Ayer asistí, en las campas de Urizarreta, a una prueba de tiro de caballos organizada por el Ayuntamiento de Bakio para amenizar las fiestas patronales. Se trataba de un desafío cruzado entre dos caballos -dos impresionantes ejemplares de equino; inmensos, musculosos, nobles y bien entrenados- que consistía en arrastrar una piedra de 1000 kilos durante veinte minutos. El triunfo correspondía al que más metros fuese capaz de recorrer en aquellas condiciones. Uno de los caballos concursantes pertenecía al restaurante Jatetxe Gernika. El otro era propiedad del restaurante Cannon de Bermeo. Ganó el primero, aunque el segundo hizo, también, una excelente prueba.
El año pasado, la prueba enfrentó a un caballo -creo que fue el mismo del restaurante Cannon, aunque no me atrevo a afirmarlo con seguridad- con un equipo humano; un grupo de hombres cohesionado y adiestrado al efecto. El desafío era semejante al de ayer: consistía, igualmente, en arrastrar una piedra pesada durante un lapso temporal previamente determinado. Ganaba el que más lejos llegase.