Tal día como hoy, nací hace cincuenta años en el corazón de la Bizkaia nuclear; en lo que el profesor Mañaricua definía, en sus memorables clases de Historia del Derecho, como la Bizkaia de los documentos del siglo XI. No tuve mucho mérito en ello. Mis padres vivían allí. Por otra parte, nunca he compartido la ridícula ufanía de quienes tienden a considerar que la generación a la que uno pertenece sobresale de entre las demás, por el extraordinario talento natural que pretendidamente adorna a sus hijos, y sólo a ellos. No creo, de verdad, que los nacidos en 1960 «seamos los mejores», tal y como se empeña en repetirme, cada vez que me cruzo con él, un antiguo compañero de pupitre. Yo trato de hacerle ver que, de aquellas desvencijadas aulas escolares que compartimos hace ya varios lustros -donde nos enseñaron la tabla de multiplicar, pero también a entonar Montañas Nevadas con voz impostada y gesto marcial- ha salido de todo: chicos deslumbrantes y grises mediocridades. De las chicas no hablo porque estaban aparte. No se estilaban las aulas mixtas. Y que si eso ocurría en Bermeo, lo más probable es que sucediera algo parecido en el resto del mundo: en Ponferrada, en Boston o en Beijing. Pero pasa el tiempo y, año tras año, compruebo con desánimo que mi esfuerzo es inútil. Se conoce que a mi amigo le resulta estimulante sentirse miembro de una añada digna de mención -como ocurre con las cosechas vinícolas- y sigue, con vehemencia creciente, aprovechando todas las ocasiones que se le presentan para loar las virtudes de la quinta. Hace muy pocos días, tropecé de nuevo con él, e intenté, por enésima vez, abrir sus ojos a la realidad. «Fíjate -le dije- Zapatero, ese hombre abatido cuya estrella vemos declinar estos días, aquí y en Europa, nació en 1960 y pocos se atreverían a decir de él que es el mejor». «¡Vaya ejemplo que me pones!», protestó. Pero sin prestar atención a su queja, proseguí: «Y sin embargo, el hombre que jamás se equivoca, el líder único e irrepetible que tras sentar sus reales en el sillón de Ajuria Enea nos ha traído a los vascos al Oasis de concordia que ahora disfrutamos, no es de 1960, sino de 1959. Ya ves -concluí- que no todo lo mejor es del sesenta».
En ese momento, mi antiguo condiscípulo esbozó una mirada píca y me espetó: «Me estás tomando el pelo, ¿verdad?».