El periodo de vacaciones constituye la coyuntura ideal para que los controladores aéreos pongan sobre la palestra sus reivindicaciones profesionales. Año tras año, la hábil práctica de aprovechar estos períodos «sensibles» para pisar el acelerador de sus reclamaciones, les ha ido permitiendo mejorar progresivamente sus condiciones laborales hasta aproximarse a límites que, en algunos casos, han llegado a ser de auténtico escándalo.
Dicen en el Ministerio de Fomento que, merced al inusitado grado de autonomía que habían alcanzado en la organización de las jornadas y horarios y a lo generosamente retribuidas que han llegado a estar sus horas extraordinarias, se han dado casos en los que un sólo controlador ha recibido, de las arcas públicas, un millón de euros al año. Como lo leen. Un millón de euros, y de los presupuestos generales del Estado. No toda la plantilla ha tenido la suerte de procurarse ingresos tan astronómicos, evidentemente. Pero es igualmente obvio que ningún controlador aéreo pasa hambre. Sus emolumentos están fijados, actualmente, en torno a los 150.000 euros. Y las prerrogativas que tienen reconocidas en el ámbito autoorganizativo siguen siendo notables.