Hace unas horas que concluyó el National Prayer Breakfast correspondiente a este año. Y reconozco que participar en él ha sido toda una experiencia. Se trata de un acto inexportable e casi me atrevería a decir que inexplicable fuera de los Estados Unidos. Tal y como me lo habían contado, a lo largo del mismo, se reza, se desayuna y se crean unas condiciones excelentes para cultivar relaciones humanas o profesionales con todo tipo de personalidades del mundo de la política y de las finanzas.
Desde las seis de la mañana -doce del mediodía en Bilbao- el salón principal del hotel Hilton Washington veía cómo las más de trescientas mesas cuidadosamente dispuestas en su interior, iban siendo rodeadas -poco a poco, persona a persona- por los invitados al acto, que superaban los tres mil. El programa establecía que, para las siete y media, todos los asistentes habían de estar sentados en los lugares previamente asignados por la organización. La aglomeración de la última hora –provocada, en parte, por la masiva afluencia de los invitados y, en parte, por las retenciones que provocaban los controles de seguridad, que eran bastante rigurosos, como puede imaginarse- parecía impedir que este objetivo pudiera cumplirse. Sin embargo, nada ha podido obstaculizarlo. A la hora fijada en el programa, minuto arriba, minuto abajo, el personal se encontraba ya perfectamente instalado en una sala abigarrada por el elevado número de mesas y las ruidosas conversaciones de los invitados.