Aterrizamos en Varsovia al mediodía del sábado, día 7 de agosto. Todavía se apreciaban en la calle los restos de la fuerte tormenta que la noche previa había azotado la ciudad. En las calles más refractarias al drenaje se acumulaba aún, en inmensos y profundos charcos, gran parte del agua caída en las fuertes y sucesivas trombas de la víspera. El cielo seguía oscuro pero no amenazaba lluvia. “Ni tan mal”, pensé. En Munich, donde hicimos escala en el trayecto desde Bilbao, llovía copiosamente y hacía frío. El frío centroeuropeo de verano, se entiende. No las gélidas temperaturas del invierno germano.
El panorama político no ofrecía un aspecto más sosegado que el climatológico. Todavía se vivía la resaca provocada por la toma de posesión del nuevo presidente electo de la República, el liberal Komorowski; un acto que fue boicoteado por su principal oponente, el candidato del PiS, Jaroslaw Kaczynski, que ha impugnado ante el Tribunal Constitucional -hasta la fecha infructuosamente- la elección del aspirante oficialmente proclamado para la Presidencia.
En el transfondo de esta confrontación, pesan, todavía, las fuertes polémicas públicas suscitadas en torno a la muerte, en accidente, del último presidente de la República, Lech Kaczynski, hermano gemelo del candidato del PiS, que perdió la vida junto con otros 90 compatriotas durante el aterrizaje del avión que les trasladaba al lugar en el que el régimen de Stalin asesinó, en 1939, a los 20.000 intelectuales y oficiales del ejército polaco que las fuerzas armadas soviéticas apresaron en los albores de la II Guerra Mundial. Frente a la residencia oficial del presidente de la República se congrega en estos días una multitud bulliciosa, dentro de la cual pueden distinguirse claramente dos grupos.

Cruz conmemorativa de los oficiales e intelectuales polacos asesinados por el ejército soviético en Katyn. Las fechas reseñadas en los brazos de la cruz -1940 y 1990- rememoran, respectivamente, los días en los que se produjo el asesinato y los días en los que fue reconocido por las autoridades soviéticas
Por una parte se encuentran los hombres y, sobre todo, las mujeres, que rezan incesantemente el rosario junto a una cruz de madera instalada al lado de la guardia del palacio Namiestnikowski –denominación tradicional de la sede de la Presidencia- y mantienen encendidas las decenas de velas y luminarias que se encuentran depositadas en el lugar, en recuerdo de los fallecidos. Este colectivo esgrime carteles escritos en polaco y en inglés, en los que se exigen explicaciones públicas y una investigación seria que sirva para aclarar las circunstancias en las que se produjo el trágico accidente. Junto a ellos, un letrero de fondo rojiblanco –la bandera polaca tiene estos dos colores- esgrime, en latín, la frase Non Posumus, de ingrato recuerdo para gran parte de los vascos que recordamos cómo arrancó la Guerra Civil en el Obispado de Vitoria.
A muy pocos metros de distancia –tan pocos que, en ocasiones, ambos grupos llegan a confundirse entre sí- un conjunto de jóvenes hace profesión de fe antirreligiosa, cantando y bailando en torno a unos carteles que reivindican laicismo y modernidad. No hay enfrentamiento abierto –ni sé si en algún momento llegará a producirse- pero en el ambiente se respira una tensión que a nadie pasa desapercibida. Ambos grupos se acusan de fanáticos e intentan ignorarse mutuamente, concentrándose con singular ahínco en la actividad para la que se han congregado: unos rezan y los otros danzan.
El contraste entre los dos bloques es palpable, aunque resulta un poco confuso para el visitante, que tiene que preguntar aquí y allá para poder interpretar correctamente el sentido de aquel ruidoso tumulto con el que se encuentra en el centro mismo de la oficialmente conocida como ruta real. En cualquier caso, la imagen es expresión de la gran diversidad sociológica que ofrece la Polonia contemporánea. La religiosidad acendrada y el secularismo militante conviven más o menos civilizadamente en el mismo espacio, como los liberales, los conservadores y los escasos socialistas que sobrevivieron a la caída del muro, pugnan, más o menos coordinadamente, por ganar para Polonia un lugar propio en este mundo globalizado que uniformiza costumbres y homogeneiza tradiciones.
Pero los polacos tienen una historia intensamente jalonada de injerencias extranjeras. Y no parecen dispuestos a sustituir de buen grado el tutelaje que han ejercido sobre ellos los imperios europeos, del este o del oeste, por nuevas experiencias de colonialismo cultural, económico, político o, sencillamente, militar. Durante 123 años –entre 1795 y 1918- Polonia estuvo literalmente desaparecida del mapa de Europa. En lo que los historiadores locales recuerdan con cierto sarcasmo como la época de los repartos, el territorio polaco fue dividido en tres lotes que fueron asignados a Austria, Rusia y Prusia. Por todo el morro, como dirían los jóvenes que ya frisan la cuarentena.
Una vez recuperada la independencia, tras la Gran Guerra, Polonia hubo de continuar vigilante frente a las tentaciones imperialistas de los vecinos alemán y soviético que, pese a todas las prevenciones adoptadas desde Varsovia, volvieron a repartirse su territorio en 1939. Los antagonistas e irreconciliables Hitler y Stalin, tan enfrentado en casi todo, fueron, sin embargo, capaces de ponerse de acuerdo para repartirse Polonia. El pacto de no agresión que suscribieron Molotov y von Ribbentrop, soprendió a todo el mundo, excepto a los polacos, que conocían a la perfección las seculares e insaciables ambiciones territoriales de los dos colosos que flanquean sus fronteras hacia el oriente y hacia el occidente. El fin de la II Guerra Mundial se presentó con efluvios liberadores pero, para los polacos, eternos perdedores de las pendencias europeas, sólo supuso el tránsito de la dominación nazi a la bota soviética.
Desde 1989, buscan denodadamente la libertad. La libertad individual de los ciudadanos que viven en un régimen democrático con plenitud de derechos y garantías y la libertad colectiva de un pueblo dueño de sus destinos con capacidad de decidir su futuro.
Un artículo seguramente muy fiel a la realidad, si es que lo es tanto como cuando escribiste aquel sobre Hungría.
Polonia y Hungría son países «aliados», amigos. En una zona de Europa con relaciones viciadas por una historia de vecindad conflictiva política -como nos pasa en Euskadi con nuestros vecinos inmediatos-, es una excepción diplomática.
Por ejemplo cuando sucedió el accidente aéreo de Rusia se declaró tres días de luto oficial en Hungría, y sendas enormes banderas negras y de Polonia cubrieron la fachada del Parlamento de Hungría orientada hacia la Plaza Kossuth Lájos y la estatua de Nagy Imre.
Hola corruptillo:
“… se exigen explicaciones públicas y una investigación seria que sirva para aclarar las circunstancias …”
En todos los sitios cuecen habas. No sois sólo vosotros quienes cocináis a vuestro interés.
Hola ciudadano Josu Erkoreka:
Tengo una duda y es la siguiente,¿el viaje que ha realizado a Polonia lo han pagado los Presupuestos Generales de Estado o lo ha pagado la circunscripción por la que ha salido elegido?
Sí es la primera la respuesta le exijo que vaya al Tribunal de Cuentas a justificar sus gastos cómo parlamentario y sí es la segunda opción le exijo que de cuentas a las junta foral.
De una manera u otra le exijo que fiscalice sus gastos.
Porqué para ser buen político no vale sólo la palabra y la dialéctica también las acciones.
España está en crisis y nuestros políticos se van de viajes de placer.
– Así nos ayudan a todos a salir de esta coyuntura. 5 millones de parados y el Sr. Erkoreka en Polonia. Así se da ejemplo … ¿Cual es la solución para evitar el cierre de empresas en Euskadi o de que suba el paro en Cádiz?
¡Irse de vacaciones a Polonia!
Muy interesante y ponderado artículo sobre la realidad social y política polacas. También yo acabo de regresar de Polonia y estoy básicamente de acuerdo con las observaciones de Erkoreka. Tan sólo añadiré un dato. Pocos días después de que se escribiera esta entrada, la concentración del palacio de la Presidencia acabó como el rosario de la aurora. La tensión contenida de los días anteriores, acabo en bronca.
Querido ciudadano, me complace sumamente dar satisfacción a su curiosidad. El viaje que este mes de agosto he cursado a Polonia ha sido financiado íntegramente con cargo a mi peculio particular. Desde el primer al último euro. No hay necesidad, por tanto, de recurrir a Tribunal de Cuentas alguno. Conservo todas las facturas.
A Estanislav sólo me resta pedirle disculpas por la osadía de haberme tomado nueve días de vacaciones. ¿Cómo he podido cometer semejante tropelía? Con todo, puedo alegar en mi defensa que no era el único, ni mucho menos. Los aeropuertos, los autobuses y los hoteles estaban a rebosar. Y no han sido pocos los españoles con los que me he topado en todos esos lugares.
Le pido disculpas pensé que era un viaje a cargo del estado. Veo que es un viaje financiado por su propio bolsillo.Lo siento.
Kaixo Josu.
He tenido que dejar tu blog durante una temporada por motivos laborales y formativos pero ya estoy aquí y me pondré al día con los post.
Le ruego que me perdone si ve algún comentario fuera de contexto pero no sé cuanto tiempo me llevará ponerme al día.
En otro orden de cosas. muy bonita descripción sobre el país.
Saludos.
Interesante reflexión sobre las relaciones polaco-rusas:
http://www.elpais.com/articulo/opinion/Lecciones/relaciones/Rusia/Polonia/elpepuopi/20110228elpepiopi_5/Tes