Durante el último fin de semana me he topado con más de una persona que me ha preguntado, esbozando en su rostro un gesto que se sitúa a medio camino entre lo sarcástico y lo cínico, por las sustanciosas pensiones que, al parecer, percibimos los diputados que ocupamos escaños en el hemiciclo de la Carrera de San Jerónimo. «¿Pensiones?» he respondido a todos ellos. «¿Qué pensiones?». «Esas que dice la televisión que tenéis aseguradas por el mero hecho de completar dos legislaturas ocupando escaño», me ha respondido uno de ellos.
Soy consciente de que la popularidad y la aceptación social de eso que el lenguaje de la calle define un tanto impropiamente como «políticos», no atraviesan el mejor de los momentos. Con razón o sin ella, lo cierto es que la crisis económica nos ha convertido en un colectivo particularmente vulnerable a la crítica de los ciudadanos y de algunos medios de comunicación. Y no se me oculta que, durante las últimas semanas, están proliferando las publicaciones que se dedican a denunciar los «abusos» que se nos atribuyen en la utilización de fondos públicos con fines de interés exclusivamente personal.