Todavía conservo copia de un artículo que Miquel Roca Junyent, militante destacado de Convergencia Democràtica de Catalunya, político eminente y padre de la Constitución española de 1978, publicó en el diario El Correo el 26 de noviembre de 2003. Roca no es articulista habitual de los diarios del grupo Vocento. Tampoco entonces lo era. Hasta donde yo sé, sólo ha mantenido y mantiene colaboración con La Vanguardia, donde publica un artículo cada varios días.
El artículo al que me refiero -que me sorprendió, insisto, porque la de Roca no era una firma habitual en el diario en cuestión- llevaba el pomposo título de Satisfechos e incluso orgullosos. La vehemente expresión de complacencia que expresa el epígrafe -no sólo se mostraba satisfecho, sino orgulloso- se refería a su participación en la elaboración de la Constitución. Aquel año se conmemoraba el vigésimo quinto aniversario de la Carta Maga. Aznar seguía aún en La Moncloa y, fiel a su estilo, aprovechó el evento para activar una agresiva rueda de fundamentalismo constitucional, que, literalmente, criminalizaba al discrepante. Y el discrepante por antonomasia era, en aquel momento, el nacionalismo vasco. El PNV y sus planes secesionistas, a los que se combatió, con todos los resortes del Estado, a través de un frente, que se hizo llamar, precisamente, «constitucionalista», aunque integrase a gentes que, como el propio Aznar, siempre se habían posicionado en contra del texto de 1978 y ni tan siquiera lo apoyaron cuando fue sometido a referéndum.
El artículo de Roca se situaba en ese contexto. Se trataba de invitar a un nacionalista catalán para que diese testimonio, en las páginas del diario más leído en Euskadi, de la posibilidad de oponer al nacionalismo malo -el del PNV; radical, rupturista, sectario y excluyente- el perfil de un nacionalista bueno -el que encarnaba Roca-, moderado, razonable y capaz de convivir en un marco civilizado y avanzado como el que ofrecía la Constitución de 1978.
Muy significativamente, Roca daba comienzo a su artículo haciendo cosntar la incomodidad que advertía «por parte de algunos», a la hora de conmemorar los 25 años de vigencia de la Constitución. «No deberíamos -observaba de inmemdiato- sentirnos incómodos, sino en todo caso satisfechos e incluso orgullosos. Rompiendo con una larga tradición de intolerancia y de intransigencia que quería presentar a España como un país incapaz de definir unas bases de convivencia en libertad, hemos sido protagonistas de una transformación espectacular de la realidad política, social y económica de España, que nos ha colocado finalmente en el concierto internacional, como un país estable, cohesionado y de bases incuestionables de convivencia democrática».
Hasta aquí, su discurso no difería en exceso del que podía haber formulado un antiguo militante de UCD, posteriormente reconvertido al PP. Pero como de lo que se trataba era de oponer al PNV la imagen de un nacionalista moderno y abierto, tolerante y constitucional, no podía faltar un canto entusiástico a las excelencias del hecho autonómico: «Y además -proseguía el artículo- esta transformación espectacular la hemos compatibilizado con cambios profundos e importantes en la propia estructuración del Estado. Así, de un Estado centralista hemos pasado a dibujar y practicar una importantísima descentralización del poder político que se constituye en punto de referencia para toda Europa».
Tras esta reflexión inicial, Roca se mostraba como un partidario firme del mantenimiento a ultranza del texto constitucional. En esto, su posición se mantenía dentro de la más estricta ortodoxia aznarista de la época, que rechazaba a radice, incluso con cajas destempladas, cuando ello era necesario, la más mínima reforma de la Constitución. El político catalán no descartaba del todo la posibilidad de iniciar una «reflexión» sobre «la conveniencia de contemplar, en el futuro, alguna reforma constitucional» -nótense las cautelas que se deslizan en el texto- pero sostenía que ni había «prisa» para ello, «ni mucho menos urgencia». Los problemas -aseguraba-, «no están en la Constitución», a la que seguía considerando «más garantía que problema». Había dificultades, eso era innegable, pero «sólo desde la Constitución -afirmaba Roca- y desde su respeto podremos afrontarlas con garantías de éxito».
Pero la traca, como siempre, venía al final. Enlazando con un discurso muy extendido en aquel momento para denostar, desde las sedicentes filas constitucionalistas, el discurso político forjado por el nacionalismo vasco, Roca aremetía contra los que pretendían reformar la Carta Magna «por la vía de los hechos consumados o al margen de los procedimientos previstos por la propia Constitución para ello». El corolario no ofrecía dudas:
«Aquí radica el núcleo del debate actual y, ciertamente, no le corresponde a un ponente de la Constitución otra cosa que la de defender que el consenso que hizo posible la Carta Magna sea respetado si se pretende reformarla, y que el procedimiento para hacerlo no sea distinto del constitucionalmente establecido. Si la Constitución es el marco delimitador de las reglas de juego, lo imprescindible es que ésas sean respetadas».
Está claro que Roca cumplió su misión. Y merced a su clarificador artículo, oportunamente publicado en un medio que no era su tribuna habitual, quedó patente, para el que quisiera verlo -la prensa, al menos, hizo lo que tenía que hacer que ello fuera así-, que la potencial oposición a las iniciativas políticas que pudiera impulsar el nacionalismo vasco para avanzar en el autogobierno de Euskadi, no procedía, tan sólo, de españolistas impenitentes o de franquistas reciclados, sino también de nacionalistas catalanes prudentes, realistas y con seny. El problema no radicaba en España y su Constitución, sino en el nacionalismo vasco, que formulaba su estrategia política en términos incompatibles con el sentido común.
El pasado 30 de junio, Miquel Roca publicó en su columna habitual de La Vanguardia, otro artículo que versaba, también, sobre España y la Constitución. Pero su tenor era muy distinto al de la reflexión aleccionadora que hace siete años vio la luz en el diario de Vocento. El rotundo título del escrito, España tiene un problema, permitía intuir el sentido de un texto que había sido escrito inmediatamente después de conocido el fallo del Tribunal Constitucional sobre el Estatut. Su discurso se asemeja mucho más al que los nacionalistas vascos esgrimíamos en 2003, que al que se expresaba en su artículo de El Correo. De entrada, Roca considera que la voluntad del pueblo de Catalunya, inequívocamente expresada en torno al Estatut, ha de ser encauzada de algunan manera, sin que puedan aducirse válidamente, objeciones jurídico-formales que lo impidan.
«No vale la pena discutir que el tribunal ha cometido un grave error. Este debate ya no lleva a ninguna parte. El hecho cierto es que se ha cerrado una puerta y con ello toda una etapa histórica. El pueblo de Catalunya ya ha expresado su voluntad y esta no cambia porque la puerta se cierre; otras se abrirán o deberán abrirse porque la voluntad colectiva no puede conformarse en renunciar a una legítima ambición que treinta años de normal y progresivo desarrollo autonómico avalan y protegen».
Roca ya no piensa, como en 2003, que la solución se encuentra, siempre, en la Constitución de 1978. Ahora cree que el pacto constituyente se ha de reformular. Que el consenso constitucional se ha roto y es preciso reformular el marco de convivencia, para que puedan encontrar acomodo en él las aspiraciones de autogobierno de Catalunya. ¿Se acuerdan de la Propuesta de Nuevo Estatuto aprobado por el Parlamento vasco? ¿Se acuerden del discurso del Lehendakari Ibarretxe postulando una nueva relación de convivencia con España? Pues lean a Roca:
Que nadie se equivoque, España tiene un problema. Esta sentencia no resuelve nada y lo reabre todo. Porque si algo pone de manifiesto es que habrá de reconsiderarse el pacto constituyente y definir nuevas bases para la convivencia en España. El pacto constituyente, el espíritu de la transición ha sido finiquitado; ahora toca rehacer el pacto. No en Catalunya; en todo caso, no sólo en Catalunya, sino en toda España. Lo que ha ocurrido –la sentencia– no es una decisión que pueda ser leída sólo desde Catalunya; es toda España la que redescubre que tiene necesidad de volver a definir nuevos pactos, nuevos enfoques, nuevos encajes. Se ha querido así, pues que sea así.
Es obvio que algo ha cambiado en las posiciones de Roca. Algo no precisamente irrelevante. En tan sólo siete años, sus tesis han experimentado una transformación de fondo que refleja, en buena medida, la profunda mutación que ha tenido lugar en la sociedad catalana, en general y en el nacionalismo catalán, en particular. El desapego a la Constitución, concebida al estilo español, como trinchera de combate frente al nacionalista infiel, es más que patente. La literalidad de las palabras es diferente, pero da la impresión de que Roca ha percibidoo en la sentencia sobre el Estatut, una actitud impositiva, semejante a la que el jesuita Manuel Galindo expresaba en su libro Al servicio de España, publicado en 1936, cuando postulaba aquello de que «Cataluña es España… lo que no quiso ser por amor, lo será por la fuerza». O una mueca autoritaria análoga a la que Francisco de Cossio esbozó, cuando escribió aquello de «Tenemos derecho a imponeros nuestra ley, porque a España la hicimos nosotros, y vosotros seréis españoles, de grado o por fuerza» (Hacia una nueva España, 1937)
Cuatro días después, Artur Mas publicaba otro artículo en La Vanguardia, cuyo título, El espejo roto, anticipa con un toque dramático, el contenido de una reflexión que no oculta el escepticismo del autor en torno a las posibilidades que ofrece la Constitución como marco de desarrollo para el autogobierno catalán:
«Visto lo visto -escribía Mas- Catalunya debe tomar buena nota de lo ocurrido. Cada uno de nosotros debe hacerlo. El pacto constitucional está agotado; ha dado buenos frutos durante tres décadas, pero ya no queda savia para seguir haciendo florecer el árbol. En los centros de poder del Estado, y el TC es uno de ellos, ni se entiende ni se tolera la existencia, y menos la persistencia, de la nación catalana […] De ahí que Catalunya deba encontrar un nuevo camino. También a los catalanes nos toca hacer nuestra propia transición hacia el derecho a decidir de nuestro pueblo, estando muy atentos a las mayorías sociales que en este sentido se vayan construyendo dentro de Catalunya […] El espejo con España se ha roto. Mejor dicho: nos lo han roto. Pero no rompamos nuestro propio espejo interior porque no tenemos otro, y en él necesitamos seguir mirándonos en el futuro».
Tras la publicación de este artículo, un diputado de CiU me confesó que no volvería a participar en la fiesta que todos los años celebra el Congreso para conmemorar el aniversario de la Consitución. Los convergentes siempre habían asistido a ese acto. Pero, según me dijo, a partir de este año dejarán de hacerlo. Yo y mi grupo -huelga decirlo- nunca hemos tomado parte en ese festejo de palabras huecas e infladas apariencias .
Todavía recuerdo cuando López y los suyos nos invitaban a seguir la vía catalana, como contraposición a la que se había iniciado en el Parlamento vasco para avanzar en el autogobierno. Aquella vía -nos decían- era realista, factible y pragmática. La de Euskadi, por el contrario, no era más que una ensoñación imposible. Se suponía que le vía catalana iba a conseguir integrar a los nacionalismos en el marco constitucional, frente a la vía vasca, que sólo perseguía abrirse camino a toda costa, al margen de la Constitución y hasta de la civilidad. Hoy se ve que todo era un camelo. En Catalunya, los que hace siete años seguían, todavía, creyendo en la Constitución -como era el caso de Roca Junyent- hoy la consideran agotada e inservible para dar cauce a sus aspiraciones de autogobierno. Y en Euskadi, los baluartes de la Constitución siguen siendo tan endebles como al principio. Sus más acérrimos defensores se encuentran, ahora, entre los conversos que le negaron su apoyo en el plebiscito de diciembre de 1978, bien fuera desde las filas de la nostalgia franquista, fuera bien desde el progresismo abertzaloide y violento de los poli-milis.
Hola corruptillo:
¿Contemplará la futura Constitución (nacionalista) Vasca derecho a la Libertad de Expresión o estará arbitrada igualmente bajo máscara o tapujo?. ¿Alejaréis vuestras manos de ella para que pueda emanciparse?. No es tan obvio el asunto como parece.
El articulo que ha escrito es interesante en tanto demuestra que el nacionalismo yá sea Catalán o Vasco no han asumido la Constitución de 1978 y los derechos y deberes de los ciudadanos. El Sr.Más parece que está llamando a las armas de manera velada.
Del Sr.Miquel Roca ponente de la Constitución y unos de los padres tiene respeto todo, pero sé equivoca sí hay que rehacer el pacto Constitucional, lo que hay que hacer es retocar la Constitución no hacerla de nuevo, que para ello la propia Constitución tiene sus mecanismos y sino nos encaminamos irremediablemente hacia una nueva Guerra Carlista, es decir la visión foralista frente a la misión centrista.
Pero no sé supone que eso yá lo hemos pasado, ¿Es qué no hemos aprendido nada?¿Acaso perder las colonias no nos sirvió para nada?
Y sigo preguntando ¿La idea de España, existe o no?
Y la última, la actual crisis debe servir para mejorar las condiciones del pueblo, no para llevarla al desastre.
Kaixo Josu,
Hace cosa de un año participé en una mesa redonda en Barcelona y además de sentarme a la derecha de Don Miquel Roca i Junyent, me tocó intervenir justo después de él. Obviamente, lo primero que hice fue pedir perdón a los asistentes, ya que el nivel de mi intervención no sería ni de cerca parecido al del Don Miquel, en cualquier caso eso es otra historia. Lo que sí que me llamó la atención fue la lectura de la economía catalana que hizo el Sr. Roca, sin lugar a dudas nos llamaba la atención sobre la salida hacía Madrid de las grandes empresas que históricamente estaban sitas en Barcelona, nos hablaba de la caída empicado del poder del establishment Catalá a favor del madrileño, y todo esto acompasado por un gobierno del PSC.
Sin lugar a dudas, los que habitualmente somos usuarios del “Pont Aeri” hemos visto un cambio brutal en nuestros compañeros de cabina, de los trajes madrugadores de los lunes a las chaquetas de los turistas. Yo mismo he disminuido la frecuencia de mis viajes a Barcelona de casi uno por semana a uno cada 5 ó 6 semanas… Sin lugar a dudas, creo que la sentencia del Estatut ha sido la última gota en un enflaquecimiento del poder Catalán desde la llegada del PSC, aunque eso mejor que lo respondan los que lo han sufrido
Besarkada handi bat
Carlos
El fondo del artículo (enhorabuena y gracias) es revelador, por su perpestiva temporal, de por donde han ido y van las ansias de las fuerzas del estado, pero me ha hecho pensar que la intención de Roca no es tanto replantear el pacto constitucional para que en él quepa el derecho a decidir de otros pueblos además del único soberano actual -el español-, sino el de reeditar el pacto en una forma más regresiva: Redefiniendo las Autonomías, nombrándolas (y eliminando lógicamente la referencia a derechos históricos, a nuestra relacion con Navarra, etc) y estableciendo unas «reglas del juego» en que el «sentir» de cada «nacionalidad quepa en el «comun de todos». Es decir mucho me temo que la configuracion del Estado se quiera representar (como está siendo ahora la Monarquía) como un resultado del libre decidir del pueblo, y por tanto como un derecho positivo de nuevo cuño, y como democrático, ya inalterable, mientras que en su desarrollo y ejercicio la manija siempre la llevará el poder central. Creo que hacia aquí va, ocultamente, Roca.
Muy interesante. Es una buena forma de desenmascarles.
Saludos.