El Consejo de Estado francés acaba de declarar que la ley recientemente aprobada por el país vecino para castigar, como delito -con penas de hasta un año de prisión y 45.000 euros de multa- la negación del genocidio armenio, vulnera la libertad de expresión y comunicación. Se trata de un pronunciamiento muy importante que, sin duda alguna, va a dar que hablar en las próximas semanas, porque incide sobre una cuestión controvertida, que viene rodeada por la polémica y ha dado pie a numerosos debates.
En anteriores entradas de este blog he hecho referencia ya al genocidio armenio y a las declaraciones solemnes que muchos parlamentos de todas las latitudes del planeta han hecho para dejar patente su público y oficial reconocimiento (ver, entre otros, el post titulado «Turquía y la cuestión armenia», que vio la luz el 11.03.10 y el que lleva por título «El genocidio armenio en el Congreso de los Diputados», publicado el 11.03.11). Cuando la cuestión se planteó en la Comisión de Asuntos Exteriores del Congreso de los Diputados -pronto se cumplirá un año de ello- voté a favor de la Proposición; una Proposición que, lejos de mirar al pasado para estimular el odio y reaviviar la llama del enfrentamiento, estaba concebida desde el propósito de propiciar el entendimiento y la reconciliación. Aunque sólo se trataba de una resolución declarativa, lo cierto es que la iniciativa no prosperó. Ya consigné en su día los motivos por los que creía -y creo- que fracasó. Pero la ley francesa daba un paso más. No se limitaba a instituir la memoria reconocer con carácter oficial la existencia de un hecho histórico. Preveía, además, la tipificación como delito y la imposición de penas -incluso de privación de libertad- a los que negasen su existencia.
Turquía ha volcado toda su influencia internacional en el empeño de impedir la proliferación de declaraciones parlamentarias dirigidas a reconocer el genocidio armenio. Han sido innumerables las medidas que ha adoptado ha adoptado en los últimos años en esa dirección. Algunas, de carácter meramente «informativo». Recuerdo, por ejemplo, que una representación del Parlamento turco que visitó el Congreso de los Diputados hace dos años, nos entregó un folleto primorosamente encuadernado en el que que, bajo el significativo título de Alegaciones armenias y hechos históricos, se recogía, siguiendo el didáctico formato de preguntas y respuestas, la versión que sobre el episodio del genocidio defienden el Gobierno y gran parte del pueblo de Anatolia. Otras han superado el estadio de lo informativo, para situarse en el terreno de la presión política y diplomática. Pese al esfuerzo desplegado, sin embargo, han sido muchas las cámaras representativas del mundo que, desoyendo a las autoridades turcas, se han decidido a hacer declaraciones sobre la matanza de armenios perpetrada por tropas turcas entre 1915 y 1917.
Admito que se discuta la pertinencia de hacer declaraciones parlamentarias encaminadas a dotar de reconocimiento oficial un determinado hecho histórico. Máxime cuando se trata de hechos que tuvieron lugar en un país distinto al que hace la declaración, con el que lo normal es que éste mantenga relaciones diplomáticas que pueden verse empañadas como consecuencia del gesto. En este, como en muchos otros ámbitos de las relaciones internacionales, no todos los Estados conjugan de la misma manera la defensa de los intereses con la proclamación de los principios y valores. No todo el mundo está en condiciones -o en disposición- de dar pasos que pueden acabar pisando callos. De hecho, la dinámica declarativa articulada en torno al genocidio armenio ha provocado más de un disgusto en el mundo político. Dicen que, en los EEUU, la carrera política de Nancy Pelosi quedó truncada por la virulenta reacción que provocó en Turquía la declaración sobre este tema que ella impulsó en la Comisión de Asuntos Exteriores de la Cámara de Representantes. Claro que -añaden- Nancy no tenía más remedio que hacerlo, porque el escaño en el que se sentaba, se lo debía, en parte, al influyente lobby armenio que opera en el Estado por el que fue elegida.
Lo que ya no veo tan claro es la conveniencia de prohibir, bajo sanciones de carácter penal, la mera negación de hechos históricos. No soy partidario de dar ese paso, aunque comprendo que, en algún caso, se pueda opinar lo contrario. De hecho, la controversia está en la calle. La ley francesa que acaba de verse afectada por la resolución del Consejo de Estado, ha generado un debate en el que han participado plumas tan autorizadas como la de Bernard-Henri Lévy, a favor, y Timothy Garton Ash, en contra.
En mi opinión, criminalizar -en la acepción estricta del término- la mera negación de hechos históricos, constituye una vulneración de la libertad de expresión. No estoy hablando de una negación del pasado utilizada como base para justificar, hacer apología de la violencia o preconizar abiertamente el odio, la intolerancia o la agresión hacia una persona o un grupo de personas, no. Es evidente que un planteamiento así, en ningún caso podría estar amparado por un derecho fundamentel. Estoy hablando, tanto sólo, de la defensa de una interpretación de la información histórica que cuestiona planteamientos acreditados y asumidos de forma amplia -y hasta generalizada- por la academia y los investigadores. Si la negación o el cuestionamiento de un hecho histórico no entraña, directa o indirectamente, la asunción de un «discurso del odio», creo que entra de lleno en el campo de la libertad de expresión, e incluso de la libertad científica del investigador histórico para formular su propia interpretación del pasado.
El código penal español de 1995 tipificó y sancionó con la pena de prisión de uno a dos años, el delito de negación de hechos históricos relacionados con la destrucción total o parcial de un grupo nacional, étnico, racial o religioso. Muchos lo consideraron un disparate, pero lo cierto es que esa previsión estuvo en vigor durante bastante tiempo. Durante doce años, para ser más exactos. Porque mediante sentencia de 7 de noviembre de 2007, el Tribunal Constitucional consideró que limitar en esos términos la libertad de expresión, la libertad científica y hasta la de conciencia, resulta contrario a los mandatos de la Carta Magna. Siguiendo la jurisprudencia del Tribunal Europeo de Derechos Humanos, el alto tribunal sostuvo que «la mera negación del delito, frente a otras conductas que comportan determinada adhesión valorativa al hecho criminal, promocionándolo a través de la exteriorización de un juicio positivo, resulta en principio inane». Y añadió, por lo que respecta a la libertad científica que sólo mediante la protección del derecho a negar hechos históricos «se hace posible la investigación histórica, que es, siempre, por definición, polémica y discutible, por erigirse alrededor de aseveraciones y juicios de valor sobre cuya verdad objetiva es imposible alcanzar plena certidumbre, siendo así que esa incertidumbre consustancial al debate histórico reprsenta lo que éste tiene de más valioso, repetable y digno de protección por el papel esencial que desempeña en la formación de una conciencia histórica adecuada a la dignidad de los ciudadanos de una sociedad libre y democrática».
Creo que esa es la ponderación de valores y derechos más equilibrada y extendida en Europa. En cualquier caso, la polémica está servida.
Estimado Josu Erkoreka. Ayer le seguí en 24 horas y debo decir que le encontré muy prudente (¿?) respecto a la cuestión abertzale. Pero no es el caso y ahora toca Ud. el tema del genocidio aremenio.
Bien, como es sabido es un hecho que entre 1915 y 1917 murieron un millón y medio de armenios y los responsables fueron, fundamentalmente, los «jovenes turcos» y los sucesivos gobiernos que terminaron con el Sultanato y la caida de Hamed II. Después vino Ataturk y lo que hubiera sido un hecho condenable, se convirtió en un tragala, porque el lider turco lo maquilló como si fuera una lucha por la independencia; incluso los execrables actos de salonica pasaron a un segundo plano. Total, nunca se ha restaurado la memoria historica y los armenios siguen sin ser reconocidos como un pueblo masacrado. Ahora, los franceses, que tanto le deben a la memoria historica de Indochina y del africa francofona, se rasgan las vestiduras con una ley imposible, que ha tumbado su tribunal constitucional y demuestra que la conciencia remuerde. No se si sirve de algo en estos tiempos, multar por decir que el holocausto no existió o Franco no persiguió a los vencidos o no existió el genocidio armenio; pero lo que si es cierto es que los muertos no hablan y si hablaran acusarían a quienes bajo supuestas ideologias liberadoras, han perpetrado crimenes contra la humanidad. Por eso son tan importantes personas como BALTASAR GARZÓN, que como Simón Wisenthal y otros no cejan frente a la arbitrariedad y el genocidio. No reconocer un genocidio es ser como el genocida y callarse tanto como admitirlo.
SALUDOS
Queridos amigos,
Habéis leído alguna vez de Josu Erkoreka la expresión del sintagma «país vecino» para designar a España, como lo hace en este su artículo para designar a Francia?
Primero lo de «CAV», y ahora esto.
Solo le ha faltado escribir «galo» por francés -vaya o no vestido de gala-, pero afortunadamente el Post discurre tambiën por USA y el país vecino hispano, así que no ha tenido la ocasión. Menos mal.
Estimado Josu,
Como todo lo que tiene que ver con el genocidio Armenio, este post es muy interesante, aunque hecho en falta cuales son las razones de uno y otro lado para sancionar esta ley. Sin lugar a dudas, algún proposito tendrá haber gastado tanto esfuerzo por parte de unos y de otros.
un fuerte abrazo
Carlos
Tú podrás seguir contando que eres vasco en esos saraos informales, pero la realdiad política es que, mientras no os unáis a la izquierda abertzale en los objetivos mínimos, políticamente seguiremos adscritos a Madrid, València y a la Barcelona de la portada del New York Times, a un Club Med que poco tiene que ver con el festival Musika-Música con los 69 conciertos en 3 Días y 1000 músicos tocando temas del nacionalismo ruso en el Euskalduna.
Todo lo que se le ocurre al PNV en Madrid es pedir al PsoE y al Pp «que se unan frente a la crisis», mientras que en Euskadi todo lo que se os ocurre es hablar del peligro de Amaiur, respecto a quien Erkoreka se ve como Un Kerensky que tiene que actuar como un Mcarthy.
Viva el Club Med!
Amigo Josu: Tienes buen blog y buenos comentarios, es un placer leerte de vez en cuando.
Un abrazo
Josu,
Hablando de ordenamiento jurídico del país vecino del norte… qué diferencia el comportamiento policial de un gobierno de historia demócrata como el francés con el de uno tercermundista de herencia cultural fascista, como el de la Ertzaintza o la Policía Nacional!
Vistes antes de ayer a los CRS defendiendo a Sarkozy, limitándose a establecer barreras humanas, no a agredir con csrgas como energúmenos contra los contribuyentes y no apaleando a los ciudadanos como estamos acostumbrados a ver en las diversas policías españolas, sea a de rojo sea la de azul, con total impunidad? Te imaginas lo que hubieran hecho esos energúmenos de Valencia apaleacríos o esos cipayos que tenemos en casa educados en Arkaute al más fiel estilo español fraguista bajo el lema «la calle es mía» ante la circunstancia de que los ciudadanos pudieran tener retenido durante una hora al jefe del Estado, el rey español, como tuvieron al del francés, el presidente Sarkozy?
No, naturalmente que no. Se limitaron a actuar defendiendo al ciudadano Sarko, haciendo barreras defensivas, no implementando grupos ofensivos criminales al estilo español y cipayo, no masacrando a los ciudadanos que le abucheaban y querìan entregarle su mensaje reivindicativo.
Estamos hablando, al hacerlo de Sarko, del Presidente de la Repùblica Francesa, un Estado mucho más importante que el modestilllo Estado del que tú eres diputado, una potencia nuclear que lo es política, militar y económica mundial, no de ese Estado cuya continuidad garantizan de mala manera a torturas y porrazos tercermundistas contra sus propios ciudadanos la Cipayada en Vascongadas o la Maderada en la Alta Navarra y en el resto del Estado españolazo. No estamos hablando de un cualquiera.
A ver si aprendéis en el PNV, que al frente de la Ertzaintza -una policía de autor, del PNV pura y dura- parece un calco del gobernador civil fascistoide
de turno español, de Valencia, de Madrid, o de las Vascongadas en tiempo de Zarzalejos.
A ver si os europeizáis un poco.
Amigos, habéis visto algún nacionalista vasco llamando su majestad al rey de España que simboliza la unidad e indivisibilidad de la patria? No? Pues ya hay un caso. Un tal Errekondo, de Amaiur, antiguo alcalde de Usurbil por ANV, que ya había vestido la camiseta de la seleccion nacional española de balonmano, lo ha hecho hace dos meses. Modélico abertzalismo el suyo. Como el de todos los de la izquierda castrista vasca.
Erkoreka, no os molestéis en intentar coaligaros con la izquierda radical vasca. Es internacionalista, no nacionalista. Su modelo es la Venezuela de Chavez. Su aspiración es unirse al PSOE para gobernar Euskal Herria (perdón, hegoalde menos Navarra, que sigue y seguirá en manos de UPN) llenando la tierra vasca de recogedores de basura contratados con cargo al erario público para ir puerta a puerta metiendo en potes marrones las espinas de pescado. ¿Para eso tanta I+D+i? Eso sí que es vocación por la tecnología y el valor añadido.
Ahora resulta que la izquierda abertzale aplaude a la derecha francesa más proclive a mimetizarse con Le Pen para pescar en su electorado. Las alabanzas que Urbina, el diputado español de Amaiur, ha hecho a Sarkozy son de enmarcar. ¿Y todo por qué? ¿Ha acercado Sarkozy a los presos de la organización terrorista ETA que cumplen condena en las cárceles francesas? No padre. ¿Ha hecho el más mínimo gesto en esa dirección? No padre. ¿Ha sido mínimamente sensible con el hecho vasco? No padre ¿Ha abierto la mano para que se constituya un Departamento vasco? No padre. Pero Urbina le pone como ejemplo de demócrata hecho y derecho. Cuanto más se acerca Sarkozy a los postulados autoritarios y xenófobos de Le Pen, más simpático le cae a la izquierda radical vasca. Por algo será.
Borbolla,
Se te olvida un pequeño detalle.
No solo Sarkozy es más demócrta que el PSOE, sino que Le Pen es más demócrata que el PSOE.