Durante estos días, los ciudadanos de Varsovia celebran el 66º aniversario de la sublevación iniciada el 1 de agosto de 1944 contra las tropas del III Reich. El entorno del castillo real y la ciudad vieja se han visto pobladas por jóvenes ataviados a la usanza típica de las guerrillas populares que protagonizaron aquella gesta; un episodio sangriento que duró 63 días y provocó la muerte de, aproximadamente, 200.000 combatientes polacos, pero consiguió liberar a la ciudad de la dominación nazi.

Junto a la escultura monumental que rememora la sublevación de Varsovia. Como se puede observar, el insurgente de la derecha está entrando por la boca de una alcantarilla
Aquí y allá se han reproducido las barricadas que salpicaron la ciudad en aquellos días y al término de la ruta real, junto a la estatua de Segismundo III, se ha reconstruido, en cartón-piedra, un habitáculo ruinoso que intenta representar, con gran realismo, un sótano arquetípico de los que dieron cobijo a las células resistentes durante las nueve interminables semanas que duró la sublevación. Por los rincones de la ciudad vieja desfilan pequeñas patrullas de milicianos insurrectos, que contribuyen a ambientar el lugar con su viva marcha y su llamativa indumentaria. Algunos portan armas originales de la época -lo que no deja de sorprender, aunque se encuentren descargadas, en un lugar tan concurrido- y las diferentes patrullas se reúnen periódicamente en la plaza de la columna para entonar a coro las canciones populares que se compusieron en aquélla época para elevar el ánimo de los insurrectos y mantener la tensión de la lucha contra el invasor alemán. Tonadillas alegres y marchosas que cantan entusiásticamente con sus poderosas voces centroeuropeas. El espactáculo es digno de ser visto. Y la voluntad varsovita de perpetuar el recuerdo de los acontecimientos, verdaderamente encomiable.