Otros, por el contrario, sostienen que esas exigencias resultan intolerables, porque pretenden imponer sacrificios desde instancias burocráticas que no han sido elegidas democráticamente.
Personalmente creo que, hasta la fecha, no se ha alcanzado aún el punto de compromiso al que arriba me refería. No digo que no sea posible, sino que, de hecho, hoy por hoy, no se ha alcanzado. Porque mientras a una de las partes se le exige el más escrupuloso cumplimiento de todas las tareas que se le han impuesto -en el marco de una condicionalidad como la europea, que se sabe donde empieza pero no se sabe donde termina- la otra no hace más que vagas promesas que no acaban de materializarse en realizaciones tangibles.
Veámoslo brevemente. Lo que la UE exige al Estado español se está aplicando inexorablemente -despiadadamente me atrevería a decir- desde mayo de 2010, con dramáticas consecuencias en lo económico y enormes sacrificios en el ámbito social.
A la reforma del artículo 135 CE -por la que la consejera de Presidencia de la Junta de Andalucía, por cierto, decía recientemente en una entrevista concedida a El País, que el PSOE debería pedir perdón-, se han sumado, la pronta ratificación del Tratado de Estabilidad -la LO que la autoriza es del pasado mes de julio- y una leonina agenda presupuestaria, que ha impuesto un ritmo imposible en la reducción del déficit y de la deuda pública. La política de austeridad está provocando auténticos estragos en el sistema de bienestar y en calidad de los servicios públicos. Y, como recientemente apuntaba el FMI, intensificará más aún la recesión de la economía.
Por lo que se refiere a la segunda exigencia europea, la concerniente a las reformas estructurales, tampoco se puede decir que los pasos dados tampoco hayan sido menores. Antes al contrario, se han abordado, una profunda reforma del sistema financiero -en 5 pasos que han representado otras tantas vueltas de tuerca- una durísima reforma laboral, que ha elevado el número de desempleados a la escandalosa cifra de 5,8 millones y una reforma del sistema de pensiones que no tiene precedentes pero que aún se encuentra inconclusa. En resúmen: una auténtica carnicería. Y como nadie se atreve a hincar el diente a la reforma del sistema energético, se aprueba una norma de finalidad estrictamente recaudatoria, que no satisface a nadie y tiene la extraña virtud de perjudicar a todos: productores, transportistas y consumidores de energía.
El panorama resultante de todo ello es desolador. Si se me permite continuar con las resonancias literarías, diré que parece, propiamente, el paisaje después de la batalla. El coste de la austeridad presupuestaria y de las reformas estructurales está resultando inmenso en términos económicos, de cohesión social y hasta de estabilidad política. No es de extrañar que cada vez sea mayor entre nosotros, el número de ciudadanos que percibe a Europa como problema y no como solución.
Porque, ¿qué ocurre, mientras tanto, con los deberes que habría de cumplimentar la UE? ¿Qué hay de la apuesta por el crecimiento? ¿Qué hay del compromiso con la financiación de la economía? En el Consejo Europeo del pasado mes de junio se adoptaron acuerdos esperanzadores que autorizaban a pensar que por fin la UE empezaba a concretar sus compromisos, para que los sacrificios impuestos por la política de austeridad y las reformas estructurales empezaran a verse correspondidos con medidas de estímulo a la economía y una financiación más barata. Pero la alegría dura poco en la casa del pobre. Nada más terminar la reunión, los reticentes y los refractarios empezaron a interpretar lo acordado a la baja. Y la confusión que generaron fue tal que a los pocos días ya no sabíamos si el acuerdo decía digo o decía Diego. El problema es que, cuatro meses después, el Consejo Europeo de octubre nos deja prácticamente en las mismas.
Éramos muchos los que pensábamos que este Consejo iba a desarrollar los acuerdos adoptados en junio y, de paso, despejar las dudas que se habían generado en torno a los mismos. Pero nos hemos quedado con las ganas. El Consejo no se desdice, es verdad, lo cual no es poco, pero tampoco avanza. Refleja una situación en la que prácticamente todo lo que hay que hacer se encuentra -como decían los clásicos- in itinere; en camino. O, si se prefiere, en tramitación, que es una expresión más propia del entorno burocrático. Todas las iniciativas que pueden tener un efecto positivo en la economía -que las hay, y muy interesantes- se encuentran en tramitación y el Consejo Europeo se limita a animar, alentar, impulsar, promover, acoger o instar su rápida ejecución.
Sobre el crecimiento apenas hay algo reseñable. El documento de Conclusiones dedica prácticamente la mitad de su extensión a hablar del Pacto por el Crecimiento y el Empleo, pero tras su lectura uno se queda con la sensación de encontrarse con la respuesta arquetípica del moroso: tranquilo, que estoy en ello. Esa respuesta que, por lo común, suscita cualquier cosa menos tranquilidad.
¿Y que hay del compromiso con la financiación de la economía? El documento de Conclusiones vuelve a ofrecernos la respuesta del moroso: el Consejo Europeo -nos dice- está en ello.
Afortunadamente, se mantiene el proyecto de Unión Bancaria, pero su materialización se demora y se fragmenta. De las cuatro piezas que constituyen una Unión Bancaria -la regulación, la supervisión, la resolución y el sistema de garantía de depósitos- el Consejo de octubre sólo aborda la segunda. Una supervisión que se llevará a cabo a través de un Mecanismo Único que no estará disponible hasta 2014. Lo que significa que hasta entonces -hasta 2014- los fondos europeos no podrá recapitalizar directamente los bancos con problemas. Y como Merkel ya anunció que la recapitalización con cargo al MEDE, cuando tenga lugar, no se hará con efectos retroactivos, parece evidente que los fondos recibidos de la UE para el rescate de la banca, pesarán sobre la deuda pública.
En fin, también se encuentra in itinere -en camino- la posibilidad de que el Banco Central Europeo intervenga en el mercado secundario de deuda pública. Pero la transitoriedad, en este punto, no es achacable a la desidia burocrática o al desinterés político de la UE. Hay que ser justos. Europa no siempre es la culpable de ser percibida como el problema. Creo, francamente, que el BCE ha hecho un buen trabajo venciendo las resistencias del Bundesbank, y su presidente, Mario Draghi, ha afirmado que está listo para actuar tan pronto como se lo pidan los países interesados. El problema es que hay que su intervención ha de ser solicitada. Y que para hacerlo hay que rellenar un formulario en el que la letra pequeña incluye una condicionalidad muy severa. Y nadie, claro está, quiere ser el primero.
Son muchas las voces cualitativas del ámbito de la economía que apuestan por hacerlo sin más demora. Sus razones son evidentes y bien fundadas. La prima de riesgo sigue siendo demasiado elevada y la inmovilidad, en este punto, es un lujo que no se pueden permitir, ni el Tesoro, ni las empresas privadas que se financian en el mercado.
Pero Rajoy afirmó recientemente, que esa decisión le corresponde a él. “Lo decidiré yo”, dijo, en primera persona del singular. Pues bien, si la decisión le corresponde a el, y sólo a él, también será él -supongo- el responsable de la demora, si de esta se derivan consecuencias negativas y de la decisión final, por supuesto, en el caso de que esta resulte equivocada.
Sólo entonces podremos comprobar si, en este punto de la agenda europea, el problema era Europa, o era el propio Rajoy.
1)España se tenía que comer la crisis si o si. Hay que hacerse mas humilde y responsable. No hay mas. Otra cosa es que nos ayudemos entre todos y nos sacrifiquemos todos. Repito, todos.
2) Crecer como los EEUU? 5 billones de $ gastados mas 3 Quantitative Easing y una operación twist? Y crecen al 2%. Por cierto, no somos los EEUU. No podemos coger lo que hacen allí tan alegremente he importarlo. Que todavía tienen sanidad privada y un estado del bienestar minúsculo donde además el aspirante promete fumigar lo que queda. Y la legislación laboral es la que es.
3)El fracking ha hecho mas por el crecimiento que la política monetaria expansiva en su conjunto. (Aseveración mía). Eso sí, ha limpiado los balances o por lo menos ha ayudado a hacerlo.
5) ¿Que tal va Irlanda? tiene la prima en 341 puntos. Hace 9 meses estaba en 1000 puntos. No le sugiere nada?
Saludos cordiales.
Josu, como siempre, atinado. Pero dicho sea de paso, el apoyo que necesita el Reino de España en estos momentos no es similar al que necesitó Grecia o Portugal. Se ha visto que no es el camino para garantizar estabilidad dentro de la economía europea. ¿Y qué ha hecho el flamante «nuevo» gobierno de Rajoy? Unas «reformas» financieras que daban risa, como ahora hemos podido constatar, una «reforma» laboral que no ha hecho más que ahondar en la polarización del mercado de trabajo entre puestos vitalicios y mercado negro sin derechos, y unos «recortes» que con la escandalosa cifra de endeudamiento se quedan en nada
A mi con las mujeres me pasa como con Cataluña; pueden hablar de lo que quieran, opinar y chillar, pero a la hora de la verdad se aplica el artículo correspondiente y punto.
Muchísima suerte a Iñigo Urkullu. Falta le hará.
Dentro o fuera de Europa en parte será un problema y en parte una solución… Veremos…
Un problema extra para Bélgica es que su deuda pública alcanza casi a 100% de su Producto Interno Bruto (PIB) y la agencia Standard & Poor’s ya advirtió que podría rebajar su calificación si el país sigue en la situación actual.
En definitiva, las Economías que están hoy en fuera de juego no les queda más salida que re-inventarse y poder efectuar las reformas estructurales necesarias para que crezca su Economía Real. Así lo indican los alemanes, (uno de sus Bancos), y así es como nos ven desde allí.