El triunfo electoral recientemente cosechado en Bélgica por el independentista flamenco Bart de Wever está dando mucho que hablar en los mentideros políticos. Como se sabe, Bart de Wever encabezaba la lista con la que concurrió a las elecciones generales del pasado mes de junio la Nueva Alianza Flamenca; una formación política que viene a sustituir al disuelto partido Volksunie y que, al igual que este, profesa un ideario netamente independentista. Los resultado obtenidos en los comicios -el 30% de los sufragios emitidos en Flandes y el 17,4% de los emitidos en el conjunto del Estado- le encumbran a la posición de primera fuerza y sitúan a su líder en la tesitura de tomar la iniciativa de cara a la formación de Gobierno. Y, obviamente, todos los analistas están a la expectativa. ¿Qué tipo de medidas puede adoptar al frente del Gobierno de Bélgica el principal dirigente de un partido independentista flamenco?
Bart de Wever ha querido tranquilizar a los más timoratos -y a los valones, todo hay que decirlo- asegurando que no busca «una revolución», sino una «suave evolución». Pero una frase tan ambigua apenas sirve para aquietar un ápice los espíritus más pusilánimes, que siguen aterrados. Porque está bien eso de no promover la «revolución», pero… ¿hacia dónde conduce la «suave evolución» que se anuncia? ¿En qué sentido se orientará? ¿Sucederá por fin -se preguntan muchos- la disolución del Estado de Bélgica que tantas veces de ha vaticinado?