Aunque parezca mentira, el principal foco de atención de la semana parlamentaria que acaba de concluir, no ha estado ni en el orden del día del Pleno, ni en los debates mantenidos, ni en el resultado de las votaciones, ni en el morbo que siempre encierran los diputados noveles que se estrenan en el hemiciclo. Ha radicado, sin duda, en los efectos que la elección de Rubalcaba como secretario general del PSOE ha provocado en la organización y estructura de su grupo parlamentario. Los vencedores del cónclave socialista muestran, en general, satisfechos, pero cautos. Un diputado que ha ocupado un lugar muy relevante en la candidatura triunfadora me comentó el martes que han conseguido imponerse «contra todos los aparatos: el de Andalucía, el de Cataluña, el de Madrid, el de Valencia…». Ese es -según me refirió- su principal motivo de orgullo. El de haberse enfrentado con las manos desnudas a la maquinaria interna de la organización y, pese a todo, haberse impuesto. «Hemos ganado el pulso, a pelo», observó sonriente. Claro que, mientras hablábamos, se acercó a nosotros Txiki Benegas, que ha estado con los vencedores, pero se puede decir sin temor a exagerar que constituye algo así como la quintaesencia del aparato. También pululaba por allí Gaspar Zarrías; otro especialista consagrado en el manejo de los oscuros engranajes intrapartidarios. Según esta tesis, el PSE, que se alineó en bloque con Rubalcaba, carece de aparato. Y lo que volcó en favor del candidato vencedor, sólo fue un puñado de militantes desvalidos y bienintencionados.
Como bien apuntó Bono, los vencidos han de someterse ahora a los vencedores. Y estos últimos, ya han empezado a tomar medidas para hacer efectivo ese sometimiento. Los primeros gestos de afirmación autoritaria, no se han hecho esperar. Por de pronto, los seguidores de Carmen Chacón que venían gozando de algún cargo, prebenda o privilegio en el seno de la organización, ya han sido privados del mismo. Se les ha notificado con tanto tiento como claridad que la candidatura ganadora ha decidido relevarlos de sus canonjías. Muy gráficamente, uno de los afectados por la reacción de los vencedores, me comentaba, entre irritado y resentido, que le habían pasado «a cuchillo».